Un Año para poner al día la fe. «El cristianismo siempre es nuevo» - Alfa y Omega

Un Año para poner al día la fe. «El cristianismo siempre es nuevo»

La aventura del cristianismo no ha hecho más que comenzar, también hoy, dos mil años después… Ésta es la gran proclamación que ha lanzado el Papa en la apertura del Año de la fe. A los 50 años de la apertura del Concilio Vaticano II, ha comenzado un tiempo fuerte para la Iglesia, quizá el momento más importante del pontificado de Benedicto XVI

Jesús Colina. Roma
Una niña participa en la Vigilia previa a la apertura del Año de la fe, en la Plaza de San Pedro del Vaticano.

Ante unas veinte mil personas de los cinco continentes, la Misa inaugural del Año de la fe comenzó en la Plaza de San Pedro, del Vaticano, con una procesión en la que participaron ochenta cardenales y ocho Patriarcas de Iglesias orientales. Una escena de tiempos pasados, nostalgia del Concilio Vaticano II, podría decir el lector escéptico. Y, sin embargo, el objetivo de la celebración, a la que se unieron por televisión, radio e Internet millones de personas, tenía un objetivo plenamente actual: buscar el modo de presentar, de manera siempre nueva, el mensaje de salvación de Jesucristo.

Ése fue precisamente el objetivo del Concilio Vaticano II, que cincuenta años antes había inaugurado, también un mismo 11 de octubre, el Beato Juan XXIII, imprimiendo un dinamismo inesperado en la historia de la Iglesia y de la Humanidad. Y éste es el mensaje que ahora lanza a los hombres de inicios del siglo XXI el Papa Ratzinger: Benedicto XVI.

El valor del Concilio Vaticano II, fuera de dudas

En estos meses pasados, la Iglesia católica ha seguido las conversaciones entre la Santa Sede y la cismática Fraternidad de San Pío X. El regreso a la comunión plena de los lefebvrianos parecía cercano, pero lo ha impedido la negativa a aceptar el Concilio Vaticano II. Varios sucesores tradicionalistas del arzobispo Marcel Lefebvre han llegado a presentar las conclusiones del Concilio en abierta oposición a los dos mil años de magisterio de la Iglesia. En particular, se oponen a la aceptación de la libertad religiosa y del diálogo entre las religiones: si el cristianismo es la Verdad -consideran-, aceptar que otras religiones tengan la misma carta de ciudadanía sería traicionar la Verdad.

Benedicto XVI ha tomado papel y pluma para explicar este malentendido. En el prefacio a la publicación de sus escritos elaborados durante el Concilio, que pronto sacará a la luz la editorial alemana Herder, revela cómo el Concilio condensó la doctrina sobre la libertad religiosa, particularmente en una Declaración dedicada a este tema: «La doctrina sobre la tolerancia, tal como había sido elaborada en sus detalles por Pío XII, no resultaba suficiente ante la evolución del pensamiento filosófico y la autocomprensión del Estado moderno. Se trataba de la libertad de elegir y de practicar la religión, y de la libertad de cambiarla, como derechos a las libertades fundamentales del hombre». Y escribe el Papa: «Dadas sus razones más íntimas, esa concepción no podía ser ajena a la fe cristiana, que había entrado en el mundo con la pretensión de que el Estado no pudiera decidir sobre la verdad y no pudiera exigir ningún tipo de culto. La fe cristiana reivindicaba la libertad a la convicción religiosa y a practicarla en el culto, sin que se violara con ello el derecho del Estado en su propio ordenamiento: los cristianos rezaban por el emperador, pero no lo veneraban. Desde este punto de vista, se puede afirmar que el cristianismo trajo al mundo con su nacimiento el principio de la libertad de religión».

El Papa considera que, en la Iglesia católica, el principio de libertad religiosa se entiende mucho más fácilmente hoy gracias al Papa Wojtyla, que llegó de un país en el que la libertad de religión era rechazada a causa del marxismo, es decir, de una forma particular de filosofía estatal moderna que planteaba problemas a la libertad religiosa similares a los que tuvieron los primeros cristianos.

Una puesta al día

Cincuenta años después, Benedicto XVI vuelve a proponer un aggiornamento, algo que en italiano podría traducirse como la puesta al día de la Iglesia, y que en boca del Papa se traduce por algo muy cercano a nueva evangelización. «El cristianismo no debe ser considerado como algo del pasado, ni debe ser vivido con la mirada perennemente puesta hacia atrás, pues Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por la eternidad. El cristianismo está marcado por la presencia del Dios eterno, que ha entrado en el tiempo y está presente en todo tiempo, porque todo tiempo rezuma de su potencia creadora, de su eterno hoy», explicó, el viernes, el sucesor de Pedro, a un grupo de ancianos obispos que habían participado en el Concilio, junto a los Presidentes de las Conferencias Episcopales del mundo y Patriarcas orientales que participan en el Sínodo. Ésa es la explicación de que haya convocado un Año de la fe, para celebrar los cincuenta años de aquel Concilio Vaticano II, que nació precisamente de esta convicción: «El cristianismo siempre es nuevo —dijo Benedicto XVI—. Nunca lo debemos ver como un árbol plenamente desarrollado a partir del grano de mostaza evangélico, que ha crecido, que ha dado sus frutos, y que un día envejece y llega al atardecer de su energía vital. El cristianismo es un árbol que vive, por así decir, una perenne aurora, siempre es joven».

Benedicto XVI recibe el saludo del arzobispo de Canterbury, Rowan Williams.

Los documentos del Concilio, según el Papa, siguen siendo una brújula para la Iglesia en nuestro tiempo. Igual que entonces, el reto que se plantea hoy es cómo presentar el Evangelio de manera más convincente en un mundo que, en ocasiones, parece vivir como si Dios no existiera. Pero «esta actualidad, esta actualización» de la fe, matizó el Papa, «no significa ruptura con la Tradición, sino que expresa su continua vitalidad; no significa reducir la fe, rebajándola a la moda, a la medida de los gustos, o a lo que le gusta a la opinión pública. Es todo lo contrario: al igual que hicieron los Padres del Concilio, tenemos que poner el hoy que vivimos junto a la medida del acontecimiento cristiano, tenemos que poner el hoy de nuestro tiempo con el hoy de Dios».

En este sentido, Benedicto XVI explicó que los objetivos del Año de la fe coinciden plenamente con el mensaje central que lanzó hace 50 años el Concilio Vaticano II: «El mensaje de la fe en Jesucristo, único Salvador del mundo, proclamado al hombre de nuestro tiempo». Y añadió: «También hoy lo que es importante y esencial es llevar el rayo del amor de Dios en el corazón y en la vida de cada hombre y de cada mujer, y de llevarlo a los hombres y las mujeres de todo tiempo y de toda época».

Benedicto XVI recibe el saludo del Patriarca de Constantinopla, Bartolomé I.

Peregrinos en los desiertos del mundo contemporáneo

En el tiempo transcurrido desde el inicio del Concilio, dijo el Papa en la apertura del Año de la fe, «ha aumentado la «desertificación espiritual» y «se ha difundido el vacío». Pero también se constata una sed de infinito… Benedicto XVI planteó esta pregunta a los peregrinos abrazados por la columnata de Bernini: «¿Por qué el Camino de Santiago sigue seduciendo a hombres y mujeres de todos los continentes en el siglo XXI? ¿Por qué tantas personas sienten hoy la necesidad de hacer estos caminos? ¿No es quizás porque en ellos encuentran, o al menos intuyen, el sentido de nuestro estar en el mundo?», se preguntó. Y añadió: «Así podemos representar este Año de la fe: como una peregrinación en los desiertos del mundo contemporáneo, llevando consigo solamente lo que es esencial: ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero, ni dos túnicas, como dice el Señor a los apóstoles al enviarlos a la misión, sino el Evangelio y la fe de la Iglesia, de los que el Concilio ecuménico Vaticano II son una luminosa expresión, como lo es también el Catecismo de la Iglesia católica, publicado hace 20 años».

La evangelización une a los cristianos separados

En la Eucaristía intervino también el Patriarca ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I, el representante más reconocido de las Iglesias ortodoxas, separadas de Roma, hace ya casi mil años. Y a la izquierda del Papa se encontraba el Primado de la Comunión Anglicana, el arzobispo de Canterbury, Rowan Williams. Se trata de un evento histórico, con una implicación ecuménica incluso mayor que la que tuvo el Concilio.

¿Cómo va a ser mi Año de la fe?

El Año de la fe y el Sínodo de los Obispos para la nueva evangelización no sólo transcurren en Roma. Ya se nota su repercusión en España. El Arzobispado de Madrid ha puesto en marcha la iniciativa de evangelización Misión Madrid; la diócesis de Getafe va a llevar a cabo, durante los próximos cuatro años, su Gran Misión Diocesana: Llenos de amor por el hombre, con la antorcha de Cristo en la mano; la diócesis de Osma-Soria está ya embarcada en la misión diocesana Despertar a la fe.

Y hay más ejemplos: el Arzobispado de Valencia está ultimando los preparativos de Misión en Valencia, Porta fidei, que se desarrollará durante la próxima Cuaresma en las parroquias valencianas. La diócesis de Alcalá de Henares está creando una Escuela de evangelización que, en los próximos meses, reunirá a laicos, religiosos y sacerdotes para preparar la misión. En Segorbe-Castellón, se distribuirán a través de las parroquias estampas con el texto del Credo, para que se rece y se aprenda en las familias. En Cádiz y Ceuta se están organizando pequeños grupos para orar y reflexionar siguiendo la Carta Porta fidei. En Palencia, van a tener lugar encuentros formativos sobre La vida y el mensaje de Jesús de Nazaret. En Almería, hay ya reuniones del Catecumenado de adultos, para recordar y vivir los contenidos de la fe cristiana. En Santander, se ha realizado una encuesta anónima a 6.000 personas de la diócesis para tomar conciencia sobre la vocación y misión de los laicos respecto a su Iglesia diocesana. Los agentes de Pastoral Juvenil de la diócesis de Jaén están impulsando varios Grupos Youcat en la diócesis de Jaén. Y el Arzobispado Castrense ha publicado un manual del militar católico titulado Las armas de la Fe, con los evangelios y diversas oraciones para facilitar la educación en la fe y la vivencia de la misma entre los militares.

Las redes sociales también llevan tiempo moviéndose en torno al Año de la fe. Sólo dos ejemplos: más de 100 universitarios están transformando el contenido del Credo en imágenes, cuyo resultado se puede ver en www.tweetcredo.com; y la Oficina de Prensa del Opus Dei ha preparado una edición electrónica con los documentos del Concilio Vaticano II, a consultar en www.opusdei.es

Es un hecho muy destacable. Hasta hace poco tiempo, cuando el Papa hablaba de evangelización, con frecuencia suscitaba miedo entre Iglesias ortodoxas o comunidades surgidas de la Reforma protestante, por considerar que se trataba de una incitación a hacer la competencia. En estos momentos, el olvido de Dios que parece caracterizar con frecuencia a las sociedades en Occidente (y no sólo a las de Occidente) ha puesto a católicos, ortodoxos, anglicanos, evangélicos…, ante el mismo desafío: el anuncio de Jesucristo. De este modo, la nueva evangelización a la que convoca Benedicto XVI se ha convertido en un argumento de unidad ecuménica.

La dificultad del reto fortalece la convicción ecuménica. El Patriarca de Constantinopla, por algunos llamado primus inter pares de las Iglesias ortodoxas, se comprometió y pidió el compromiso para que se supere «la barrera entre la Iglesia de Oriente y de Occidente, y se logre finalmente una sola morada, sólidamente fundamentada sobre la piedra angular, Jesucristo, quien hará de ambas una sola cosa». El Primado de la Iglesia anglicana, en plena sintonía con el camino hacia la plena unidad, repetidas veces señalado por Benedicto XVI, resaltó: «Debemos volver a san Pablo y preguntarnos: ¿Qué buscamos? ¿Miramos con ansiedad los problemas actuales, la variedad de infidelidades o la amenaza a la fe y la moralidad, la debilidad de la institución? ¿O buscamos a Jesús, el rostro revelado de la imagen de Dios, a la luz del cual vemos la imagen de nuevo reflejada en nosotros y en nuestro vecinos?», se preguntó. El arzobispo de Canterbury, que concluirá su mandato a finales de año —y que, por tanto, vino en cierto sentido con aire de despedida a Roma—, explicó ante el Sínodo de los Obispos que la unidad no será resultado de una planificación eficaz, sino de la contemplación: «Esto nos recuerda sencillamente que la evangelización es siempre el desbordamiento de otra cosa: el viaje del discípulo hacia la madurez en Cristo; un viaje que no está organizado por un ego ambicioso, sino que es el resultado de la insistencia y de la atracción del Espíritu en nosotros. En nuestras deliberaciones sobre cómo hay que hacer para que el Evangelio de Cristo sea de nuevo apasionadamente atractivo para los hombres y mujeres de nuestros días, espero que nunca perdamos de vista qué es lo que hace que sea apasionante para nosotros, para cada uno de nosotros en nuestros diferentes ministerios. Les deseo alegría en estos debates, no sólo claridad, o eficacia en la planificación, sino gozo en la promesa de la visión del rostro de Cristo y en el anuncio de esa plenitud en la alegría de la comunión uno con el otro, aquí y ahora».

El Papa entrega al cineasta Ermanno Olmi el Mensaje a los artistas, del Vaticano II.

Superación de la crisis, tras el Concilio

Al centrar el esfuerzo de toda la Iglesia en torno a la evangelización, a la presentación con nuevos lenguajes y métodos del mensaje siempre actual de Jesús, el Papa no está haciendo otra cosa que superar la crisis que ha vivido la Iglesia católica, tras el Concilio Vaticano II. Aquel encuentro dio origen a divergencias de visión en la organización de la Iglesia y en el mensaje, suscitando una auténtica crisis de fe.

El día anterior a la inauguración del Año de la fe, en la Audiencia general del miércoles, Benedicto XVI dejó claro que el Concilio no fue convocado para cambiar el mensaje de la Iglesia, o para dividirla, sino para impulsar la evangelización: «Vemos cómo el tiempo en el que vivimos sigue quedando marcado por un olvido y sordera ante Dios. Pienso que tenemos que aprender la lección más sencilla y más fundamental del Concilio, es decir, que el cristianismo en su esencia consiste en la fe en Dios, que es amor trinitario, y en el encuentro, personal y comunitario, con Cristo, que orienta y guía la vida: todo lo demás es conclusión de esto». Y añadió: «Lo más importante hoy, precisamente este era el deseo de los Padres conciliares, es que se vea de nuevo con claridad que Dios está presente, nos mira, nos responde. Y que, por el contrario, cuando falta la fe en Dios, se derrumba lo esencial, pues el hombre pierde su dignidad profunda y lo que hace grande su humanidad».

Dios no nos olvida

Como Juan XXIII en la noche de la apertura del Concilio, Benedicto XVI se asomó, en la noche del 11 de octubre, a la ventana de su estudio para dirigir un discurso. En su saludo a los participantes de la procesión con antorchas organizada por la Acción Católica Italiana, que celebraban la Apertura del Año de la Fe, dijo el Papa: «Hace 50 años, yo también estaba en esta plaza, mirando a esta ventana a la que se asomó el Beato Juan XXIII, que pronunció palabras inolvidables, llenas de bondad, que salían del corazón. Éramos felices y estábamos llenos de entusiasmo. El gran Concilio ecuménico se había inaugurado; estábamos seguros de que llegaba una primavera para la Iglesia… Hoy también somos felices, pero podríamos decir que es una alegría, quizás, más sobria, una alegría humilde. En estos cincuenta años…, hemos visto que en el campo del Señor también hay siempre cizaña. Hemos visto que en la red de Pedro también hay peces podridos. Hemos visto que la fragilidad humana también está presente en la Iglesia, que la barca de la Iglesia también navega con viento contrario, en medio de tempestades que la acechan y, a veces, hemos pensado: El Señor duerme y se ha olvidado de nosotros… Pero también hemos tenido una experiencia nueva de la presencia del Señor. El fuego del Espíritu Santo, el fuego de Cristo no es un fuego devorador o destructor; es un fuego silencioso, es una pequeña llama de bondad y verdad que transforma, que da luz y calor. Hemos visto que el Señor no nos olvida… Sí, Cristo vive, y podemos ser felices también ahora porque su bondad no se apaga. Al final, me atrevo a hacer mías las palabras del Papa Juan: Id a vuestras casas, dad un beso a los niños y decidles que es un beso del Papa.