Diciembre de hace cuarenta años inició sus días pleno de expectativas y esperanzas. Nada parecía consolidado, pero gran parte de los españoles estaban dispuestos a comprometerse en un proyecto de escucha, diálogo y solidaridad, aun sacrificando algunos de sus sueños y proyectos La conocida homilía del cardenal Tarancón en los Jerónimos propuso las sugerencias de una Iglesia que había ido purificándose y renovándose, sobre todo, a partir de la celebración del Concilio Vaticano II. Iglesia que renunció a oropeles y privilegios, escuchó más a los ciudadanos y sintonizó con el signo de los tiempos, teniendo en cuenta las palabras de Juan XXIII al inicio del Concilio: «Ahora más que nunca debemos dedicarnos a servir al hombre en cuanto tal y no solo a los católicos; a defender sobre todo y en todas partes los derechos de la persona humana y no solamente los de la Iglesia católica».
La Iglesia y la política
A finales de 1973, los obispos españoles publicaron La Iglesia y la política, documento en el que optaron claramente por la democracia y la defensa de los derechos humanos, en actitud compartida por los movimientos apostólicos y la mayoría de sus fieles. La homilía de Tarancón no supuso, pues, una novedad, pero sí el compromiso compartido del clero y los creyentes: «La Iglesia debe proyectar la palabra de Dios sobre la sociedad, especialmente cuando se trata de promover los derechos humanos, fortalecer las libertades justas o ayudar a promover las causas de la paz y de la justicia con medios siempre conformes al Evangelio». «La Iglesia nunca determinará qué autoridades deben gobernarnos, pero sí exigirá a todas que estén al servicio de la comunidad entera; que protejan y promuevan el ejercicio de la adecuada libertad de todos y la necesaria participación común en los problemas comunes y en las decisiones de gobierno; que tengan la justicia como meta y como norma y que caminen decididamente hacia una equitativa distribución de los bienes de la tierra».
La homilía muestra una Iglesia decididamente conciliar y con actitud pastoral renovada. La de hace 40 años era una Iglesia más potente que la actual, consciente de las dificultades, pero con la determinación de estar humildemente presente en la sociedad moderna. Los políticos y fuerzas sociales aceptaron concordar con ella no tanto por convencimiento cuanto por su deseo de conseguir una transición pacífica y aceptable y por el prestigio que había adquirido la Iglesia a lo largo de los últimos años. Tarancón, por su parte, resultó providencial. Supo captar lo que deseaban los españoles, intuyó el signo de los tiempos y exigió lo posible. Esto y su conocimiento del pasado le ayudaron a comprender la imposibilidad y peligrosidad de la tentación de conformar un partido católico. Es en un Estado secular y laico donde la comunidad creyente debe convertirse en un testimonio de honradez, transparencia y solidaridad, una comunidad prestigiosa no por su poder sino por su integridad y capacidad de colaboración.
Somos una minoría
El cardenal Sebastián ha reconocido que somos una minoría y, aunque seamos la primera minoría, debemos aceptarlo y comportarnos en consecuencia. Aunque la Iglesia cuente con muchos más practicantes que afiliados los partidos, sindicatos y movimientos, ya no somos lo que éramos y nuestra presencia debe adquirir otros contornos. Es verdad que todavía los medios existentes son superiores al personal y a las necesidades reales, pues, aunque las congregaciones religiosas han descendido en número, sus colegios, iglesias, monasterios y editoriales corresponden a la época gloriosa. Si buscamos el bien común, conviene trabajar unidos entre nosotros y en armonía con los conciudadanos, con menos instrumentos y confiando más en las personas que en los medios.
Tras el Concilio se buscó una Iglesia menos politizada, menos comprometida con el poder, y hoy somos conscientes de que, aunque a veces tropezamos en la misma piedra, la mayoría de nuestros obispos, clero o creyentes están por la labor, porque son conscientes de que ese no es el camino y que si lo tomamos no llegamos a ninguna parte. Creo que el cardenal Blázquez piensa así.
En el posconcilio la Iglesia ha optado por ser el testigo de la misericordia de Cristo en una sociedad más secularizada, muy plural y menos religiosa de lo que habíamos supuesto.