Ayer miércoles llegaba a su culmen la visita de cinco días que Juan Pablo II ha realizado a Ucrania. En el hipódromo de Lvov, bastión del martirio de los católicos de rito oriental, beatificó a 27 mártires de la persecución soviética y del nazismo. Para comprender las lágrimas de los cientos de miles de fieles presentes en el acto más multitudinario de la visita es necesario conocer algo de la historia de esta joven República. Los participantes en la liturgia divina, como llaman estos cristianos a la celebración eucarística, tienen entre sus familiares a algún padre, tío o conocido que estuvo encarcelado o que murió por un solo motivo: ser fiel al Papa, negándose a la imposición de Josif Stalin de pasar a la Iglesia ortodoxa rusa.
¡Tierra de Ucrania, empapada por la sangre de los mártires, gracias por el ejemplo de fidelidad al Evangelio que has ofrecido a los cristianos de todo el mundo!, exclamó el Pontífice nada más aterrizar en Kiev, el sábado anterior. Tantos hijos e hijas tuyos han caminado en plena fidelidad a Cristo; muchos de ellos han llevado su coherencia hasta el sacrificio supremo. ¡Que su testimonio sea para los cristianos del tercer milenio ejemplo y estímulo!, añadió.
Una larga espera
Para los más de cinco millones de católicos de Ucrania, estos cinco días no han sido la simple visita pastoral de un Pontífice. Se trata más bien del abrazo de dos enamorados que no han podido verse desde hace mucho tiempo. Karol Wojtyla ha seguido durante toda su vida las vicisitudes de sus hermanos católicos vecinos, desde que tenía 19 años. En Ucrania occidental, de hecho, hizo su servicio militar en julio de 1939, dos meses antes del estallido de la segunda guerra mundial. Como lo ha demostrado pronunciando casi todos los discursos en ucraniano, domina bastante bien el idioma, que para él fue más fácil de aprender que el ruso. En sus años de seminario y en sus primeros años de sacerdocio, seguía con pasión las pocas noticias que se filtraban sobre la Iglesia del silencio, condenada a la extinción únicamente por ser fiel a Roma. En particular, ha admirado durante toda su vida la figura del arzobispo greco-católico de Lvov, Josif Slipyi, símbolo del martirio de su pueblo.
Cuando fue elegido Papa, uno de los países que siguió con mayor interés y sorpresa el acontecimiento fue precisamente Ucrania. De hecho, en el encuentro con el Consejo Pancristiano y con las Confesiones Religiosas, en Kiev, el domingo pasado, hasta el rabino jefe de Kiev, Yaakov Dov Bleich, recordó aquel día con emoción ante el Papa, ortodoxos, protestantes y musulmanes.
En esos años, la KGB, que había privado de sus edificios de culto a los cristianos fieles al Papa, interrumpía en ocasiones las divinas liturgias celebradas por esos cristianos en sus propias casas. La situación cobró un giro inesperado cuando Mijaíl Gorbachov viajó a Roma para encontrarse con Juan Pablo II, en 1989, y restituyó a los católicos ucranianos la libertad religiosa.
Católicos de rito latino
Después, el Pontífice ha seguido paso a paso la primera década del renacimiento de la Iglesia católica en Ucrania. El 21 de febrero de 1988, en secreto total, nombró cardenal in pectore al cardenal Marian Jaworski, arzobispo de Lvov, de los cientos de miles de católicos de rito latino. La red diocesana de estos católicos, muchos de origen polaco, quedó demantelada cuando el territorio fue anexioando a la Unión Soviética. Buena parte del clero y muchos fieles fueron deportados. Sólo alrededor de un centenar de parroquias permanecieron bajo el severo control del Gobierno. A partir de la independencia de Ucrania se volvieron a abrir y se inauguraron parroquias. Hoy estos católicos cuentan con 807 comunidades, 50 monasterios, 309 monjes y monjas, 431 sacerdotes, 713 iglesias y otras 74 de nueva construcción.
El mismo día en que revelaba el nombre in pectore del ucraniano cardenal Jaworski, el Papa hacía pública, el 28 de enero pasado, su intención de crear cardenal a Lubomyr Husar, recién elegido arzobispo de Lvov y guía de los cinco millones de greco-católicos. Hoy día están divididos en 3.317 comunidades, y cuentan con 79 monasterios, 1.168 monjes y monjas, 1.872 sacerdotes, 2.777 iglesias y otras 305 que se están construyendo.
Modelo de unidad
El lunes pasado, al participar en la divina liturgia greco-católica en Kiev, Juan Pablo II consideró que estos cristianos de rito oriental constituyen una auténtica senda para la posible unidad entre las Iglesias ortodoxas y Roma. Vuestra coexistencia en la caridad está llamada a ser modelo de una unidad que tiene lugar en un legítimo pluralismo, y que está garantizada por el obispo de Roma, el sucesor de Pedro, aclaró. En efecto, estos católicos eligen en Sínodo a sus obispos –varones casados pueden llegar a ser sacerdotes–; mantienen el rito bizantino y las tradiciones comunes a la Iglesia ortodoxa. Sin embargo, mantienen su unidad con el resto de la Iglesia universal gracias a la comunión con el Papa.
Ellos son quizá la prueba de esa propuesta que ha lanzado el Pontífice en su encíclica sobre el ecumenismo, la Ut unum sint, en la que expone su disponibilidad a discutir con teólogos y pastores de otras Iglesias y confesiones cristianas, para encontrar una forma de ejercicio del Primado que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva (n. 95).
Ésta es la propuesta que pudo plantear precisamente el cardenal Husar en la primera entrevista suya que aceptó publicar un periódico ruso, Nezavisimaja Gazeta (El Periódico Independiente), del pasado 14 de junio, en el que, tratando de desmontar prejuicios moscovitas, mostraba cómo él tiene la misma libertad que un obispo ortodoxo, pero, además, vive en comunión con toda la Iglesia universal, a través del Papa. Es más, considera que hoy el único capaz de reconciliar al Patriarcado ecuménico de Constantinopla, primus inter pares de la ortodoxia, y al Patriarcado de Moscú, que desde hace años están en abierto enfrentamiento, es el obispo de Roma.
Futuro incierto
Ahora bien, Juan Pablo II no sólo llegó a Ucrania pensando en el pasado. Le preocupa sobre todo el futuro del cristianismo en estas tierras. El 40% de la población del país se dice atea. La separación entre los cristianos constituye un auténtico escándalo para la gente de la calle. Además, la herencia soviética es durísima, con un precio muy elevado en divorcios, abortos, violencia, drogadicción, alcoholismo, sida…
Los modelos de vida hedonistas y materialistas presentados por muchos medios de comunicación, la crisis de valores que atraviesa la familia, la ilusión de una vida fácil que excluye el sacrificio, los problemas del paro y la inseguridad del futuro producen, con frecuencia, en los jóvenes una gran desorientación, haciéndoles disponibles a propuestas de vida efímeras y sin valores, o a preocupantes formas de evasión, denunció el Pontífice.
Ante esta situación, el Papa pidió para Ucrania un regreso al futuro. A este país, cuna del cristianismo eslavo, le recordó las grandes lecciones que ha dejado el comunismo: Si se quita a Dios del mundo, no queda nada verdaderamente humano. Sin mirar al cielo, la criatura pierde el horizonte del propio camino en la tierra. En la base de todo humanismo auténtico está siempre el reconocimiento humilde y confiado de la primacía de Dios.