Tres meses detrás de una ventana
En el mejor de los casos, los ancianos de las residencias españolas van a pasar tres meses prácticamente aislados en sus habitaciones, en un drama que todavía está por contar, y del que saldrán más deteriorados tanto en lo físico como en lo cognitivo
«Más allá de las masacres que el coronavirus ha realizado en las residencias, la soledad y el drama de los ancianos que han sobrevivido son brutales», afirma Pepa Setién, coordinadora de Pastoral de la Salud en la Vicaría VIII de Madrid, y encargada de un grupo de voluntarios que visita a ancianos al norte de la capital. «El 8 de marzo nos empezaron a decir que las visitas se iban a restringir en las residencias, y según lo que he podido ver en los decretos del Gobierno, como muy pronto empezarán las visitas el 8 de junio. Van a ser tres meses de absoluta soledad para ellos».
Los primeros momentos de la pandemia fueron de incredulidad para los mayores, «pero enseguida vino el pánico», cuenta Setién, porque «rápidamente los apartaron de los lugares comunes y los recluyeron en sus habitaciones. Están viviendo una realidad durísima, porque en tres meses solo van a poder ver a las personas que les llevan la comida y que los asean, sin salir de su habitación, y eso será apenas unos minutos, porque el que se queda algo más dejando la bandeja de la comida ya se queda mucho tiempo. Están todo el día solos».
Setién piensa ya en el día después, y el panorama no es alentador: «Tanta soledad no hará más que aumentar su enfermedad y su dependencia. El que tenía los despistes propios de su edad saldrá con una demencia importante; el que ya tenía demencia va a estar muy mal. Y, por la falta de movilidad, el que tenía una muleta saldrá con dos; y el que iba con dos, saldrá en silla de ruedas. La vuelta va a ser terrible».
«La vida por la ventana de su habitación, eso es todo lo que van a ver en tres meses. Son los grandes olvidados de la pandemia», dice Setién, quien comenta cómo es el panorama actual de las residencias: «Por lo que hemos podido hablar con algunos por teléfono, están asustados, no saben nada de sus amigos. En las residencias que conocemos ha habido varios ingresos por ansiedad. Cuando vuelvan a la sala de la televisión irán contando a ver quién falta. Es un drama».
Álvaro Medina, presidente de Vida Ascendente, relata una realidad parecida: «Lo que ha pasado –y lo que está pasando– es dramático», asegura. «Las residencias son centros de concentración de personas de alto riesgo, pero no han recibido ninguna ayuda, ni tests, ni EPI…». Medina explica la historia de una mujer que ha pasado dos ictus en una residencia y «no ha recibido asistencia hospitalaria; hay ancianos que han fallecido, por coronavirus y por otras razones, y han pasado horas y horas allí porque nadie iba a recogerlos». «Algunos han precisado oxígeno y no les han facilitado bombonas. Ha sido dantesco». Los ancianos, atestigua, «han pasado mucho miedo. Parece que las residencias han estado demonizadas» estas semanas.
Para Medina, «debe de haber sido muy complicado para un responsable sanitario tener que elegir a quién dar un tratamiento cuando no había para todos». «Me imagino que han tenido que decidir quien tenía más posibilidades tuviera de sobrevivir, y los últimos han sido los mayores».
¿Cree que se les ha colocado un estigma? «No lo creo. Lo sé. Es lo que ha ocurrido», afirma taxativamente Medina, para quien «los ancianos sufren terriblemente esta situación. Tenemos que tener muy en cuenta lo que ha pasado, ahora y en el futuro».