Tres meses de vida y una misión
Primero sufrió malos tratos y se quedó viuda; luego llegaron los problemas económicos, la enfermedad grave de su pareja y un embarazo difícil desde el principio, el de su sexta hija. Los médicos la presionaron, primero, para que abortase y luego para que redujese los cuidados a su hija y la dejase morir. Se negó y disfrutó de ella tres meses, hasta que falleció el pasado mes de febrero. Es la historia de Vanesa Pérez Becerra, la madre que la Universidad CEU San Pablo acaba de reconocer con el Premio Bárbara Castro: A un corazón de madre
La de Vanesa Pérez Becerra, extremeña de 37 años, es una historia, ahora que estamos en el tiempo, de Pascua. Una historia en la que la muerte es sometida por la vida, en la que el mal no tiene la última palabra, donde la cruz, y qué cruz, acaba en gloria. Y esto no significa que la historia tenga un final feliz, pero sí personas felices. Vanesa acaba de ser galardonada con el Premio Bárbara Castro. A un corazón de madre, que otorga la Universidad CEU San Pablo para reconocer, en este caso, la vivencia de la maternidad en situaciones de dificultad. Ella dio vida a Irene a pesar de la presión de los médicos para que abortara y, ya en este mundo, se negó a que le bajaran los cuidados para que falleciese antes. La pequeña, que vino con una enfermedad tan grave como rara, luchó como la que más y regaló a sus padres tres meses de vida, además de una misión: la de defender, con su testimonio, la vida de los niños como ella.
La vida de Vanesa ya no estaba siendo fácil antes de que se quedara embarazada de Vanesa, su sexta hija. Fue víctima de malos tratos durante 12 años, se quedó viuda a los 29 y justo cuando recibe la noticia de que llega Irene descubren a su actual pareja un tumor que ahora le tiene en silla de ruedas. A todo ello se suman los problemas económicos, por lo que tienen que pedir ayuda a RedMadre San Fernando, donde vivían. «Mi pequeña no vino en el momento oportuno, pero no dudamos en darle vida a pesar de las dificultades económicas y de salud», explica la propia Vanesa. Luego, todo empeoró: «Empecé a disfrutar de mi embarazo hasta que llega la primera ecografía. La ginecóloga nos dice que, con lo que ha visto, la mejor opción es abortar. Incluso nos pone delante los papeles del consentimiento. Aguanté el tirón y tragué saliva para no salir corriendo, y nos fuimos. En las siguientes citas, el diagnóstico empeoraba y la presión para que la abortáramos crecía. Nos negamos. Teníamos muy claro que Irene iba a nacer».
Las semanas fueron pasando y las malas noticias caían como losas, pero Vanesa no perdió nunca la esperanza; mantuvo siempre la ilusión por ver a su hija. Hasta la semanas 35, cuando el estado de Irene obliga a intervenir y, tras descartar la provocación del parto porque la pequeña no soportaría las contracciones, los médicos se deciden por una cesárea. Así vio Irene la luz, pero no pudo ver siquiera a su madre nada más llegar, pues su estado era gravísimo. No respiraba. No tenía ninguna de las enfermedades que le habían vaticinado antes de nacer; Irene sufría una mutación en el cromosoma cinco, que afecta a muy pocas personas en todo el mundo. Entonces, los médicos recomendaron a los padres de la pequeña cuidados de confort y que la niña se fuese apagando poco a poco. Una vez más, Vanesa dice no. No quiere que sufra, pero tampoco que se escatimen cuidados. Finalmente, Irene fallece el 23 de febrero de 2018. Y su madre, habiendo vivido todo esto, habiendo sufrido, reconoce a Alfa y Omega que la habría vuelto a tener.
«Nunca dudé»
«Desde que nació, mi hija superó muchas cosas, tuvo días mejores y peores, otros horribles, pero ahí estaba mi campeona, mi orgullo, el amor de mi vida, luchando contra viento y marea por regalarme un día. Su padre y yo hemos sufrido la presión de los pediatras para que bajásemos los cuidados pero siempre nos hemos mantenido firmes. Nunca dudé de si merecía la pena, nunca me hice preguntas, siempre dije que hasta que Dios quisiera y mi hija, cansada, quisiera despedirse de nosotros. Hace poco más de un mes que mi pequeña decidió marchar; tuvo una muerte dulce y digna, su corazón no podía más y yo decidí que lo hiciera en mis brazos. Murió con besitos y abrazada, escuchando cuánto la quería y dándole las gracias por haber aguantado tres meses para que nosotros pudiésemos verla, tocarla…».
Después del fatal desenlace, Vanesa no ha perdido la esperanza, pues «la vida sigue y no te puedes hundir». Además, da la clave para afrontar el sufrimiento, palabras que le dijo un sacerdote y que lleva grabadas en su interior: «No es lo mismo sufrir en la cruz que abrazarte a ella».
Y lanza un último mensaje: «Prefiero superar el perder a mi hija, sabiendo que le he dado la vida, que pensar en un aborto y no poder acariciarla, besarla o ponerle cara. Hay salida y soluciones, hay que buscar lo positivo y pensar, como hicimos, que el bebé es un regalo. Debemos valorar el tiempo y todo lo que tengamos. Nunca dudéis sobre la vida de un hijo».