Tres «faros de esperanza» para los migrantes de El Hierro
Darwin, Gabriel y José Manuel son los tres únicos sacerdotes de la isla de El Hierro. Se han hecho voluntarios de Protección Civil para estar más cerca de los miles de migrantes rescatados en sus costas
El hombre se bajaba del cayuco a cámara lenta. Como si cada paso fuera una puñalada. Deshidratado, con el cuerpo lleno de llagas y con la mirada perdida, casi no podía sostenerse en pie. Había salido de Malí hacía ya mucho tiempo, después de que, una noche, unos guerrilleros locales entraran en su pueblo y asesinaran a sangre fría a su padre y a su hermano. Desde aquel momento supo que la única manera de salvar su vida era marcharse de allí. Ahora, incapaz de contar los días que ha pasado en alta mar, ha sido rescatado en la isla más occidental del archipiélago canario, El Hierro.
«El ritmo de la isla ha cambiado, ¡para bien!», cuenta Darwin Rivas. Él es natural de Venezuela y uno de los sacerdotes que atienden a los fieles en la isla. Con una población de 11.000 habitantes, El Hierro ha acogido en los últimos meses a alrededor de 7.000 personas más, según Cáritas Diocesana de Tenerife. Cada día, Salvamento Marítimo avista nuevas pateras a la deriva en las que viajan, entre ellos, muchos menores no acompañados. Según Caminando Fronteras, el año 2023 se ha situado como el más mortífero desde que empezaron a registrar llegadas en 2007, con más de 6.000 muertos en las rutas de acceso a España. Una media de 18 cada día. Cifras que hielan la sangre pero también invitan a actuar. «Quedarse viendo el dolor desde fuera sería lo fácil», asegura Rivas en conversación para Alfa y Omega. Él, junto a José Manuel Urbina y Gabriel Hernández son los únicos tres párrocos de la isla. Desde que supieron que Cáritas no tenía permiso para entrar en el Centro de Atención Temporal de Extranjeros (CATE) de El Hierro, se formaron como voluntarios de Cruz Roja. Mientras esperan su título de primeros auxilios para poder atender las llegadas en el propio muelle, no dudaron en hacerse también voluntarios de Protección Civil. De esta manera podrían acceder al CATE y estar más cerca de los migrantes recién llegados.
«Lo vivimos con entusiasmo y oración. Nosotros no somos ningunos héroes, solo hacemos con alegría lo que pide el Evangelio. Nuestra vida cambia porque vemos el dolor de los demás». Pero Rivas no solo se refiere a las quemaduras por gasolina o a la deshidratación, sino también heridas psicológicas que marcan de por vida. Traumas que llegan tras tener que arrojar por la borda a tus seres queridos porque han muerto de sed en la patera.
Gabriel Hernández tiene 27 años y fue ordenado sacerdote hace apenas dos. No deja de sorprenderse de cómo los propios feligreses y vecinos de la isla hacen hueco dejando sus trabajos y familias para echar una mano, ya sea repartiendo comidas, mantas, ofreciendo té o simplemente haciendo compañía. «Como sacerdotes, lo que intentamos es aportar ese sentido espiritual y religioso, porque es a Jesús al que estamos ayudando», dice. Aseguran que tenían una forma de ayudar y la han asumido. Sin sentirse mejor que nadie; uniendo sus manos a toda una red de vecinos, feligreses y voluntarios. De hecho, el Papa Francisco, consciente y muy informado de la situación, envió en noviembre una carta a las diócesis canarias para agradecerles toda la labor que están haciendo. Los invitó a construir «redes de amor» y ser «faros de esperanza que sanen las heridas de los que sufren».
Los curas de El Hierro aseguran que esta situación está cambiando las rutinas y mentalidades de la gente de la isla. Desde las homilías hasta los bares, cualquier sitio es bueno para «desmontar mitos sobre los migrantes y recordarles que son seres humanos con la misma dignidad». Darwin, Gabriel y José Manuel comparten una misma tarea y reconocen que «no somos los protagonistas de esta historia». Saben que ese lugar les pertenece a los miles de personas que se juegan la vida y mueren en nuestros mares. Pero mientras tanto ellos cada día, como parte de la Iglesia universal, se ponen el chaleco de voluntarios una vez más.