Me acuerdo que he oído en la iglesia una expresión en el prefacio de la misa de los santos que me da mucho que pensar. Se emplean estas palabras: «Porque nos concedes la alegría de celebrar la fiesta de san…, fortaleciendo a tu Iglesia con el ejemplo de su vida, instruyéndola con su palabra, y protegiéndola con su intercesión». En efecto, los santos nos instruyen con su palabra. Esto es mucho más que una recopilación de frases útiles o ingeniosas, propias para ilustrar una agenda o un calendario. En el caso de don Bosco, como en el de los demás santos, su palabra es una invitación a alimentar nuestra vida cristiana con la Palabra que tenemos que escuchar y poner en práctica.
En un viaje a Francia compré un ejemplar de Magnificat, esa excelente publicación que ayuda a tantos cristianos a seguir la misa diaria, y allí encontré una serie de frases seleccionadas de don Bosco. Entre ellas he escogido tres para meditarlas en su fiesta. Dos son para la acción y una tercera para la contemplación, aunque para un auténtico cristiano no cabe separar una de la otra.
«Sin afecto, no hay confianza, y sin confianza, no hay educación… ¿Quieres ser amado? ¡Ama! Pero eso no basta: es preciso que tus alumnos no solo sean amados por ti, sino que se sientan amados».
Para un profesor, como es mi caso, este es un consejo de oro. A mí me recuerda lo que dicen de Jesús en el evangelio: que enseñaba con autoridad y no como los escribas (Mc 1, 22). El papa Francisco señala que autoridad es sinónimo de cercanía. Es la cercanía la que da ascendiente a un profesor sobre sus alumnos, le infunde autoridad. No todo el mundo lo entiende así. Dicen que hay que guardar las distancias porque el profesor no es un compañero más. Nunca podrá serlo aunque se lo propusiera, aunque su actitud no ha de ser la del sabio que guarda secretamente sus saberes y los esgrime como arma arrojadiza de su autoridad. Es triste que se nos diga, y no solo en la educación, que es preferible ser temido que amado. Es un consejo de los que figuran en El Príncipe de Maquiavelo, modelo de aquellos que en el Renacimiento querían clausurar los tiempos cristianos con el retorno a la época de los emperadores romanos, aunque en las formas externas se considerara adecuado mantener un barniz de cristianismo. La revolución de la ternura, que muy probablemente tenga en el papa Francisco influencias de sus contactos con los salesianos, está todavía por desarrollar. Algunos se empeñan en la revolución del odio como supuesto requisito para un mundo más justo. En cambio, Don Bosco, de la mano de Jesús, nos propone la revolución del amor, empezando por los más pequeños. Pero debemos también manifestarles con nuestros gestos, nuestras actitudes que les queremos.
«Trabajad siempre con la dulzura de san Francisco de Sales y la paciencia de Job. Haz todo lo que puedas. Dios hará todo lo que no puedas hacer».
Vivimos en un mundo que repite como un mantra: eficacia, eficacia, resultados, resultados, triunfos, triunfos… Todo lo que no sea así es desperdiciar la vida, que además se escapa día a día y hay que aprovecharla porque no debe de haber otra cosa. La consecuencia es que cada uno vive para sí y la sociedad se reduce a un agregado de individuos de vínculos débiles y pensamientos en continua mudanza. Don Bosco no piensa así. Tiene un buen maestro, san Francisco de Sales, el santo de la dulzura y de la inteligencia del corazón, el hombre que no concibe la defensa del catolicismo como una lucha política en la que hay que descabezar a los enemigos. Según san Francisco, la miel es más eficaz que la hiel, aunque no lo crean algunos autores de manuales de autoayuda, apóstoles de la propia autoafirmación. Además estos planteamientos parten de una idea equivocada: todo lo que somos lo debemos a nuestras propias fuerzas. Este es el camino que lleva a la desmoralización. Por el contrario, un cristiano se considera hijo de Dios, de un Padre que nunca le abandona, pese a las apariencias. El cristiano debería meditar a menudo estas palabras bíblicas, dirigidas a Josué: «No tengas miedo ni te acobardes, porque el Señor, tu Dios, estará contigo dondequiera que vayas» (Jos 1, 9).
«¿De dónde viene el que sintamos tan poco gusto por las cosas espirituales? Es porque nuestro corazón ama poco a Jesús crucificado…».
Hay quien dice que la religión es algo aburrido, no entiende las ceremonias y es insensible a las imágenes porque no ha recibido una educación cristiana. Piensa que lo espiritual es una evasión de la realidad. Pero la fe también apela a nuestra sensibilidad. Don Bosco recomienda mirar al Crucificado, mirar a Alguien que por amor nos lo ha dado todo. Tenemos que mirarlo para caer un poco en la cuenta de que Él ha hecho por nosotros. Tenemos que mirarlo también en el sagrario donde nos espera siempre. Crecer en amor a Jesús es crecer en amor a los demás. La vida de Don Bosco es una demostración de que no se puede separar el amor de Dios del amor por los hombres.
Antonio R. Rubio Plo / Salesianos