Juan Pablo II deja en Cuba una brecha abierta, en nombre de Cristo, en el corazón del sistema. Es la vía por la que se producirá el cambio, aunque no sea inmediato, porque, como dicen muchos cubanos, Fidel ha sido y será todo lo que se quiera, pero no es tonto y no puede dejar escapar esta ocasión de poner el reloj de Cuba en sintonía con el del mundo. Lo que ha ocurrido en Cuba es irreversible.
Se lo dijo el Papa a Castro al pie del avión de regreso: Es la hora de emprender nuevos caminos. Si bien el Comandante quiso hasta el último minuto mantenerse firme en sus principios, al despedirle agradeciéndole todas sus palabras incluso aquellas con las que puedo estar en desacuerdo. Quien lo ha visto asegura que Fidel Castro tenía los ojos humedecidos al ver marchar al Papa, y dio un abrazo fuera de protocolo al Nuncio, monseñor Beniamino Stella, al retirarse la escalerilla del avión.
Jugaba en terreno contrario
Es cierto que nunca tantas personas han visto en tan pocos días, en todo el mundo, la Cuba del encuentro del Papa con Fidel. Un Papa físicamente débil y con bastón, a veces cansado, a veces eufórico y conversador, que jugaba en terreno contrario, y ha logrado su propósito de predicar con fuerza a Cristo. No ha dicho nada nuevo, pero, dicho en Cuba en medio de una sociedad ateizante, ante los dirigentes del último régimen comunista occidental… adquiría una dimensión especial. En las calles de La Habana el Papa leía los dogmas del castrismo en grandes pancartas: Socialismo o muerte, Cuba no se doblega, Aquí no tenemos amos, y otros.
Mientras Fidel, duro en sus convicciones, pero humano y atento hasta lo afable, conversaba y bromeaba con su huésped acerca del calor y de que él también tiene problemas con su rodilla. Algunos días su aspecto no era muy saludable. Abría la mano hasta lo imprevisto, como supone el hecho de haber autorizado in extremis la retransmisión de TV a toda la isla de todos los actos del Papa, y haber asistido en persona al encuentro con los intelectuales en el Aula magna de la Universidad de La Habana, cosa que no estaba anunciada. Dejó sin aliento a los más duros del régimen. El haber asistido el domingo, en la plaza de José Martí, a la gran Misa de La Habana cuya homilía ha sido el punto culminante del mensaje del Papa a Cuba, era más o menos esperado, pero no por ello menos significativo.
Hacía 39 años que Fidel no oía misa. Así el Papa comentaba horas después, ante obispos, clero y laicos, que no en balde era el día 25 de enero, fiesta de la Conversión de san Pablo, y que había predicado la verdadera revolución, la de Cristo. ¿En quién pensaban todos?
Visita positiva
Juan Pablo II está más que satisfecho de sus cinco días en Cuba. Una visita positiva que ha ido in crescendo en la alegría y en la fuerza del mensaje. Los momentos destacables son, por una parte, la misa de Camagüey y Santiago de Cuba, y por otra, el encuentro en la Universidad y la Misa en la plaza José Martí. En los dos primeros, el mensaje fue dedicado a los valores cristianos de la familia y de la vida, de la paz y de la reconciliación, así como del estímulo de los jóvenes.
En la Universidad, donde recibió una ovación de 6 minutos, el Papa dejó planteado el diálogo cultural y dio una lección magistral sobre los criterios para una Cuba independiente y libre, que sea ella misma, desarrollada como la que querían el padre Varela, que pronto será beatificado, y José Martí. Varela defendía las raíces cristianas de la cubanidad y abogaba, en los tiempos de lucha por la independencia, por los cambios graduales para llegar a las grandes reformas. De Martí elogió su espíritu democrático.
Un Estado moderno no puede hacer del ateísmo o de la religión uno de sus fundamentos políticos, decía Juan Pablo II en la plaza de la Revolución, teniendo enfrente a Fidel Castro, acompañado por Gabriel García Márquez, y varios ministros, y, ante medio millón de cubanos que le interrumpían, con eslóganes y aplausos, cuando hablaba de libertad y democracia. El ambiente de la plaza era impactante, inolvidable: el Papa conversaba con la multitud.
Castro y la iglesia, satisfechos
La Iglesia en Cuba, desde el cardenal Ortega al último católico, están eufóricos y emocionados, por la confirmación en la fe que han recibido y por la carta de ciudadanía que les saca de la clandestinidad, por el compromiso al que se les ha llamado de trabajar por la reconciliación y por la paz.
Fidel Castro ha recibido del Papa el apoyo que deseaba tener, al condenar Juan Pablo II, en tres de sus discursos, el inhumano bloqueo económico a que someten a Cuba los Estados Unidos, y también se ha sentido satisfecho por la condena al ultraliberalismo que hace a los ricos más ricos y a los pobres más pobres, que subordina la persona humana y condiciona el desarrollo de los pueblos a las fuerzas ciegas del mercado.
El pueblo cubano tiene ahora la esperanza de que, poco a poco, comiencen los cambios. Del pulso aquel del que tanto de ha hablado entre los dos colosos de este siglo, el gran ganador es el pueblo cubano.