¿Trabajo digno?
Uno puede ir a la fábrica por la mañana a cumplir con su contrato, a ganarse el jornal, a realizarse, a sacar adelante a su familia o a hacer del mundo un lugar mejor, pero nadie va al curro con el objetivo de no morir ese día
Estamos llegando al final de la semana. Eso significa que ya han muerto seis o siete personas en accidentes laborales en España. Dos cada día. La peña la palma todo el rato, no hay nada de raro en ello. Lo que nos escandaliza no es la muerte —la hermana muerte—, sino la injusticia. Nos indignan los asesinatos, nos estremecen los suicidios, gastamos (y nos parece bien) millones de euros en campañas para prevenir la siniestralidad en carretera. Sin embargo, los accidentes laborales no dan muchos titulares, más allá de la cifra, que por otra parte resulta escandalosa. En nuestro país muere en el trabajo la mitad de gente que en coche.
«¿De qué se ha muerto?». «De accidente laboral». Como cuando antes alguien se moría de pena, de una fiebre o del cólico miserere. No es lo mismo resbalarse al limpiar una escalera, caer mal y abrirse la cabeza que desplomarse de un cable de alta tensión y que falle un arnés en mal estado. Los accidentes ocurren, por supuesto, sin que nadie lo quiera o lo busque. Pero ocurren con más frecuencia cuando el conductor va borracho, supera el límite de velocidad, invade el carril contrario o se ha distraído respondiendo un mensaje. Puede cruzarse un jabalí en la carretera comarcal o la furgoneta puede patinar un día de helada. Hemos de convivir con esas posibilidades, pero es una gravísima responsabilidad moral hacer lo posible por evitar lo evitable. Tienen mayor obligación los legisladores que los conductores; los patronos que los obreros.
La cifra resulta escandalosa por la propia naturaleza del trabajo. Uno puede ir a la fábrica por la mañana a cumplir con su contrato, a ganarse el jornal, a realizarse, a sacar adelante a su familia o a hacer del mundo un lugar mejor, pero nadie nunca va al curro con el objetivo de no morir ese día. Se escuchan muchas consideraciones acerca de lo que es un trabajo digno. Y hacemos bien en hablar de ello, porque el hombre está en la tierra para eso, ut operaretur, y, junto con el dormir, es el asunto al que dedicamos más horas de nuestra vida. Es importante que nos preguntemos cuál es el salario justo para un trabajador o cuáles son las medidas de conciliación que mejorarán la calidad de vida de las familias. Pero para que todo eso tenga sentido hay que preservar antes el bien que posibilita todos los demás: la vida del trabajador.
Sospecho que hablamos más de las implicaciones de la inteligencia artificial en los trabajos creativos o del síndrome del burnout en ejecutivos que de la siniestralidad laboral, porque los que mueren lo hacen en fábricas y almacenes; en tareas de instalación, limpieza y mantenimiento; en la construcción y en el campo. También mueren mucho más los hombres que las mujeres. Y los mayores que los jóvenes. Lo tienen todo: son hombres mayores y de clase trabajadora. ¿A quién le van a importar? El venerable Jérôme Lejeune, que descubrió la causa del síndrome de Down, dijo una vez que la calidad de una civilización se mide por el respeto que profesa al más débil. No creo que esté en condiciones de añadir nada más.