Jesús Vidal, obispo auxiliar electo de Madrid: «Todos tenemos heridas»
Jesús Vidal, uno de los tres nuevos obispos auxiliares de Madrid, seguirá siendo rector del seminario tras su ordenación episcopal
«Los católicos no somos distintos a los demás»: el mismo deseo de plenitud, la misma fragilidad… La única diferencia es que «hemos encontrado un médico», a la única persona capaz de saciar esa «sed». Jesús Vidal (Madrid, 1974) repite en más de una ocasión este mantra durante la entrevista. El nuevo auxiliar de Madrid se convertirá el 17 de febrero en el obispo más joven de España, sin dejar de ser un hombre plenamente hijo de su tiempo. Antes de ingresar en el seminario estudió Ciencias Económicas y Empresariales en la Universidad Complutense. Él lo atribuye simplemente a sus miedos y prevenciones antes de decirse a responder a una llamada que le rondaba ya desde la infancia, pero en todo caso esa experiencia fuera de las sacristías le ha ayudado a convertirse en un cura todoterreno, que lo mismo vale para párroco que para consiliario de la Acción Católica o de Manos Unidas. A la espera de que se concreten sus nuevas responsabilidades en la diócesis, Jesús Vidal seguirá siendo rector del Seminario Conciliar, al menos hasta final de curso, por lo que se retrasará su mudanza al palacio episcopal junto al cardenal Osoro y los demás auxiliares.
¿«Tengo sed»? [este el lema episcopal que ha elegido Jesús Vidal].
Tengo sed de la sed de Dios por los hombres, quiero que Dios me la comunique. En mi proceso vocacional y en estos años de sacerdocio he vivido con mucha fuerza la sed que Dios tiene de mí, su gran amor. Y la forma que he encontrado que mejor expresa sintéticamente esto es el grito de Jesús en la cruz. Pero también hay una sed en todos nosotros que se expresa en el deseo de felicidad y de plenitud que todos tenemos, incluso en quien tiene una adicción y que, en el fondo, lo que intenta es descansar su corazón en algo. Como sacerdote he experimentado en mucha gente a la que he acompañado que Jesucristo es el único capaz de saciar realmente esta sed.
¿Qué puede hacer la Iglesia para saciar esa sed?
Hacernos cercanos a los hombres, como Jesucristo. Creo que la iglesia ha de ser así, porque esta vida que Jesucristo quiere darnos solo se transmite por contagio.
Al presentar a sus tres nuevos auxiliares, el cardenal Osoro habló de un ministerio episcopal muy capilar, que llegue a todos los rincones de la diócesis y la sociedad madrileña…
Hemos de llegar a todos porque Cristo quiere que lleguemos a todos. A veces seremos bien recibidos; otras veces, de primeras, no lo seremos tanto, pero eso no debe desanimarnos ni apartarnos de un tipo de presencia sencilla y humilde, mostrando a la gente que Dios nos ama y está contento con nosotros. Porque a veces se tiene una imagen del cristianismo como si Dios estuviera siempre enfadado, y en la que, haga yo lo que haga, no llegaré nunca a cumplir nunca las expectativas que Él tiene de mí, y eso no es verdad: Jesucristo está contento con nosotros y nos ama, como estaba contento con los apóstoles. Por eso entregó su vida por nosotros y por eso también nos va corrigiendo para que nuestro seguimiento y nuestra semejanza a Él sea cada vez mayor.
Las reacciones a estos nombramientos en la diócesis de Madrid han sido en general muy positivas. ¿Con cuáles se queda?
Lo primero, con la alegría de los sacerdotes, de los que nos conocen y también de otros con los que no hemos tenido todavía trato personal. Es la alegría de la Iglesia no por tanto por nosotros personalmente, sino por lo que significa que Dios se acuerda de su pueblo y le da pastores. Esto es ya en sí un punto de esperanza que provoca alegría en la gente. Y luego me quedo también con la alegría de la gente sencilla en mi parroquia [Santa María de la Cabeza, N. d. R.], en los seminaristas…
En una entrevista que le hicieron seminaristas de Madrid en Radio María tras su nombramiento, empezaron intentando llamarle de «usted» y de «don», pero en seguida desistieron porque les resultaba imposible. ¿Es esa la cercanía al presbiterio y a las comunidades que les pide el cardenal Osoro? ¿Han concretado ya con él las funciones de cada uno?
Todavía no. Lo que sí tenemos claro son dos líneas: la atención a los sacerdotes, animando desde la cercanía a los sacerdotes y fortaleciéndolos en la misión, y estar abiertos y disponibles para todos, de modo que haya una presencia del obispo en todos aquellos lugares en que se necesite. En cuanto a las funciones concretas de cada uno, tendremos para decidirlo todo este curso, en diálogo con los consejos de la diócesis, en función de cuáles se vean que son las necesidades.
¿Cuándo se muda usted con el cardenal y los nuevos auxiliares al palacio episcopal?
Todavía no lo sé. De momento don Carlos cree que es bueno que yo siga en el seminario, que es una institución que necesita estabilidad, así que este tiempo hasta final de curso nos lo tomaremos para discernir si son compatibles las encomiendas concretas que el arzobispo me dé con la tarea de rector.
¿No habrá entonces por ahora en Madrid un piso compartido de obispos?
De momento, estarán Santos y José. Y yo, aunque no sé cuándo me mudaré, tendré también mi lugar ahí. Por otra parte, el seminario está muy cerca…
Uno de los rasgos que destaca en su biografía es la influencia que ejerció en usted la madre Teresa de Calcuta, algo por otra parte bastante común en los sacerdotes de su generación.
Es verdad que, si tengo que reconocer a dos santos de mi juventud, son la madre Teresa y Juan Pablo II. Al repasar la historia del último tercio del siglo XX, ellos han sido tal vez los santos más luminosos para muchos jóvenes, también para mí. Con las Misioneras de la Caridad empecé a tener más contacto ya como sacerdote, cuando fui enviado a la Acción Católica [como viceconsiliario, y después como consiliario, NdR], que organizaba misiones en verano en sus casas en Rumania con niños discapacitados. Así fui generado una relación con el movimiento de sacerdotes Corpus Christi [con la espiritualidad de la madre Teresa]. Con las Misioneras de la Caridad he descubierto una forma muy sencilla de responder a Cristo en la sed que él tiene por los hombres, una sed que también se descubre en aquellos que son los más pobres de entre los pobres, que es en primer lugar esa necesidad de ser amado.
¿En qué se reconoce usted en un pobre de solemnidad, o en un moribundo recogido de la calle?
En que, en el fondo, somos exactamente iguales, porque los dos lo necesitamos todo de los otros. El mayor engaño del hombre, su torre de Babel, es pensar que podemos construir nuestra vida por nosotros mismos. En lo que es esencial, lo necesitamos todo de Dios, y nos llega a través de los demás. Yo, con esas personas, he aprendido a reconocerme indigente. He visto muchas veces como podían reconocer a Cristo con una mirada mucho más limpia que la mía. Recuerdo, por ejemplo, a un chico discapacitado en Rumanía, con comportamientos a veces muy violentos. Me impactó el modo en que se quedaba mirando la custodia durante la adoración. Él estaba viendo algo que yo no he sido capaz de ver nunca.
¿Por qué se hizo usted cura?
Porque Dios me llamó.
Pero tardó un tiempo en madurar la respuesta.
Sí, porque tenía muchas pobrezas que me impedían responder. Tenía muchos límites y miedos que me hacían pensar que yo no podía ser sacerdote, responder al Señor con una llamada tan grande… Por eso me decía a mí mismo que la voz que escuchaba en mi corazón no era real. Y Dios tuvo mucha paciencia conmigo, porque esa llamada no solo no desapareció, sino que, a medida que me fui acercando más a la Iglesia, siempre volvía a aparecer. Fue en el verano de 1995, en un curso de verano con la Acción Católica en el seminario de Burgo de Osma, cuando después de la Eucaristía percibí que Dios derribaba definitivamente todas mis barreras y sacaba de dentro de mí un sí que ya no he podido negar y que ha configurado el resto de mi vida.
Retrasar ese «sí» en todo caso le permitió estudiar en la universidad con otros jóvenes y vivir en primera persona los retos y dificultades de vivir la fe en el mundo de hoy. ¿Qué cree que le puede aportar como obispo esa experiencia?
A mí me ha hecho descubrir un mundo apasionante para predicar el Evangelio, según el propio método que el propio Jesucristo siguió, que es acercarse al hombre y preguntarle. Creo que en el mundo de hoy, antes que recibir un torrente de ideas, la persona necesita ser escuchada, también para que podamos sacar de su corazón esa sed que necesita ser saciada, como ocurre en el Evangelio de la Samaritana, cuando Jesús se le acerca y va extrayendo de ella sus verdaderos y más profundos deseos.
Forma usted parte del grupo de trabajo para la aplicación en España de la ratio fundamentalis (el documento de la Santa Sede para el funcionamiento de los seminarios), que se propone cultivar una profunda espiritualidad en los futuros sacerdotes, hacerles cercanos al pueblo de Dios y abiertos a las aportaciones de las ciencias humanas. ¿Cómo se consigue esto?
Solo existe una forma, que es viviéndolo nosotros, los sacerdotes que estamos en el seminario. Yo siempre digo que la formación sacerdotal es una relación. Así es como Jesucristo forma a los apóstoles, viviendo con ellos, caminando juntos de una aldea a otra, dejando que vean cómo predica y cómo mira… Se genera una amistad, una relación de verdadero amor que va configurando toda su vida. Pues hoy no hay otro camino que ese para ayudar a nuestros seminaristas a ir configurándose en Cristo en todas las dimensiones: la humana, la espiritual, la intelectual o la pastoral.
Las que antes se llamaban vocaciones tardías son hoy la norma. Cada vez es más frecuente que lleguen al seminario personas con estudios universitarios o incluso ya con una carrera profesional, pero siguen llegando también chicos del seminario menor. ¿Cómo se compaginan esas dos corrientes vocacionales?
Lo primero, descubriendo que no son dos corrientes, porque la vocación de cada uno es muy personal y se construye con experiencias muy concretas. Pero Dios llama desde el principio, desde la infancia. No hay tanto vocaciones tardías sino respuestas tardías, en las que uno responde más tarde. El Señor llama durante todo el tiempo y cada uno responde cuando puede, eso es todo. Si el niño descubre que Dios le llama tiene que responder y poner ahí los medios, aunque luego, a lo mejor, no llegará a ser sacerdote, porque habrá que discernir esa llamada y, en su caso, formarse. Otros a lo mejor se dan cuenta de esa llamada más tarde, pero yo, cuando repaso mi historia, veo cómo Dios se sirve de mis experiencias para conformar mi corazón. Mi formación sacerdotal no empezó en el seminario, sino desde niño, porque aunque yo no hubiera respondido todavía al Señor, Él ya me estaba buscando y preparando.
Cuando habla usted de su trayectoria como sacerdote, llama la atención que lo primero que siempre destaca no es el seminario, sino el acompañamiento a laicos. ¿Por qué?
En primer lugar, porque eso es lo que ha ocupado más tiempo en mi ministerio: escuchar a jóvenes, a familias, a personas mayores… También como rector del seminario he seguido acompañando a seglares, que por otra parte suponen la gran mayoría de los bautizados. Don Carlos [Osoro] dice, y es verdad, que el seminario es una tarea muy concreta que realizan unos pocos sacerdotes, pero que la función principal de un sacerdote es acompañar a los seglares. Y eso es particularmente importante en el momento actual, en el que tan importante es la presencia de los laicos en el mundo como testigos de Jesucristo. Toda persona necesita ser escuchada y acompañada, pero de un modo especial quienes están dentro de la Iglesia y han encontrado a Jesucristo, por el contraste que viven, por las dificultades de transmitir este mensaje a los demás, y para que su relación con Jesucristo vaya creciendo más y más.
Un consejo que suele usted dar a los seminaristas es que confíen en Dios y en la Iglesia a pesar de los sinsabores de la vida o de las decepciones en la Iglesia. ¿También da ese consejo a lo das a los laicos?
Absolutamente. Primero, que confíen en Dios. Porque yo lo que he ido descubriendo es que muchas veces la percepción que uno tiene de Dios está muy desfigurada, mediada por muchas mentiras. Pero cuando uno logra ponerse delante de Jesucristo descubre que no puede ser amado de una forma mejor. Y lo mismo se aplica a la Iglesia, que es Madre, aunque también somos pecadores. Y aunque muchas veces nosotros no seamos transmisores fieles de este amor de Dios por nosotros, Él encuentra caminos para llegar a los hombres, incluso a través de nuestros pecados. Ha venido para perdonarlos.
Eso mismo dijo usted en nuestra primera entrevista, el día en que se hizo oficial su nombramiento: que el hombre necesita hoy sentirse perdonado.
Así es. En el escudo episcopal, dentro de la cruz, he querido poner cinco puntos amarillos, que son las llagas de Jesús iluminadas, y que en el fondo son nuestras heridas traspasadas por el amor de Dios. Porque todos tenemos heridas. ¿Quién puede decir que no se ha sentido alguna vez rechazado, humillado, o que no ha rechazado y herido a otro? Nadie. Pero Jesús ha venido a liberarnos. Es lo que reconoce Juan cuando dice: «Este es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo»; lo escuchamos en cada Eucaristía. Él es el único que capaz de traspasar mi pecado, porque mi pecado no le escandaliza. Entre nosotros, nuestros pecados nos escandalizan y nos separan, pero Él sí puede cargar con nuestras debilidades. Creo que el hombre necesita hoy un lugar donde sus heridas sean sanadas. En la Iglesia también estamos heridos, igual que cualquier hombre. No somos distintos de otros hombres, estamos igual de heridos, pero hemos encontrado un médico. Es esa imagen del hospital de campaña que suele hacer el Papa.
¿Cómo fue el encuentro con él hace unos días?
Fue muy agradable. Mi impresión personal es que se alegró mucho de vernos, cuando don Carlos nos presentó. Se alegró de vernos y nos animó mucho a que sirviéramos a la Iglesia y a que ayudáramos a don Carlos en su ministerio. Nosotros le dimos muchas gracias por la confianza que había depositado en nosotros.
Cuando me enteré de que Jesús había sido nombrado obispo auxiliar, me alegró y me sorprendió un poco ya que me costaba creer que hubieran nombrado sucesor de los apóstoles a alguien con quien yo me había ido de campamento. En las convivencias de la Acción Católica fue donde coincidimos por primera vez, siendo él consiliario y yo un juvenil de 11 años. Jesús era aquel cura tan simpático que celebraba las Misas. Más tarde, comencé a participar en las aulas de teología para adolescentes, a la vez que Jesús era nombrado viceconsiliario de Manos Unidas y delegado de Juventud. ¡¿Cómo daba a basto con todo?! Siempre se le veía con mucha paz y no parecía que tuviera nunca prisa por llegar a otro sitio donde le esperaban.
El mismo año que le nombraron rector yo empezaba este camino de discernimiento en el seminario. Un mes antes de comenzar el primer año me preguntó cómo estaba; yo le respondí que, sinceramente, me daba bastante vértigo, a lo que él me dijo: «No te preocupes, ya somos dos». En este tiempo del seminario ha sido igual de cercano. Esta cercanía es una de las cosas que más agradecemos todos. Y poder rezar cerca de él en la capilla del seminario es una oportunidad de ver como mi superior se arrodilla ante el verdadero Maestro. Si algo he visto en estos años es que su secreto es su profunda relación con Cristo. Porque una vida sacerdotal entregada no se improvisa.
Recuerdo todavía el 11 de mayo de 2015. Todos los seminaristas estábamos expectantes, esperando que nos anunciaran lo que alguno ya sospechaba: los nuevos nombramientos del arzobispo de Madrid traían al seminario un nuevo rector, Jesús Vidal. Personalmente ya conocía un poco a Jesús de las actividades de la Delegación de Juventud, de los cursillos de nueva evangelización y de la iniciativa de Centinelas del Mañana en Madrid. Así que cuando Andrés García de la Cuerda nos lo anunció me invadió una mezcla de tranquilidad y alegría.
De estos dos años y medio compartidos con él en el seminario destaco su disponibilidad y comprensión a la hora de atenderme. Uno puede pensar que los seminaristas son personas con las cosas muy claras, con una vida medida y en la que nada se tambalea. Sin embargo, la respuesta a la llamada que el Señor nos hace no está exenta de dificultades, de incomprensión y de falta de fe por nuestra parte. Necesitamos siempre de la compañía de la Iglesia para vivir plenamente lo que el Señor nos pide. En este sentido ha sido muy importante la escucha atenta de Jesús cuando lo he necesitado y la confianza en el Señor que me ha transmitido en momentos de oscuridad.
En lo referente a la vida del seminario, el rector siempre ha querido hacernos partícipes de la dirección de la vida del seminario preguntándonos nuestra opinión y preocupado por cómo recibimos lo que en el seminario se nos pide. Me ha ayudado mucho su visión del discipulado y de la libertad con la que, creo, ha querido impregnar la vida del seminario. Su cercanía, la prioridad en el trato personal, por encima de un plano general más superficial, y la seriedad con la que se ha tomado todo me ha ayudado a sentirme valorado y querido por la Iglesia que me acompaña en este camino.