Todos somos Harry Potter
Cuenta la leyenda que una mamá apurada para llegar a fin de mes aguzó el ingenio para sacar adelante a sus hijos. Concentró sus esfuerzos en inventar historias infantiles. Manuscritas, porque no tenía dinero para un ordenador. Rellenando vacíos de virtuosismo narrativo con grandes dotes de inteligencia emocional. Y siempre con un pensamiento en el celuloide
El primer jueves de febrero se viene celebrando en los últimos años la Harry Potter Book Night, una fiesta en torno a la famosa saga de J. K. Rowling, orientada a promover la lectura, que ha traspasado las fronteras británicas autóctonas del cuento del niño mago para extenderse por todo el mundo. En España se suman librerías que organizan juegos sobre los libros, concursos de disfraces, talleres de manualidades, lecturas colectivas y muchas otras actividades. Además, este año el festejo coincide en cartel con la prórroga hasta abril de la exposición itinerante Harry Potter: The Exhibition, que en su tour europeo ha recalado en Madrid.
Acaban de cumplirse dos décadas de la publicación de la primera entrega, Harry Potter y la piedra filosofal, y el fenómeno no parece decrecer con los años, sino transformarse. Se adapta con suma facilidad a la sensibilidad y las circunstancias de esas generaciones de lectores, a la vez que espectadores, que han crecido con las aventuras de la intrépida pandilla juvenil de la escuela mágica de Hogwarts. ¿Cuál es el secreto de este éxito incombustible? Tal vez haya que buscarlo en la propia génesis del relato. Desde la página en blanco.
Un cóctel de grandes maestros
Cuenta la leyenda que una mamá apurada para llegar a fin de mes aguzó el ingenio para sacar adelante a sus hijos. Concentró todos sus esfuerzos en inventar historias infantiles. Manuscritas, porque no tenía dinero para comprar un ordenador. Con las mesas de las cafeterías por todo escritorio, para no pasar frío. Desde este ángulo retrospectivo vislumbramos a una esforzada Joanne rellenando vacíos de virtuosismo narrativo con grandes dotes de inteligencia emocional. Parece que basta, funciona. Libro tras libro, hasta siete (no contamos la pieza teatral), la sentimos hacerse niña para perseguir ranas de chocolate, emocionarse ante unos Mundiales de Quidditch (original versión de fútbol con escobas voladoras y cuatro pelotas) y recogerse como una adolescente en los cálidos dormitorios de Gryffindor.
Entre trepidantes escenas de acción, giros argumentales de alta emoción y una sucesión de personajes entrañables como el elfo doméstico Dobby. Gran autodidacta, vemos a la autora tomar trucos de grandes maestros y jugar muy bien sus cartas en cada capítulo, siempre con un pensamiento en el celuloide. No es casualidad que en su famoso protagonista tengamos algo de Cenicienta (huérfano, maltratado por sus tíos y primo; un padrino que lo protege…), leyendas artúricas que incluyen la anagnórisis de la Poética aristotélica o reconocimiento del héroe (una cicatriz en la frente, prueba de una legendaria supervivencia de la inocencia pese al ataque del monstruo), la lucha entre el Bien y el Mal (interna y externa contra lord Voldemort) con una forja épica en términos muy cinematográficos (Skywalker en Star Wars, Frodo en El Señor de los Anillos, Neo en Matrix), frente a un umbral hacia un mundo maravilloso (el andén Nueve y Tres Cuartos es el equivalente al armario de Las Crónicas de Narnia), guiños al mundo clásico (uso del latín, figuras míticas como el centauro…) y a otras tradiciones como la nórdica y la japonesa, así como la elaboración paulatina de una suerte de bestiario que sigue (muy de lejos) los pasos de Tolkien.
Cierto, no faltan tópicos románticos efectistas con los que empatizar rápidamente: la soledad del héroe, la hipersensibilidad del perdedor y la promesa de eternidad del fénix. Rowling no es original, ni mucho menos ha inventado nada. Pero bate los viejos ingredientes como nadie, y el cóctel huele rico y sabe a nuevo. Lo mejor es que fomenta el hábito de lectura entre los más jóvenes, a quienes, además, familiariza con valores como la interculturalidad. Pero lo que en verdad hace de la de Potter una saga épica es la siempre impactante exaltación del sentido del sacrificio (por los demás, por el bien común, por un objetivo superior) y de la amistad.
La pluma de Rowling no termina haciendo justicia a sus grandes personajes como Sirius Black (padrino de Potter y el gran maltratado de la saga) o al propio Albus Dumbledore (director del colegio de magia) que acaba perdiendo toda la fuerza. Tampoco James y Lily Potter (padres de Harry) llegan a adquirir toda la importancia esperada y se echa de menos una redención necesaria para alguno de los más carismáticos malos malísimos. Pero lo único imperdonable es que se escatime espiritualidad en la resolución potteriana, y que el perfil del personaje termine por ser menos mesiánico de lo esperado.