Monseñor César Franco: «Todos somos catequistas» - Alfa y Omega

Monseñor César Franco: «Todos somos catequistas»

El nuevo presidente de la Comisión de Enseñanza y Catequesis de la Conferencia Episcopal Española, el obispo auxiliar de Madrid monseñor César Franco, repasa los retos, oportunidades y carencias del actual modelo de catequesis en la era de la nueva evangelización, y explica que «tenemos que tomarnos en serio la responsabilidad de ser testigos del Señor»

José Antonio Méndez
«A veces se ha primado la metodología convertida en entretenimiento, por encima de la transmisión viva del Evangelio»

¿Qué importancia tiene la catequesis en la nueva evangelización?
La catequesis es primordial porque permite que el primer anuncio de Cristo, el kerygma, se vaya profundizando y vaya resonando —catequizar significa resonar— en la fe del catecúmeno. El Papa Francisco nos ha dicho, en la Evangelii gaudium, que vivimos tiempos de evangelización, en los que el primer anuncio es clave y tiene que estar siempre presente en el momento catequético. La catequesis tiene que remitir a los fundamentos de la fe, al núcleo de la Revelación: el envío de Cristo por parte del Padre para salvarnos. El Papa dice que esto es lo que más puede renovar la catequesis, porque la catequesis se anquilosa cuando se desprende del anuncio gozoso de la salvación. Tenemos que anunciar el kerygma y posibilitar que quienes lo reciben, lo profundicen e integren en su vida, para ser verdaderos testigos del Señor. El proceso catequético culmina cuando el cristiano se hace adulto en la fe, y puede ser para otros testigo, apóstol, catequista. Porque el catequista es el que transmite la fe en nombre de la Iglesia, así que catequistas, en cierto sentido, somos todos: padres, sacerdotes, amigos, profesores…, y todos tenemos que tomarnos en serio la responsabilidad de ser testigos del Señor.

Sin embargo, es frecuente que muchos jóvenes, tras recibir la Confirmación, no vuelvan a la Iglesia…
Las causas por las que esto ocurre son diversas y hay que analizarlas bien, porque no sucede siempre, ni en todas las parroquias. Es verdad que son muchos los que abandonan la pertenencia al grupo —aunque no siempre la Iglesia—, y que hay una crisis seria en la postcomunión y en la postconfirmación. Una de las causas es que, a pesar de que son largos los procesos catequéticos (en Madrid, por ejemplo, el de Comunión son 3 años, y el de Confirmación, 2), es poco tiempo para que una persona haga un proceso de concienciación claro sobre lo que significa la fe y la adhesión a la Iglesia, para que fragüe un sujeto cristiano capaz de ser testigo. La catequesis no es sólo el lugar en el que se enseña la doctrina, sino el ámbito en el que la persona se adhiere a la Iglesia y se capacita para defender y difundir la fe. También influye la secularización que hay entre niños y jóvenes; y hay que contar con la libertad del sujeto que sabe lo que significa ser cristiano y ha recibido bien la tradición de la Iglesia, pero se separa por diversas causas. Y, por supuesto, otro motivo es que estemos fallando nosotros, que nos estén faltando elementos clave.

¿Por ejemplo?
El elemento mistagógico, que hace que se inicien en los misterios de la fe; el celebrativo; y el de incorporarse a la comunidad de la Iglesia para tener una experiencia de comunión, para lo cual, tiene que haber una comunidad viva en la que se sientan acogidos. Y, a veces, esas comunidades no se dan, o no se preocupan de los catecúmenos. La catequesis debe ser lo más atractiva y sugerente posible, pero, como advirtió el cardenal Ratzinger, en demasiadas ocasiones se ha primado el método sobre el contenido, la metodología convertida en psicologización de la enseñanza y en entretenimiento de los jóvenes, por encima de la transmisión real y viva del Evangelio. Esto, que ha pasado también en la pastoral juvenil y en la enseñanza, viene de creerse una mentira: que jóvenes y niños no son capaces de recibir la enseñanza de la Iglesia y la fuerza y la belleza de la fe en Jesucristo.

¿Falta, también, formación y vida de fe entre muchos catequistas?
En los catequistas hay mucha buena voluntad, generosidad y entrega. Cualquier párroco sabe que tiene en ellos un grupo de personas entregadas, que sienten como responsabilidad de su propia vida cristiana el transmitir la fe. Pero también falta mucha formación. La formación de catequistas es una prioridad en muchísimas diócesis y hay un marco previsto por la Conferencia Episcopal, porque los catequistas necesitan conocer bien la fe de la Iglesia, y también habilidades pedagógicas para transmitirla de modo que susciten adhesión, alegría e interés por descubrirla. Tenemos que trabajar para que la entrega de los catequistas se vea complementada con formación intensa y seria. Es verdad que, a veces, los catequistas no tienen casi tiempo, porque son padres de familia o están comprometidos en otros ámbitos eclesiales, pero hemos de hacer un esfuerzo grande por atenderlos y formarlos.

¿Se puede aprovechar la catequesis para evangelizar a los padres?
Se puede y se debe, porque es una ocasión extraordinaria. La iniciación cristiana de un miembro de la familia afecta a toda la familia y, sobre todo, a los padres. En muchas parroquias se hace pastoral familiar con los padres que llevan a sus hijos a catequesis, en la que ellos son los primeros invitados a incorporarse al proceso de sus hijos. La catequesis no es una guardería de la fe, donde los padres dejan a los niños y luego los recogen. Si esto se hace bien, los padres quedan tocados, y muchos son recuperados para la vida de la Iglesia a través de sus hijos.

¿A qué responden las críticas contra la clase de Religión en las protestas contra la LOMCE, a la que han definido como la ley de la Iglesia?
La Iglesia no hace leyes orgánicas. Cuando se dicen estas cosas, se obvia que el Estado tiene que velar por el derecho de los padres a educar a sus hijos según sus propias convicciones religiosas y morales. En la sociedad, parece que la religión debe ser descartada de la enseñanza, cuando el hecho religioso está ahí y cualquier persona culta tiene que saber reconocerlo. Formarse en religión es necesario incluso para quien no tiene fe, para tener cultura y ser capaz de dialogar con competencia.