Nueva edición del Meeting de Rímini: Todo depende del corazón
Un año más, miles de personas se han reunido el pasado agosto en el XXXI Meeting de Rímini, el gran encuentro internacional que Comunión y Liberación organiza en esta localidad italiana. Llegados desde Uganda, España, Taiwan o Hungría, los participantes han podido vivir unas jornadas como las que se describen en estas líneas
Uno de los espacios más visitados de este Meeting de Rímini de 2010 ha sido la magnífica exposición sobre El Pórtico de la Gloria, de la catedral de Santiago de Compostela. Allí nos sorprende un detalle extraordinario: el rostro alegre del profeta Daniel que, mientras mira con franco placer a su alrededor, parece escuchar una serena reflexión de su compañero Jeremías. He reconocido intuitivamente en esta escena una síntesis del Meeting. La alegría serena de vivir que permite contemplar toda la realidad (con sus circunstancias alegres y dolorosas) con invencible agradecimiento, que impulsa a entrar en todos sus recovecos con corazón audaz y mente afilada, porque antes y después de la tormenta existe una victoria (ya gustada) que ningún poder ni circunstancia nos puede arrebatar.
Nada humano nos es ajeno
9:30 de la mañana. El camino hacia la gran Feria de exposiciones de Rímini se ve jalonado por grupos de jóvenes que esperan al autobús que les llevará de sus albergues al Meeting, después de una noche siempre demasiado corta. Les esperan los múltiples servicios que conforman los músculos y huesos de esta obra gigantesca: limpieza, seguridad, hostelería, guía y acompañamiento de invitados, la lista sería interminable. Muchos de los responsables actuales de CL pulieron y pintaron maderas, sirvieron comidas o vigilaron aparcamientos bajo un sol de justicia en alguna de las treinta ediciones anteriores del Meeting. Y es que sin mirar a los cinco mil voluntarios que visten la camiseta del Meeting no se puede entender nada de la forma ni del fondo de este inclasificable evento.
A las 11:15 empieza puntual el despliegue diario de conferencias, presentaciones y mesas redondas. Miles acuden a estas lecciones no siempre fáciles que versan sobre asuntos tan dispares como el ecumenismo, la persecución de los cristianos, el federalismo fiscal o la obra de Solzhenitsyn. Pero otros tantos acuden a algunas de las primorosas exposiciones que son esenciales para la fisonomía del Meeting: desde la ya mencionada sobre El Pórtico de la Gloria a la aventura de Solidarnosç en Polonia, o la historia de las Matemáticas; sobre el origen de la samba brasileira o sobre la experiencia increíble de la acogida familiar, sin olvidar la forma de encarar la crisis económica. Surge casi inmediata la certeza de que nada de lo humano nos es ajeno.
Este año el propio lema, hilo conductor del Meeting de Rímini, nos ayuda a entrar en el misterio, en la raíz de este evento que sigue produciendo interpretaciones de todo tipo, que sigue fascinando e inquietando a un tiempo desde la izquierda a la derecha, desde los medios laicistas a los eclesiásticos. Se ha elegido una frase de Don Giussani que resume su genialidad educativa: «Esa naturaleza que nos empuja a desear cosas grandes es el corazón». Alguno que no se haya paseado por los espacios de la Feria de Rímini podrá esbozar una sonrisa, entre compasiva y escéptica. ¿El corazón?, ¿el deseo de cosas grandes?… ¿Pero qué juego es éste? Si no fuera porque allí se han retratado grandes banqueros, jefes de Gobierno, artistas de fama, cardenales y Premios Nobel, podría parecer, todo lo más, una reflexión piadosa o literaria. Y sin embargo ahí está resumido el secreto de esta historia, la confianza radical de Don Giussani en el corazón que es el centro de la persona, que nos mueve a todos a desear el Infinito a través de todo lo que encontramos, un corazón que ha sido hecho por Dios y que Dios no abandona. Por eso la afirmación del deseo, de su raíz buena, de su potencia educativa y de su capacidad generadora de obras, es el núcleo de la experiencia de CL de la que nace cada año el Meeting de Rímini. Y así se explica que allí podamos encontrar a un profesor hebreo, como Weiler, explicando la Biblia a una platea de entusiasmados jóvenes católicos, o que los monjes budistas del Monte Koya acudan a la ribera del Adriático a compartir su experiencia religiosa, o que el Metropolita Filaret de Minsk se abrace entre interminables aplausos con el Primado de Hungría, cardenal Erdö, en un gesto que ha registrado toda la prensa como exponente del camino de unidad en curso.
Es ese corazón el que no puede dejar de exigir la verdad, el bien y la belleza, que no puede dejar de desear a Dios, tampoco ahora, en el tiempo de la posmodernidad, como explicó en su impresionante lección el Patriarca de Venecia Ángelo Scola. En un discurso sin sombra de lamentación, el cardenal Scola se movió a través del cine de este momento (verdadera lengua franca de nuestra cultura) para descodificar la expresión del deseo de nuestros contemporáneos, para mostrar que, lejos de quejarnos a todas horas por lo mal que va el mundo, los cristianos tenemos ahora una oportunidad única de responder a las expectativas de una generación cuyas palabras-talismán son libertad y felicidad. Porque nadie como Cristo ha prometido responder a esta sed, y esa promesa se ha verificado en la historia de la Iglesia. Scola pidió, ante más de diez mil personas que seguían con tensa atención sus palabras, que desafiemos ese deseo de nuestros contemporáneos con el testimonio cotidiano de la conveniencia de la fe cristiana. En lugar de resistir y defender, testimoniar personal y comunitariamente que nada corresponde como Cristo a la espera del corazón del hombre.
Cae la tarde y el pueblo del Meeting se reúne en las tabernas y restaurantes para la cena o para compartir las impresiones de un día nuevamente intenso. Allí puede verse a los ugandeses que se consideran de la tribu de Don Giussani entonar sus cantos, o los más de treinta chinos llegados de Taiwán para asistir a la presentación de El sentido religioso, de Giussani, en lengua mandarín. Pero están también los alemanes (duro pero apasionante contexto para vivir esta experiencia) o los que han venido de Vancouver para explicar cómo se construye comunidad cristina en la frontera. Y cómo no, los más de doscientos españoles (universitarios y familias) que un año más se han implicado y han gozado con este Meeting. Uno comenta el tremendo impacto del testimonio de la viuda del Brigadier Coletta, asesinado hace siete años en Irak junto a 18 compañeros. Ha contado cómo alcanzó a perdonar a los asesinos de su marido y cómo trabaja en una fundación a favor de los niños en Burkina Faso, pero lo más impresionante es que ha confesado que para ella el año más duro ha sido este último, «el año en que he tomado decisiones alejada de Cristo». El corazón y Cristo que lo salva y satisface, ése es el secreto de toda esta historia, de la historia de cada uno.
El cardenal Bertone, Secretario de Estado del Papa, envió un mensaje, en nombre de Benedicto XVI, a los participantes en el Meeting de Rímini, en el que entre otras cosas, dice:
El título de vuestro encuentro, Esa naturaleza que nos impulsa a desear cosas grandes es el corazón, nos recuerda que en el fondo de la naturaleza de todo hombre se encuentra la irreprimible inquietud que lo impulsa a la búsqueda de algo que pueda satisfacer su anhelo. Todo hombre intuye que, en la realización de los deseos más profundos de su corazón, puede encontrar la posibilidad de realizarse. El hombre sabe que no puede responder por sí solo a sus necesidades. Por más que se crea autosuficiente, experimenta que no puede bastarse a sí mismo. Necesita abrirse a algo o a alguien, que pueda darle lo que le falta.
Como subraya el título del Meeting, la meta última del corazón del hombre no es cualquier cosa, sino sólo las cosas grandes. El hombre se ve tentado con frecuencia por las cosas pequeñas, que ofrecen satisfacción y placer baratos, cosas fáciles de obtener pero, en definitiva, ilusorias. En la narración evangélica de las tentaciones de Jesús, el diablo insinúa que es el pan, es decir, la satisfacción material, lo que puede saciar al hombre. Ésta es una mentira peligrosa, porque contiene sólo una parte de verdad. El hombre, de hecho, vive también de pan, pero no sólo de pan. Sólo Dios basta. Sólo Él sacia el hambre profunda del hombre. Quien ha encontrado a Dios, ha encontrado todo. Las cosas finitas pueden dar destellos de alegría, pero sólo lo Infinito puede llenar el corazón del hombre.
Este deseo de cosas grandes debe transformarse en oración. Los Padres aseguraban que rezar no es más que transformarse en deseo vehemente del Señor. En un bellísimo texto, san Agustín define la oración como expresión del deseo, y afirma que Dios responde ensanchando nuestro corazón hacia Él. «Dios […], suscitando en nosotros el deseo, ensancha nuestro espíritu: y ensanchando nuestro espíritu, hace que sea capaz de acogerlo». Por nuestra parte, tenemos que purificar nuestros deseos y esperanzas para poder acoger la dulzura de Dios. «En esto consiste nuestra vida -continúa san Agustín-: ejercitar el deseo». Rezar ante Dios es un camino, un proceso de purificación de nuestros pensamientos, de nuestros deseos. Podemos pedirle todo a Dios. Todo lo que es bueno. La bondad y el poder de Dios no conocen límite entre cosas grandes y pequeñas, materiales y espirituales, terrenas y celestiales. Aprender a rezar es aprender a desear y, así, aprender a vivir.