Tintín, un mito del siglo XXI
Hergé nos dejó 24 álbumes que pueden servir de guía en el siglo XXI, mostrando que valores como la amistad, la lealtad, la tolerancia, el coraje, la honradez o la generosidad son eternos y atemporales
Se ha repetido muchas veces que Tintín fue un mito del siglo XX, pero todo indica que seguirá gozando de esa consideración durante el siglo XXI. Prueba de ello es que acaba de ser subastada por tres millones de euros la portada original de El Loto Azul, desechada en su momento por su editor, Louis Casterman, debido a que requería una costosa impresión en cuatricromía. ¿Por qué sigue suscitando tanto interés el joven reportero del mechón pelirrojo? ¿Se trata de simple nostalgia o hay algo más? Creado por Georges Remi, más conocido como Hergé, Tintín nació el 10 de enero de 1929. Irrumpió en el mundo mediante las páginas de Le Petit Vingtième, suplemento del diario belga de orientación católica Le Vingtième Siècle. De inmediato, atrajo la atención de los niños y los adultos, pues sus aventuras no eran mera evasión, sino peripecias donde se mezclaban el humor, la intriga, los valores humanistas y una mirada atenta sobre la actualidad. Georges Remi había forjado su visión del mundo en los boy scouts católicos, donde le apodaron «zorro curioso» y nunca se alejó de esa perspectiva. Solo al final de su vida se abrió a la filosofía oriental, profundizando su apuesta por el diálogo entre las civilizaciones, ya presente en El Loto Azul.
Se ha reprochado a Hergé que enviara a su héroe a la Unión Soviética y al Congo. Lo cierto es que no fue él, sino el padre Norbert Wallez, quien eligió esos destinos. Admirador de Charles Maurras y Mussolini, Wallez fue el que tuteló los primeros pasos de Hergé, aconsejándole que incluyera a un perrito en las aventuras de Tintín. Surgió así Milú, un fox terrier que perdería protagonismo con la aparición del capitán Haddock. Haddock, que el pasado 2 de enero cumplió 80 años, se convertiría en el complemento perfecto de Tintín. Frente al heroísmo sin mácula y el temperamento equilibrado del joven reportero, el viejo lobo de mar alberga todas las flaquezas de la condición humana. Borrachín, irascible, inconstante y voluble, sus defectos están compensados por su gran corazón. Descendiente del caballero Francisco de Hadoque, el hallazgo del tesoro del pirata Rackham el Rojo, mortal enemigo de su linaje, le convertirá en el señor del castillo de Moulinsart, situado en un lugar impreciso de Valonia. Amigo leal, valiente y generoso, su ingenio se desata cuando encadena improperios. Sus exabruptos son descacharrantes: «bachi-buzuk de los Cárpatos», «beduino interplanetario», «brontosaurio escapado de la prehistoria».
Al igual que Hergé, Haddock odia la ópera, pero las circunstancias le han convertido en amigo de Bianca Castafiore, el «ruiseñor milanés», que aprovecha cualquier ocasión para cantar el «Aria de las joyas», del Fausto de Gounoud. Los paparazzi se inventan un romance entre los dos, ignorando que no es el capitán sino Silvestre Tornasol quien está enamorado de la diva. Tímido, dulce e incurablemente sordo, el profesor Tornasol inventa una rosa a la que bautiza con el nombre de la soprano. Haddock pierde los estribos con la sordera de Tornasol, filón inagotable de situaciones cómicas, pero siente un afecto entrañable por el estrafalario inventor. No aprecia tanto a los policías Hernández y Fernández, dos idiotas de la misma estirpe que Bouvard y Pécuchet, pero nunca les cierra las puertas de Moulinsart. Si con Hernández y Fernández Hergé se acerca a Flaubert, con Haddock se pone a la altura de Balzac, evidenciando sus dotes para la introspección psicológica.
Se acusó a Hergé de racista y filonazi, pero lo cierto es que el mejor amigo de Tintín es un joven chino, Tchang Tchong Yen. No quiere menos a Zorrino, un indio quechua. Tintín luchará contra el tráfico de esclavos y opio, el contrabando de alcohol en el Chicago del Al Capone, el imperialismo japonés y el totalitarismo soviético. En El cetro de Ottokar, se enfrentará a la República de Borduria, una dictadura similar al régimen nazi, y en La oreja rota y Los pícaros mostrará los estragos causados por las dictaduras en América Latina. Tintín encarna los valores del humanismo cristiano: la dignidad del hombre, la primacía del bien común, la solidaridad con los más débiles.
Durante la ocupación nazi de Bélgica, Hergé optó por la evasión, enviando a su héroe a escenarios exóticos. Después de la guerra, se le investigó, pero se descartó la acusación de colaboracionismo. No fue un héroe de la Resistencia, pero eso no le convierte en cómplice de los nazis. Como hombre, no estuvo a la altura de Tintín, quintaesencia de las virtudes. Sin embargo, nos dejó 24 álbumes que pueden servir de guía en el siglo XXI, mostrando que valores como la amistad, la lealtad, la tolerancia, el coraje, la honradez o la generosidad son eternos y atemporales. Moulinsart no es simplemente un castillo, sino una bella y necesaria utopía.