Tiempo de hablar - Alfa y Omega

Tiempo de hablar

Estuve viviendo una situación de manipulación, con maniobras perversas llevadas a cabo por una persona con un cargo de autoridad

Anónimo
Foto de recurso de unas flores azules
Foto: Proyecto Repara.

Hablo como mujer, española, que vive su consagración en la misma institución de vida consagrada femenina en la que profesé hace más de 25 años. Todo aquello que viví hoy se llama abuso de poder espiritual.

Con la distancia que da el tiempo y el proceso de recuperación personal que vivo, puedo atreverme a romper mi silencio, aunque sea de forma anónima, para recuperar la voz, salir del aislamiento y desear que se deshagan nudos de injusticia institucional. Sé que la verdad nos hace libres.

Han pasado más de 20 años de lo vivido. En aquel momento, no lo sabía nombrar. Sí sabía que vivir en ese entorno tóxico me hacía daño. Estuve viviendo, sin darme cuenta, una situación de manipulación, con maniobras perversas, normalizadas en la vida cotidiana y llevadas a cabo por una persona con un cargo importante de autoridad. Esa situación de que fuera una persona con un cargo otorgado por la institución quien llevara a cabo sutilmente acciones manipuladoras para conseguir fines personales creó en mí, en cierto modo, el acostumbrarme a vivir en una situación de confusión.

Una mañana salió de la capilla diciéndome: «El Espíritu Santo me ha dicho…» (era un plan personal que ella deseaba). Yo le dije, perpleja, algo que no le gustó. Su respuesta fue: «¿Es que estás en contra del Espíritu Santo?». Permanecer cinco años respirando ese entorno tóxico me hizo enfermar. Yo no sabía qué estaba pasando, pero mi cuerpo se dio cuenta antes que yo. El cuerpo no miente. Mi cuerpo sabía que vivir bajo la experiencia de manipulaciones diarias, ya normalizadas, no era saludable. Hoy honro mi cuerpo, que me dio las señales para decir que algo no iba bien. Señales que me decían, una y otra vez, «sal de ahí»; señales que se tergiversaron por personas de mi institución, para etiquetarme de enferma o de tener una salud débil, para justificar mi salida de aquel contexto. Eran señales que no se quisieron tener en cuenta para analizar las causas del problema estructural, del abuso. Con el tiempo he tenido claridad para ver que aquellas manipulaciones se tejían con el apoyo de otras personas que hoy llamo encubridoras. Mi final de aquel destino terminó con la decisión de poner distancia por mi parte y salir de aquel lugar.

Me duele la madeja del encubrimiento que sigue creciendo y tapando evidencias antiguas y nuevas. También me molesta la posición de privilegio, que hace intocables a algunas personas que tienen información de lo que pasó y que siguen moviendo hilos para desviar el foco de atención, evitando confrontaciones por miedo a la verdad. Hace tres años tomé la decisión de nombrar y compartir lo vivido con dos personas en cargos de responsabilidad en la institución. Escucharme, me escucharon, pero quedaron congeladas, sin palabras, como quien no está preparado para afrontar que en nuestra institución también se dan los abusos de poder espiritual. Primero un silencio raro, después preguntas pidiendo ejemplos, como si mi experiencia se cuestionase o se llevase únicamente al campo de lo subjetivo, como si el problema fuese yo. No noté indicio alguno de revisión, de recabar información complementaria, de averiguar hasta dónde mis palabras hablaban de mí o de un hecho que pedía intervención institucional desde la responsabilidad de cuerpo colectivo que somos.

Tristemente, a día de hoy no se ha tomado ninguna medida al respecto de forma institucional. E incluso tengo la sensación de que se mira para otro lado.  Eso aún me enfada. Sigo sanando mi proceso, apoyándome en personas, recursos, entre otros Repara, a quien agradezco estar de mi lado, haberme dado acogida, espacio seguro y posibilidad de compartir y poner palabra a lo vivido. Me costó darme cuenta de que me habían dañado. Me costó salir del silencio y atreverme a nombrar. Me costó dejarme acompañar y volver a confiar en mí misma. Me costó renacer, apostar por una nueva etapa para mí en la institución. He luchado mucho conmigo misma, debatiéndome entre dar credibilidad a mi voz para visibilizar la experiencia vivida, o callar, acatando el silencio pedido. Ante este debate interior escucho la voz de mi cuerpo, que me dice: «Es tiempo de hablar, de decir la verdad».