Teresita, la niña de 10 años que solo quería dar a conocer a Jesús desde su cama en el hospital
La pequeña Teresa Castillo de Diego, enferma de cáncer, falleció este pasado domingo dando un testimonio que no ha caído en saco roto, como narra Ángel Camino, vicario de la archidiócesis de Madrid, que la constituyó misionera hace un mes
A Teresita Castillo de Diego el alma misionera no le cabía en su cuerpo de 10 años debilitado por un tumor cerebral. «Estos días que estoy malita lo estoy ofreciendo por la gente; por ejemplo, por alguien que esté malito, por los sacerdotes…». Así era ella, con unas ansias tremendas de dar a conocer a Jesús: «Quiero llevar a los demás con Jesús, a los niños que no lo conocen, para que vayan al cielo felices siempre, siempre». Eso era para ella la misión, «hablar de Jesús siempre y dar alegría».
Murió este pasado domingo, 7 de marzo, después de tres años de enfermedad, dando un testimonio único que no ha caído en saco roto. El padre Ángel Camino, OSA, vicario de la Vicaría VIII de la archidiócesis de Madrid, ha recibido ya «decenas de mensajes de creyentes y no creyentes» conmovidos por una pequeña que «está haciendo un bien enorme» y «ya empieza a ser misionera». Él fue quien la constituyó como tal después de visitarla en el Hospital La Paz el día 11 de febrero, cuando en la Iglesia se celebra la Jornada Mundial del Enfermo. «Una niña de 10 años que ha estado sufriendo tanto, lo que está deseando es recuperar la salud, ir a jugar, pero ante la pregunta de la mamá, “dile al vicario qué quieres ser”, la niña le dice: “¿De verdad se lo digo?”. Saca fuerzas de donde no tiene y me dice: “¡Quiero ser misionera!”».
«A mí aquello me impactó muchísimo», reconoce el vicario, y «me salió del alma: ¡te constituyo ahora mismo misionera!». En realidad, no hay fórmula canónica para esto, pero el padre Ángel pensó que, igual que instituye los ministerios de acólito y lector, por qué no «que la niña tenga la certeza de que Jesús cuenta con ella». Por eso, al salir del hospital se fue a una papelería, eligió «el mejor pergamino que había», se trasladó a la vicaría, donde los secretarios redactaron un texto que «había pensado para ella», y esa misma tarde regresó al hospital para entregárselo. «Ya soy misionera, y además, ¡misionera de verdad!», dijo Teresita emocionada (en la imagen inferior, con su oficio y cruz de misionera).
Cariñosa, alegre, ocurrente…
Para la pequeña, esto fue «muy significativo» y llegó además en un momento de mucho deterioro, porque «ya llevaba dos válvulas que habían fallado y cada vez que le fallaba una válvula y se le obstruía era mucho dolor». Nos lo cuenta Teresa, su madre, voz profunda y cálida al otro lado del teléfono, quien aun en medio del dolor ha querido dar a conocer a su niña, que «era muy cariñosa, muy alegre, muy empática, ocurrente; tenía una personalidad muy bonita». Saludaba a todos por la calle, también a los desconocidos, «y yo he visto a alguna señora mayor emocionarse solo de cómo saludaba». «Les hacía sentirse importantes», asegura su madre. «Con 6 años –recuerda– fuimos a ver a sus primos, que vivían en Inglaterra, en avión. Y a mi lado había un señor, y Teresita, preocupada, me dijo: “¿No le vas a preguntar cómo se llama?”.
Incluso a pesar de todos sus sufrimientos de las últimas semanas, Teresita seguía derrochando simpatía. «Pero qué bien habéis hecho la cama», les decía a las enfermeras, o «qué rico el desayuno». «Por la noche me ha sangrado la nariz –le dijo a su madre el 10 de febrero–, pero no importa porque está todo muy bien». A su abuela, una de las veces que acudió aprovechando un traslado de la UCI a hacerle un TAC, le dijo al verla: «Pero abuelita, ¡qué guapa estás con tus rizos!», y le hizo fijarse en su cruz de misionera, que llevaba colgada en la barra de la cama, y con la que fue enterrada. «Mi madre se emocionó –cuenta Teresa madre– por que le dijera lo de los rizos».
«Era una niña muy niña, solo quería jugar y estar con niños», pero a la vez con una vida espiritual profunda y fuerte. Desde los 3 años –edad a la que llegó a España en adopción, procedente de Siberia–, iba con su madre a Misa todos los días, «y disfrutaba mucho» porque, al ser tan sociable, luego saludaba a todos. Sobre todo, a los sacerdotes, «a cualquier iglesia que íbamos, solía pasar al terminar la Misa a la sacristía a saludar al sacerdote». En su colegio, el Veracruz, de las Hijas de Santa María del Corazón de Jesús (Galapagar), procuraba también ir a Misa siempre que podía, y comulgaba. Un comunión que recibió también en el hospital a diario, excepto cuando estaba intubada.
«Una crucificadita»
A Teresita le detectaron el tumor en 2015. En la primera operación se lo redujeron al máximo, le dieron quimioterapia durante un año y medio y «parecía que todo estaba controlado», cuenta Teresa. Pero a finales de 2018, volvió a crecer. A una nueva operación siguió un tratamiento en Suiza con protonterapia –radioterapia con protones–, y vuelta a los controles. A finales de noviembre de 2020, el golpe de un balón le provocó un hematoma por el que quedó ingresada en observación, y se abrió la vía a una nueva operación. El 2 de enero de este año, de nuevo ingresó por un fuerte dolor de cabeza (en la imagen principal).
La operación estaba programada para el 11 de enero. Ella ya había comenzado su camino de despojamiento, como lo llama su madre, renunciando a ver a sus primos el día de Reyes. «Fue un sacrificio porque le hacía mucha ilusión». Se encomendó a los jóvenes Carlo Acutis, beatificado recientemente en Asís por el Papa Francisco, y a Montse Grases, y con toda paz y «muy tranquila» se enfrentó a la operación. «Todo el mundo rezó mucho, y yo lo veía todo muy del plan de Dios, pero luego todo salió mal».
La niña no pudo entrar en quirófano porque le subió la tensión, así que le pusieron un drenaje en la cabeza. «Entonces yo di positivo por COVID, después Teresita», y todo se fue retrasando. Ante la imposibilidad de operarla, los médicos decidieron instalarle una válvula para drenar, ya que tenía hidrocefalia, y pasar directamente al tratamiento de quimio. «Pero se le obstruyó, y esto le provocaba mucho dolor». Febrero fue de subida al Gólgota. Las válvulas fallaban sucesivamente, «íbamos de TAC en TAC y de PCR en PCR, el tumor venga a crecer… Cada vez era más duro».
A su vez, «como ella tenía ofrecidos sus sufrimientos, pensabas que igual Jesús se estaba aprovechando para salvar a más almas y más almas». «Todo está pasando –se decía Teresa madre–, porque Dios lo quiere para algo». Se formó un grupo de oración con el que, «cuando la niña se quedaba adormilada», rezaba online el rosario por las noches; incluyeron en las letanías «Reina de Teresita». «Al final ya no sabía si Dios quería hacer el milagro o llevársela».
Las últimas semanas «era como una crucificadita», dice su madre. De hecho, cuando no podía tragar ya, le ponía unas gasitas con agua y era como si se las pusiera a «Jesús crucificadito». A ella, cuenta con dolor su madre, que tanto le gustaba comunicarse, hablar, y con el respirador en la boca era imposible, añadido al aislamiento por el coronavirus, Dios la terminó por despojar de todo.
Transparencia de Dios
Teresita transparentaba a Dios. Lo corrobora el vicario fijando la mirada en sus fotos: «Esa niña transmite, con esos ojos y esa cara, la presencia de Jesús; dime con quién andas y te diré quién eres», resume, tirando de refranero. «Yo destaco la disponibilidad de esta niña a esa voz del Espíritu Santo dentro de ella que la hace decir: “quiero ser misionera”, es decir, “quiero vivir por Jesús”».
Sorprende en una niña tan pequeña esta certeza, reconoce el vicario, «los niños son niños, y lo que quieren es jugar, esta niña estaría deseando estar con sus amigas», pero es precisamente su apuesta por una vida tan entregada «lo que realmente te cambia». «Que lo diga un adulto, un religioso, pero que lo diga una niña…». Y apunta: «Los niños son sinceros, dicen la verdad, los niños no mienten. Esta niña ha dicho que quería ser misionera y, además, me lo ha explicado: “Yo pido para que muchos niños conozcan a Jesús”». De ahí el «dejad que los niños se acerquen a mí» que parafrasea el padre Ángel Camino: «Jesús sabía perfectamente con quién se juntaba».
Había alimentado este deseo ya desde mucho tiempo antes. Y lo verbalizaba con frecuencia, y en público. Su madre cuenta que el 12 de diciembre pasado, en el Centro Belén de la Verdadera Devoción al Corazón de Jesús, Teresita dijo delante de todos los niños y sus familias: «Yo quiero ser misionera ¡ya!».
El vicario acompañó a los padres y familiares de Teresita durante el velatorio, en el tanatorio de El Escorial. Allí recibieron la llamada del arzobispo de Madrid, cardenal Carlos Osoro. «Nos dio el pésame», recuerda la madre de Teresa. Fueron unas palabras «llenas de esperanza», corrobora el vicario, que consolaron «abiertamente a los padres, familiares y niños compañeros de Teresita». Y un grupo de jóvenes de la parroquia cantó una de las canciones favoritas de la niña: «María, mírame […] si tú me miras, Él también me mirará».