El mundo está mal repartido, y esa injusticia no es culpa de Dios, sino del egoísmo de los hombres.
En el evangelio de este domingo XVII de tiempo ordinario, se plantea el problema de dar de comer a una muchedumbre contando pocos recursos. El milagro de Jesús resuelve la situación, como la resolvió tantas veces Dios en el Antiguo Testamento, según nos cuenta la primera lectura. Pero en uno y otro caso, Dios lo hace con la colaboración de los hombres: del profeta Eliseo en el AT y de los apóstoles en el Evangelio.
El problema del hambre en el mundo sigue siendo un desafío para los hombres de nuestro tiempo, y un problema que adquiere cada vez más dimensiones, porque es cada vez más creciente, en vez de ser un problema que vaya encontrando solución. Dar de comer al hambriento es una de las obras de misericordia, y en el fondo es una muestra de la misericordia de Dios ante la injusticia de los hombres.
Escuchaba hace poco en la radio que cada persona de nuestro entorno desperdicia una media de setenta kilos de comida al año, mientras millones y millones de personas en el mundo se van agotando precisamente por desnutrición y por hambre: niños que no llegan a la madurez y adultos debilitados que no pueden vivir una vida digna. Es una de las injusticias mas graves, ante la que no podemos hacernos los distraídos. Cuando Manos Unidas cada año promueve la Campaña contra el hambre en el mundo, encuentra eco en el corazón y en el bolsillo de muchos. Y es una de las colectas con más éxito, porque nos hacemos conscientes de esta enorme injusticia, que quisiéramos paliar con nuestra aportación.
El papa Francisco nos está continuamente recordando las múltiples caras de la pobreza que habita nuestro mundo, invitándonos a no pasar indiferentes ante estas situaciones y a comprometernos en resolver el problema al nivel que esté a nuestro alcance. Inmigrantes, trabajo para todos, cultura y educación, alimentos, armonía de la casa común, la tierra que habitamos. El mundo está mal repartido, y esa injusticia no es culpa de Dios, sino del egoísmo de los hombres.
Por eso, nuestro señor Jesucristo, «siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza» (2Co 8,9), dándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas. Las conferencias mundiales en que se tratan estos problemas ya hacen su buena aportación, pero no es suficiente. Para erradicar el problema de nuestro mundo, hemos de introducir la actitud del desprendimiento personal, siguiendo el ejemplo de Cristo. Si el problema surge por el egoísmo acumulado de muchos, entre los que nos encontramos, la solución debe venir no sólo por la vía de un mejor reparto de los recursos, sino por la aportación personal que incluye el despojamiento y la austeridad personal e institucional.
En la tierra hay recursos y alimentos para alimentar a muchos más habitantes de los que ahora pueblan nuestro planeta. Qué pasa y por qué tantos mueren de hambre. Por el egoísmo de una parte, que consume lo suyo y lo ajeno, dejándole al otro sin lo necesario para sobrevivir. Y esto que decimos a nivel material, podemos ampliarlo a nivel cultural, sanitario, laboral y de tantos otros recursos.
Jesús cuando se encuentra con este problema, lo resuelve con su poder divino. La Iglesia hoy no puede ser ajena a este problema, en el que va la vida de tantas personas, de los que tienen y de los que no tienen. De los que tienen, porque viven desentendidos, y eso les pone en camino de perdición. De los que no tienen, porque no llegan a disfrutar de los dones que Dios ha puesto para todos. Dios quiere que a todos lleguen los recursos que él ha dispuesto para todos, y no podemos vivir tranquilos mientras haya un hermano nuestro que muere de hambre. «Comerán y se hartarán», anuncia el profeta. Pongamos todos nuestra colaboración para que esto se cumpla.
Recibid mi afecto y mi bendición.