«Tenemos una fe demasiado voluntarista. Una conversión es cosa de Dios»
Toda la familia de David Arratibel se convirtió al catolicismo. Él, agnóstico, ha rodado una película buscando entender por qué. Pero Converso es, sobre todo, un diálogo franco y abierto sobre la fe entre creyentes y no creyentes
Su cuñado Raúl, organista, se convirtió leyendo un libro de Benedicto XVI. Su hermana mayor —María— recibió la fe rezando, por primera vez en su vida y ayudada por un folleto explicativo, el rosario. Su otra hermana —Paula—, la pequeña, también se hizo católica, religión a la que llegó después de una profunda reflexión interior. Y su madre, comunista militante, introdujo de nuevo a Dios en su vida hojeando las lecturas religiosas de una de sus hijas ya conversas. Todos abrazaron la fe de la Iglesia menos David Arratibel (Pamplona, 1973), agnóstico, publicista y director de cine, que decidió filmar una película —costeada con los beneficios de su anterior documental, Oírse— «para entender cómo el Espíritu Santo había entrado en sus vidas y, de alguna forma, también en la mía».
Alfa y Omega reúne en su casa de Pamplona al director con una de sus hermanas, María, la que inicialmente adoptó un proselitismo más militante.
Para que se dé un encuentro, antes ha tenido que haber desencuentro. El vuestro estalló con la conversión…
María: Cuando nos casamos Raúl y yo, y al convertirnos, tuvimos una primera época muy plasta en las comidas familiares. Igual es algo que le pasa a muchos conversos, encuentras todo tan evidente. Tuvimos una época un poco pelma con esto.
David: ¡Muy pelma! Ese era el problema. Lo digo en la película. María me regaló una Biblia, junto con una postal en la que me decía: «Yo lo que quiero es que seas feliz». Todavía la conservo. Cuando dices que yo lo que quiero es que tú seas feliz, das por hecho que, sin esto, yo no puedo serlo. Para mí ahí hay una barrera dentro de la intención positiva del converso-proselitista, hay un punto como desagradable. En la película, mi hermana María lo resume así: «Me ha tocado la bonoloto y te quiero dar diez millones». Pero claro, en ese proceso, que a priori es positivo, porque lo que quieres es el bien para el otro, hay un punto que es una falta de respeto hacia él. Lo mismo le sucede inicialmente a mi hermana Paula, aunque ella posteriormente se termina convirtiendo: María le decía «rezo por ti», y Paula pensaba «déjame en paz».
¿La situación cambia cuando David decide rodar la película? María asegura que, gracias a Converso, por fin habéis podido hablar abiertamente acerca de la fe.
D.: Esa es la clave de la película. Para mí Converso es una película en la que se abordan conversaciones pendientes.
M.: Por fin íbamos a hablar de algo que teníamos atascado. David nunca nos había hecho la pregunta: «Bueno y, concretamente, ¿por qué te ha dado a ti esta vena de la conversión?». Nunca nos preguntó. Y cuando nos propuso la película, pensé: «Ahora sí vamos a hablar de esto, aunque con cámaras».
¿Por qué nunca habíais hablado de ello?
D.: Fue una cuestión mía. No podía hablar con María del tema. Ella era muy pesada, muy plasta, muy proselitista. Con Paula sí tuve alguna conversación, pero terminamos discutiendo. Fue algo muy duro y el tema se aparcó. También hubo por mi parte, lo cual no dice nada bueno de mí, una cierta pereza. En varias críticas se ha planteado que mi posición no contextualiza, no confronta… Y, claro, es que desde mi formación y mis vivencias, tampoco yo tengo nada que argumentar. Primero porque no tengo nada en contra de la fe y, en segundo lugar, porque tampoco tengo una reflexión profunda, filosófica, antropológica y sociológica del tema. Mis reflexiones serían las de un paleto en la barra de un bar.
M.: No es por defenderte, pero lo de tener fe de repente no es tan natural. Si en tu casa nunca se ha bendecido la mesa a la hora de comer, no te sale de un día para otro: «Bendice Señor los alimentos que vamos a tomar…». Por ejemplo, incluso cuando David no estaba nos daba como vergüenza bendecir la mesa. No es algo que de repente asumes y ya está. Será más natural en las familias que siempre han tenido eso asimilado o, por ejemplo, en mi propia familia, donde mis hijos ya han nacido en un hogar creyente.
El tema de la conversión entre nosotros [los conversos de la familia] tampoco nos lo habíamos contado. Hemos descubierto los detalles de nuestra propia historia a través de la película.
Por otro lado, para mí, dar razón de tu fe es una gracia. No nos volvemos valientes de pronto. En mi caso, la película ha sido una salida del armario brutal. Porque tampoco te creas que yo voy por la vida contándole a todo el mundo que me he convertido, que voy a Misa todos los días… En mi trabajo ahora es cuando saben que antes de entrar a trabajar he ido a Misa. No es tan fácil, y menos hoy en día que es un tema que la gente piensa que no queda bien.
Vuestra madre dice que quizá apareció la soberbia en la parte creyente de la familia.
D.: Si yo defendiera con la misma convicción y vehemencia el agnosticismo, tendría, por lo menos, un punto de falta de empatía con el otro. Esa convicción tan profunda de que donde tú estás es donde hay que estar y que no hay otro camino es un terreno muy pantanoso que puede hacer saltar por los aires una relación. Hace relativamente poco una persona me dijo que llevaba mucho tiempo casi sin hablar con su hermano no creyente porque él [creyente] le había intentado convencer y su hermano no le escuchaba. «Ahí está el problema», le dije. «No trates de convencer a tu hermano no creyente todo el tiempo, escúchalo, entiéndelo y explícale lo que sientes». Así, igual, el otro empieza a tener una especie de llamada.
M.: Ese mismo error es el que cometimos durante siete años con David. Le avasallábamos con nuestro proselitismo. Nuestra fe también va madurando y terminas por darte cuenta de que el mandato que está por encima de todo es el amor. Bueno, pues vamos a querer a los que tenemos alrededor y que ese amor se perciba. Por ejemplo, que cuando venga alguien a casa esté a gusto y no que le estemos dando la paliza. Así es como hemos tenido un acercamiento mucho mayor con David que cuando intentábamos convencerle de algo.
¿Y qué decís del «Id por todo el mundo y predicad el Evangelio» de Jesucristo?
M.: La evangelización es un mandato divino. Es algo que no podemos no hacer. Aunque es un tesoro escondido en vasijas de barro. Muchas veces lo hacemos mal, lo hacemos aburrido, pero no tenemos derecho a guardárnoslo. A Jesucristo, que hacía milagros delante de la gente, había quien le daba la espalda. Nosotros no vamos a ser más. No puedes renunciar a cuestiones que son esenciales por gustar al mundo, porque no se te enfaden, por no ser raros. Hay que hablar las cosas con naturalidad y con paz, sin imponer las cosas y desde el respeto al otro. Quizá, a veces, no sabemos respetar al otro. Y si Dios existe, igual tenemos que tener un poco más de confianza en Él. Creo que tenemos una fe demasiado voluntarista. Parece que está en nuestra mano que la gente se convierta y una conversión es una cosa de Dios, absolutamente. La fe es un don.
D.: Se pueden dejar pistas, ejemplos… Más que evangelización directa, creo que es más interesante que pueda haber un mínimo común denominador entre todos los humanos. Ese terreno común, ya lo está empezando a ser con el Papa Francisco, puede ser el medioambiente o la defensa de los elementos más básicos del ser humano. Se suele decir que desde el conflicto nace el cambio y el progreso. Igual deberíamos explorar si desde el mínimo común denominador sale más progreso.
¿Cómo veis la figura del Papa como referente del diálogo entre creyentes y no creyentes?
D.: A mí me ha sorprendido en positivo muchísimo. Francisco ha dicho cosas muy cañeras, muy revolucionarias. Como lo que señaló en Brasil, donde dijo que si no había justicia social era imposible la paz.
M.: Todo lo que dice el Papa ya existía en la Iglesia. Ahí está toda la doctrina social, etc. Pero yo creo que hasta ahora un Papa no lo había transmitido así desde su propia vivencia. Una cosa es la doctrina social y otra es escuchar lo que dice un Papa que ha estado en los suburbios de Buenos Aires con la gente más tirada. Desde esa experiencia de vida a Francisco le surge una preocupación de verdad, real y urgente por los pobres, por los desheredados, por la justicia social.
D.: Yo creo que ha habido muchos años en los que la Iglesia se ha alineado con regímenes dictatoriales, por ejemplo en Latinoamérica. Ahí está la imagen de Pinochet con los curas al lado. Pasará mucho tiempo antes de que se borren de la retina de la gente todas esas imágenes. Hace falta años, muchos Franciscos y una muy clara posición de la Iglesia para que eso se entienda como un pasado erróneo.
M.: Yo tenía una posición absolutamente beligerante contra la Iglesia y era muy burra con este tema. Pero también tengo la sensación de que me llegaba solo una parte del mensaje. Que hay una información muy selectiva. Que sale la foto con Pinochet pero no salen otras cosas en las que también ha estado la Iglesia. Ahí está, por ejemplo, la figura del padre Werenfried, fundador de Ayuda a la Iglesia Necesitada. Era cañerísimo con esto. Denunciaba que estábamos gastando dinero en restaurar iglesias en Europa mientras a nuestros hermanos les están comiendo las ratas en una cloaca de Bombay. En la Iglesia siempre ha habido, y siempre habrá, este tipo de personas, pero el Papa Francisco tiene más eco mediático.
…un agnóstico (David)
- Testimonio de vida: «Que él intente entenderte y tú intenta entenderlo a él. Y desde el entendimiento y después de verte cómo vives, igual el otro empieza a tener una especie de llamada».
- Naturalidad: «Yo estoy en la Plataforma de Afectados por la Hipoteca. Hay una persona que es un amor de persona, es cristiano, y dice que en cada acción que él hace por la paz está Dios. Si hubiera más como él, el mensaje sería mucho más atractivo para gente como yo».
- Buscar lo que nos une: «Se suele decir que desde el conflicto nace el cambio y el progreso. Igual deberíamos explorar si desde el mínimo común denominador sale más progreso».
- Entendimiento: «Ahí está el problema. No tienes que intentar convencer a tu hermano, tienes que intentar entenderlo. Salir cada uno de nuestros zapatos y ponerte en la piel del otro».
- Respeto: «La intención del converso-proselitista a priori es positiva porque lo que quieres es el bien para el otro, pero hay un punto de falta de respeto a la posición del otro».
- Mandato del amor: «El mandato que está por encima de todo es el amor. Bueno, pues vamos a querer a los que tenemos alrededor. Así es como hemos tenido un acercamiento mucho mayor con David que cuando intentábamos convencerle de algo».
- No avasallar: «Que se perciba ese amor. Que cuando venga alguien a casa esté a gusto y no que no seamos pelmazos diciéndole: “oye, llévate este libro y léete esto porque resulta que…”».
- Asumir que la fe es un don: «Parece que está en nuestra mano que la gente se convierta y una conversión es una cosa de Dios. La fe es un don divino. Es Dios el que la da. Nosotros no tenemos una caja con fe y se la vamos dando a quien queramos».
- Sin imposiciones: «No se puede obligar a nadie a tener fe. Hay que hacer como en los anuncios de la tele, que te proponen un producto pero no te obligan a comprarlo».
- No pasa nada por admitir errores: «En todo lo que hacemos podemos meter la pata. Tampoco pasa nada por admitir que en la larga historia de la Iglesia, que tiene 2.000 años, pues también hubo meteduras de pata».