Templos de carne y piedra
Con su visita a Barcelona, Benedicto XVI no sólo ha consagrado la basílica de la Sagrada Familia. Ha puesto rostro a las piedras vivas de la Iglesia, que en Cataluña, como en toda España, tiene que hacer frente a no pocos ataques y vejaciones. El mensaje del Papa defiende a la familia, sin duda. Pero, sobre todo, invita a los hombres, a todos los hombres, a ser amigos de Dios… y que se les note
Con el programa oficial en la mano, cualquiera puede pensar que Benedicto XVI ha viajado a Barcelona para dedicar un solo templo: la Sagrada Familia. Eso es verdad, pero no toda la verdad. Aunque el incienso elevó al cielo las súplicas del Pontífice desde la imponente basílica diseñada por Gaudí; aunque su altar y sus pilares y sus muros fueron ungidos con el óleo del santo Crisma; y aunque hoy ya es morada de Dios lo que hace días sólo era un edificio de piedra, luz y vidrieras…, el Papa ha consagrado otro templo. Uno que llevaba demasiado tiempo esperando a tener, en el panorama mediático y social de Cataluña, la presencia pública que merece. El templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros, decía la Carta de san Pablo que se leyó en la Eucaristía del domingo, y que Benedicto XVI repitió durante su homilía. Y, en efecto, ese templo vivo de Dios son los miles de fieles, sobre todo catalanes, que en este fin de semana han llenado Barcelona de vivas al Papa, de cantos, de oraciones y del santo orgullo de ser Iglesia.
Que sepan que le queremos
La noche del sábado, antes de la llegada del Papa, los alrededores del arzobispado se llenan de jóvenes y de familias que ponen rostro concreto a las piedras de ese templo vivo. Isabel Araguas y Eugenia Barroso, de 18 años, y Leticia Oriol, de 17, dicen con toda claridad que «estamos aquí para que la gente vea que los jóvenes católicos existimos, y somos más de lo que parece. Estamos aquí para apoyar al Papa, al representante de Dios en la tierra. Para que él sepa que le queremos y para que todo el mundo sepa que le queremos». Un cariño y un orgullo que demuestran cantando, rezando, riendo, exhibiendo camisetas de la JMJ de Madrid 2011 (a la que se han apuntado como voluntarias): «Se nos tiene que ver, porque si la gente no nos ve, cree que no existimos. Nosotras rezamos por el Papa y le apoyamos ofreciendo nuestro estudio y haciendo sacrificios. Y también rezamos por la gente que no conoce a Dios; no saben lo que se pierden».
Una Iglesia feliz
Un grupo de jóvenes del colegio Ayalde, de Bilbao, añade más argumentos. Y lo hacen al unísono, como suelen hablar los adolescentes cuando están en grupo y entusiasmados: «Estamos aquí porque somos cristianas. Y somos cristianas porque seguimos a una Persona», dice una voz; «¡A Cristo!», grita otra. Una tercera se atropella para decir que «la mejor manera de conocerle, es en la Iglesia, junto al Papa».
Las palabras de los fieles se hacen liturgia al día siguiente, durante el rito de dedicación del templo de la Sagrada Familia, con la luz filtrándose por las vidrieras multicolor y las columnas de granito esculpidas por los cantos de la Escolanía. Ésta es «la Iglesia feliz, la morada de Dios con los hombres, el templo santo, construido con piedras vivas, sobre el cimiento de los apóstoles, con Cristo Jesús como suprema piedra angular», dice el misal. El Papa, en su homilía, defiende a la familia, pide «que el hombre y la mujer que contraen matrimonio y forman una familia sean decididamente apoyados por el Estado», y agrega: «Al consagrar el altar de este templo, estamos presentando ante el mundo a Dios, que es amigo de los hombres, e invitando a los hombres a ser amigos de Dios. Si el hombre deja entrar a Dios en su vida y en su mundo, si deja que Cristo viva en su corazón, no se arrepentirá, sino que experimentará la alegría de compartir su misma vida, siendo objeto de su amor infinito».
Fuera de la recién consagrada basílica, los fieles participan de la Eucaristía, a través de pantallas de televisión. Y del mismo modo que la basílica de Gaudí tiene los retablos en las fachadas «para poner ante los hombres el misterio de Dios», miles de personas levantan en las calles de Barcelona un templo de carne y hueso, para que quien mire pueda descubrir el rostro de Cristo vivo.
Enfrentamiento real
En los alrededores de la Obra benéfico-social del Niño Dios el ambiente es algo diferente del que se ha vivido en la Sagrada Familia. Predominan los balcones con banderas del Vaticano y carteles de bienvenida al Santo Padre, pero son más numerosos otros de distinto signo: Yo no te espero. Uno de ellos está colocado, junto a la bandera independentista catalana, en un balcón situado justo enfrente de la puerta por la que va a entrar el Santo Padre; dice: Niños, huid. Yo no te espero. Asomado al balcón, un niño con cara aburrida y escuchando hip hop a todo volumen. Y es que, además de las banderas y los cánticos de bienvenida al Santo Padre por toda la ciudad, también se ha producido algún episodio desagradable, como algún grito de ¡Fuera el Papa!, desde algunos coches hacia la gente que esperaba el paso del Papa, o un incidente en el Metro, en el que un joven increpaba a una familia con insultos a Dios, al Papa y a la Iglesia.
Lejos de la mera anécdota, se trata efectivamente de ese enfrentamiento entre fe y modernidad del que hablaba el Papa en el avión que le traía a España; a los no creyentes, y también a los hostiles, está destinado igualmente el reciente Consejo Pontificio para la Nueva Evangelización. Ésta es también la gran tarea que nos ha dejado a los católicos el Papa, en su homilía de la Sagrada Familia: «Busquemos juntos mostrar al mundo el rostro de Dios, que es el único que puede responder al anhelo de plenitud del hombre. Ésa es la gran tarea: mostrar a todos que Dios es Dios de paz y no de violencia, de libertad y no de coacción».
Precisamente unos metros por debajo de esta pancarta, unos jóvenes toman sitio en la acera para esperar la llegada del Papa al centro del Niño Dios. Despliegan una pancarta de cinco metros en la que se puede leer: Bendito el que viene en nombre del Señor. Son Miriam, Luis y Gerard; pertenecen al Camino Neocatecumenal y ninguno supera los 20 años. Cuentan que tienen más amigos no creyentes que creyentes, y que es difícil el diálogo con algunos de ellos. Incluso hay quien se ha burlado de ellos cuando han comentado que iban a ir a recibir al Papa. ¿También tiene el Papa palabras para ellos? «Claro que sí —responden a una—, tiene palabras para todos». Y comienzan las comparaciones: «Nosotros somos felices casi todo el tiempo. Hay muchas más cosas que nos hacen felices; ellos sólo piensan en el dinero y en tener cosas, y a nosotros nos da la felicidad la Palabra de Dios, la comunidad y la Iglesia».
Lección de ternura
Juanjo es otro joven, de 26 años, y asiste al centro del Niño Dios desde el año 1994. Responde con monosílabos, más por timidez que por otra cosa, a las preguntas. ¿Te gusta estar aquí? Sí. ¿Te tratan bien las Hermanas? Sí. ¿Te gusta que el Papa venga a verte? Sí. ¿Qué le pedirías al Papa? Mmm…, que me ayudara a ser bueno. Su padre cuenta que Juanjo acude todos los días al taller ocupacional del centro, y confiesa que él mismo es voluntario: «Que el Papa venga a un centro de discapacitados —confiesa— es un gesto muy significativo por parte de la Iglesia, un apoyo a todas las personas que tienen más dificultades en la vida y que necesitan mucho el cariño de la sociedad. Las Hermanas les quieren mucho, tienen por ellos un cuidado especial, y les tienen mucho cariño».
Lo que ocurre momentos después, cuando llega el Papa al centro, es una lección de ternura para una sociedad que evita por todos los medios el sufrimiento y que condena al crimen del aborto a muchos niños que vienen al mundo con alguna discapacidad. María del Mar, una de las chicas que acude al centro y que tiene síndrome de Down, da «gracias a nuestros padres, que nos han regalado el don de la vida. Aunque somos diferentes, nuestro corazón ama como todos los corazones, y queremos ser amados».
Un lugar en el corazón del Papa
La respuesta del Papa no puede más que desarmar a quienes quieren ver en él a un ariete que carga y arremete contra las leyes españolas: «Para el cristiano, todo hombre es un verdadero santuario de Dios, que ha de ser tratado con sumo respeto y cariño, sobre todo cuando se encuentra en necesidad». Acaba dando también «gracias a Dios por vuestras vidas, tan preciosas a sus ojos», y asegura: «Ocupáis un lugar muy importante en el corazón del Papa. Rezo por vosotros todos los días».
Cuando el Papa se sube al coche camino del aeropuerto, deja atrás una juventud que necesita que alguien rece por ella y la lleve en su corazón. María del Mar, Juanjo, Miriam, Luis, Gerard… y también los chicos del Yo no te espero y de los insultos al Papa. Sobre todo, ellos. Alguien nos lleva en su corazón y reza por nosotros. En los momentos buenos y en los momentos malos.
Antes de que Benedicto XVI nos deje, ya le estamos echando de menos.
José Antonio Méndez
Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
enviados especiales a Barcelona