Obispo ucraniano: «Temen que el mundo sacrifique a Ucrania por su propia comodidad»
El obispo latino de todo el este de Ucrania ha perdido el contacto con casi la mitad de su diócesis. En Járkov, su sede, siguen cayendo bombas
La imagen dio la vuelta al mundo. El cardenal Konrad Krajewski, limosnero apostólico, rezaba conmovido ante una de las fosas comunes de Izium en septiembre, poco después de su liberación. A su lado también se recogía en oración Pavlo Honcharuk, obispo latino de Járkov. Durante esta visita, «la gente nos contó historias de tortura, hambre, humillaciones y palizas», relata escuetamente el obispo a Alfa y Omega.
No era la primera vez que circulaba una foto suya durante el conflicto. Poco después de la invasión, se le vio compartiendo búnker con familias y el obispo Mitrofan, de la Iglesia ortodoxa de Ucrania, y visitando con él a los heridos. Pero para Honcharuk, la guerra comenzó antes. Originario del oeste del país, uno de sus ministerios fue como capellán militar. El 20 de enero de 2020, con 42 años recién cumplidos, el Papa lo nombró obispo de rito latino de Járkov-Zaporiyia. Llegó a una diócesis del tamaño de Asturias, Cantabria, las dos Castillas y Madrid juntas, y que incluía los óblast de Donetsk y Lugansk, controlados por separatistas prorrusos desde 2014.
«Los sacerdotes tuvieron que irse ya antes del 24 de febrero», inicio de la invasión rusa, «porque las autoridades locales no prorrogaron su permiso». Luego, Rusia tomó buena parte de la región de Járkov. También Zaporiyia, que ahora Moscú se ha anexionado. Tampoco allí han podido quedarse los sacerdotes. Honcharuk ha perdido el contacto con casi la mitad de su diócesis.
—¿Tienen noticias de sus feligreses?
—No tenemos ningún contacto. Se reunían para rezar en las iglesias y guardaban el terreno de las parroquias. Tienen la oportunidad de ver la Misa y el rosario desde la catedral de Járkov en YouTube y Facebook, y también en EWTN Ucrania, pero no recibimos comentarios suyos.
Relata que en Járkov las primeras semanas «no se celebraba Misa por los bombardeos masivos». Los rusos no lograron tomar esta ciudad, la segunda más grande del país, pero llegaron a sus periferias. «Un fragmento de misil dañó el edificio de la Curia». Las celebraciones solo volvieron en mayo, cuando las tropas rusas se retiraron. El 11 de septiembre quedó liberado casi todo el óblast.
—¿Cómo es la situación ahora?
—Saltivka, un barrio al norte de la ciudad, fue el más afectado. Una gran parte de las casas están destruidas. Donde todavía se puede vivir, la gente está en los sótanos y una vez al día los adultos suben a los apartamentos a cocinar. Los bombardeos son menos frecuentes, pero Járkov sigue siendo muy vulnerable, estamos a 30 kilómetros de la frontera. Los rusos ya no usan artillería como antes, sino cohetes. Hace una semana, se oyeron dos series de explosiones a escasa distancia de la catedral.
«El apoyo de las naciones de la UE es muy importante para Ucrania», agradeció el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, al conocer la concesión del Premio Sájarov a la Libertad de Conciencia al pueblo ucraniano. «Nadie lo merece más», subrayó Roberta Metsola, presidenta de la Eurocámara.
El obispo no menciona explícitamente los cortes de agua y electricidad al este de la ciudad ni la denuncia del presidente Volodímir Zelenski de que Rusia ha destruido un tercio de las centrales eléctricas. Pero le preocupan los «problemas con el suministro de energía».
—Se acerca el invierno. Desgraciadamente, la ayuda humanitaria está disminuyendo. Además de comida, medicinas y productos de higiene, la gente necesitará abrigo, mantas y calefactores. También hay una gran necesidad de equipamiento en los hospitales de los territorios liberados. Se ha perdido mucho material por la destrucción de alas enteras.
Explica que de los 1,7 millones de habitantes de Járkov, solo quedan 600.000. El resto «han huido al oeste o al extranjero». Es difícil saber cuántos de los 50.000 bautizados latinos de toda la diócesis —territorios ocupados inclusive— permanecen. En Járkov «hay cinco sacerdotes latinos, todos en activo aunque de forma limitada por el pequeño número de fieles, por el toque de queda y por las dificultades en el transporte».
La aportación de los latinos
—Hay fotos, menos conocidas, de usted repartiendo ayuda. Siendo tan pocos los católicos latinos, ¿qué pueden aportar?
—Estamos cooperando con las autoridades y ayudando a los residentes de varias formas. Cáritas Spes [la rama latina de la entidad, N. d. R.] está organizando el reparto de ayuda humanitaria, tanto en el centro urbano como en las zonas más remotas. Los voluntarios visitan a los ancianos y enfermos graves. Hay sacerdotes trabajando en el hospital militar. Yo, como obispo, y algunos voluntarios, visitamos de forma frecuente a las unidades militares y organizamos la asistencia espiritual.
—¿Cómo vivió la gente la llegada de las fuerzas ucranianas, y cómo están los ánimos unas semanas después?
—Tras el miedo y la depresión vino la esperanza en el restablecimiento de la vida normal. Las instituciones estatales, los servicios sociales, médicos y policiales empiezan a funcionar de nuevo de forma parcial. Pero, desgraciadamente, con gran dificultad, dado el grado de destrucción de las infraestructuras. La gente mira al futuro con miedo.
—¿A qué?
—A que vuelva la ocupación. A que haya una escalada en el conflicto. O a que el mundo civilizado sacrifique a Ucrania por su propia comodidad y seguridad. Esperamos tener el valor para reconocer la verdad y llamar a las cosas por su nombre, y también esperamos obtener justicia de Europa y del resto del mundo.