Te puede pasar a ti 3: Paul Ponce, el malabarista de Dios. «La única fórmula de ser feliz es hacer la voluntad de Dios» - Alfa y Omega

Te puede pasar a ti 3: Paul Ponce, el malabarista de Dios. «La única fórmula de ser feliz es hacer la voluntad de Dios»

La caravana de Juan Manuel Cotelo vuelve a la carretera. El director y productor cinematográfico ha estrenado el tercer capítulo de la serie documental sobre conversos Te puede pasar a ti. La nueva entrega cuenta la historia de Paul Ponce, un malabarista de prestigio mundial, que durante una gira en Las Bahamas entró en una parroquia y conoció «al espectador más importante del mundo». Cotelo habla también sobre Dios con otros profesionales del circo

José Calderero de Aldecoa
Paul durante una de sus actuaciones, con su mujer, Leia, que le ayuda en el espectáculo.

En el primer capítulo de Te puede pasar a ti, se contaba la historia de Juango, un pandillero de Medellín que vivió en el mundo del blanqueo de dinero y del tráfico de drogas. En la pared de su cuarto pintó una imagen del infierno y colgó alrededor pieles de conejos que cazaba y despellejaba. Hoy Juango es sacerdote. En el segundo DVD, los espectadores conocieron a Rubén García, un mexicano homosexual, que había ejercido la prostitución y que, tras un intento de suicidio, sintió que Dios le amaba. «¡¿A mí?!», se preguntó entonces Rubén. «Yo pensaba que Dios amaba a todos menos a los homosexuales», decía.

En este nuevo vídeo, Cotelo y la productora Infinito más uno presentan la historia de Paul Ponce, uno de los mejores malabaristas del mundo, perteneciente a la sexta generación de una familia argentina de artistas, que inició su carrera a los diez años. Sus padres le bautizaron como católico, pero su educación cristiana nunca fue muy profunda: «No frecuentábamos mucho la iglesia, ni íbamos a Misa, porque siempre trabajábamos los domingos. En total, íbamos cinco o seis veces a Misa al año», asegura.

Ante un Crucifijo

Comenzó una vida alejada de Dios. «Hasta los 19 años, yo pensaba que la felicidad estaba en viajar, ganar mucho dinero, ser muy conocido en el mundo artístico, tener muchas novias en cada ciudad… Y, hasta los 19 años, conseguía estos objetivos». Paul se entregó al trabajo y, a esa edad, ya había actuado en los escenarios más prestigiosos de Londres, Nueva York, Las Vegas, Montecarlo… «Pero tenía sed de más, aunque no sabía qué me faltaba», reconoce. Hasta que, un día, recaló en Las Bahamas para una de sus actuaciones, y allí le pasó algo que cambió su vida: «Entré a solas en una iglesia a rezar, y fijé mis ojos en el Crucifijo; al mirarlo, me preguntaba: ¿Por qué tanto dolor y sufrimiento?», recuerda. Inició entonces un proceso de catequesis para preparase a recibir el sacramento de la Confirmación, lo que le deparó un gran descubrimiento: «Cuanto más intentaba entender y aprender a hacer el bien hacia Dios y los demás, más felicidad y plenitud sentía», cuenta.

El culmen de todo este proceso fue la decisión de hacer un alto, durante un año, en sus actuaciones, y trabajar como misionero laico al servicio de la Iglesia: «Al final, me di cuenta de que ese año había sido el más feliz de toda mi vida, pues aprendí dónde se encontraba la felicidad: en buscar a Dios y el bien de los demás», dice Paul.

10 años de purificación

Tras su experiencia misionera, Paul se planteó su vocación. Dudaba entre consagrarse a Dios en la vida religiosa sacerdotal, o en la vida familiar. Tras un período de discernimiento, vio que el Señor le llamaba al matrimonio.

«En mi oración, le decía al Señor: Como yo pienso que me llamas a la vida matrimonial, pues, Dios mío, te consagro a mi esposa, esté donde esté. Cuídala, guíala, protégela, llévala por el buen camino, te la consagro a tu Sagrado Corazón y al Inmaculado Corazón de María. Y Dios, en su sabiduría, lo logró en 10 años, porque era lo que necesitaba. Esos 10 años fueron de purificación, de contemplación, de esperanza, de fe y de caridad para esperar a mi esposa», asegura.

Después de 10 años, entró en escena Leia, brasileña, que también se preguntaba si su camino era la vida consagrada o no. En México, conoció a Paul en un congreso para jóvenes. Ella era la encargada de trasladar a Ponce. Empezaron una relación por correo. «Empezamos a mandarnos un e-mail a la semana, luego dos a la semana, y más tarde todos los días. Nos escribíamos a diario», recuerda Paul. Leia fue a visitar a Paul a Berlín y a Nueva Zelanda; Paul viajó hasta Brasil para conocer a la familia de Leia… El 13 de mayo de 2005 se casaron y, un año más tarde, tuvieron a su primer hijo. Ahora llevan ocho años casados y tienen tres hijos, pero ni un solo día han dejado de consagrar su familia y su matrimonio a Dios.

El director de un casino de Portugal le preguntó un día si querría que sus hijos fueran malabaristas. Paul Ponce contestó: «Yo no sé si serán malabaristas o no. Pero lo que sí quiero es que sean felices, y la única fórmula que yo sé para ser feliz es hacer la voluntad de Dios».

Estas mismas preguntas son las que Cotelo hace a diversos artistas de circo a los que, al final del DVD, les presenta el testimonio de Paul. Juan Manuel Cotelo charla con todos ellos sobre sus creencias, sobre las dificultades del noviazgo y del matrimonio, y también sobre la educación de los hijos.