Tarjetas de crédito solidarias para que todo el mundo pueda hacer la compra
Cáritas Cullera ha creado un proyecto con tarjetas solidarias para acercar la alimentación al que lo necesite de una forma digna
Marí se guarda una bolsa de tela en el bolsillo y sale de su casa, caminando hacia la tienda de un barrio del centro de Cullera en Valencia. En el paseo saluda a las personas que se cruza, ya la conocen y cuando entra en el pequeño supermercado también la saludan con cariño. Elige lo que quiere comprar, saca su tarjeta de crédito —tal vez una parecida a la tuya— y paga su comida. Puede parecer un acto normal que damos todos por sentado, pero ella —después de muchos años siendo voluntaria de Cáritas— sabe que no todo el mundo tiene esa suerte.
María, por otro lado, tiene dos hijos, es administrativa y contable y lleva en Cáritas desde muy pequeña. Prácticamente lo ha heredado ya que sus padres, lo fueron antes que ella. Tal vez por eso cree que ayudar a alguien a cambiar una situación difícil es «la alegría más grande».
Manuel tiene 51 años, su mujer murió hace ocho años y lleva 16 viviendo en Cullera. «No tenía trabajo y no tenía nada», y por eso acudió a Cáritas. Él es una de esas personas que no podía ir a la compra como cualquier otra persona. Las circunstancias hicieron que ese gesto de pagar en la caja, fuera casi imposible para él, a pesar de apuntarse «a la bolsa de trabajo».
Ayudar al que pasa por dificultades
Cullera puede parecer un pueblo pequeño de Valencia, pese a que en verano la población se multiplica por la cantidad de personas que acuden a sus playas, y de que en una loma cercana, cuando todavía no divisas ni el mar, se pueda leer al estilo Hollywood las letras de su nombre. Pero es aquí, donde los voluntarios de Cáritas han creado un proyecto revolucionario para ayudar a personas como Manuel.
«Primero dábamos una bolsa de comida», cuenta Marí, «y en la bolsa poníamos lo que nosotros considerábamos que podía estar bien». María sonríe mientras su hija relata cómo le compró un paquete de «rosquillitas» a una persona que pedía en la puerta del supermercado. La madre no duda de su buena intención, pero añade que «esa persona no puede pasarse la vida en la puerta de un supermercado pidiendo. Hay que ir más allá».
Por eso en Cáritas Cullera decidieron abrir un economato y «esto ya supuso un cambio». Las personas que lo necesitaran acudían a la parroquia y en un lugar habilitado, habían montado una pequeña tienda para que «por lo menos puedan escoger». Aunque no tenían productos frescos, por ejemplo.
Ayudar sin pasar por alto la dignidad
«Si yo tengo de todo, qué suerte he tenido, pero no todos han tenido la misma suerte», recuerdo María. «Y se nos ocurrió que, ¿por qué no van a poder comprar como cualquier otro?». Así que con la voluntad de dignificar el programa crearon un nuevo proyecto.
Mientras María recorta una botella grande de agua, y su hija le pega unos ojos y unas orejas de cerdito, nos explica que decidieron «recoger el dinero en unas huchas», creadas a partir de productos reciclables y además, muy económicas. Y con ese dinero, llenaron las llamadas «tarjetas solidarias».
«En vez de darles alimentos, o que vengan a comprar al economato, les damos una tarjeta con la que pueden ir a comprar como cualquiera de nosotros», relata Marí. De esta forma, «ellos pueden escoger qué quieren comprarse».
Un proyecto que quiere dar importancia no solo al objetivo noble que persigue: que todo el mundo pueda comer; sino que también quiere dignificar la manera de llevarlo a cabo. Todo por un hecho muy simple: todos somos iguales, hijos de Dios. Pero ocurre una cosa curiosa, y es que esta ayuda es recíproca: «Me han enseñado lo que es la dignidad. Personas que dices, yo no sé si tendría el valor de levantarme cada mañana como lo hacen ellos».
Por eso es tan importante tender una mano al que tal vez está pasando por un mal momento. Porque podríamos ser nosotros y porque merece la pena darse con «una sonrisa, aunque no tengas dinero, un saludo un buenos días…».
Javier González García
Religión Cope