También yo soy Domund - Alfa y Omega

También yo soy Domund

María Martínez López
Ilustración: Asun Silva.

El domingo 20 de octubre se celebra el Domund. Esta cita anual sirve para recordarnos que una tercera parte de la Iglesia universal se encuentra en lugares donde todavía no se conoce a Jesús. En ellos, además, hay muchas necesidades materiales: de alimentación, educación, sanidad… Estos lugares necesitan ayuda económica; pero más importante aún es la labor de las decenas de miles de misioneros que hay en todo el mundo. España es el país que más misioneros tiene: 13.000. Sin embargo, la mayoría son ya mayores, y hace falta que más personas sientan la llamada a la misión. Para que esto sea posible, es importante que, ya aquí, nos sintamos comprometidos con esta tarea. Este año, Obras Misionales Pontificas ha lanzado la campaña Yo soy Domund, en la que personas de todo tipo posan con la hucha del Domund y cuentan su relación con los misioneros. Entre ellas, hay varios niños, y personas mayores que descubrieron su interés por las misiones siendo niños.

Los misioneros tienen la alegría de la fe

Adrián Fernández tiene 12 años y estudia en el colegio San José, de las Franciscanas Misioneras de la Madre del Divino Pastor (la Divina Pastora), de Madrid. Está convencido de que «hay que ayudar a los misioneros, porque son los que están ayudando a otras personas, y merecen que les ayudemos». Adrián conoce esta labor porque «en clase de Religión nos hablan de ellos». En su colegio, además, el lema de este año es La alegría de la fe. Adrián opina que esta alegría caracteriza especialmente a los misioneros, porque «las personas que tienen fe llevan alegría, y los misioneros la van transmitiendo a los demás». Pero esto no sólo les ocurre a los misioneros que se van a lugares lejanos para llevar el Evangelio. El mismo Adrián ha experimentado esta alegría de compartir su fe con otros: «Algunas veces, estaba hablando con mis amigos y me decían que ellos no creían en Dios. Yo les explicaba qué es la fe, porque a lo mejor ellos no lo sabían bien, y por eso no creían». Además, ha participado dos años en el Tren misionero, y ha salido varias veces como sembrador de estrellas, felicitando la Navidad a la gente por la calle. «¡Me encantaría volver a hacerlo este año!».

«Conocemos a muchos misioneros»

«Los misioneros se van a la misión porque se lo ha dicho Dios, y ayudan a otras personas que no creen en Dios, para que, conociéndole, sus vidas sean mejores. Nosotros podemos ayudarlos dándoles dinero en la iglesia». Así nos los explica Pablo Rivas, de 11 años, que es el mayor de ocho hermanos. «Mis hermanos pequeños piden el dinero a mis padres, pero los mayores lo cogemos de nuestra hucha». Su hermana Elena, de diez años, explica que, luego, la Iglesia manda este dinero a los misioneros, para lo que necesiten. «Podrías ser tú el que estuvieras en la misión, y te encantaría que te ayudaran», añade.

Su padre, antes de casarse, «estuvo de misionero en Chile, y nos ha contado que allí la gente necesitaba muchas cosas», explica Pablo. También conocen a otras personas que se han ido de misioneros: «Jesús Mazaría, un cura de la comunidad de mis padres, está en México, y me ha regalado una moneda de plata preciosa. También conocemos a Edgar, que está en Chile». Elena añade que «nuestro tío Jacobo está de misionero en el Congo. Le vemos una vez al año solamente».

También toda la familia ha sido misionera. «Antes —explica—, estábamos en una parroquia, y nos mandaron de misión a otra, en la que había muy poquita gente porque está en un barrio en el que muchos no creen en Dios». Allí, participan en todas las actividades, y además —cuenta Pablo— «vamos por las calles a hablar de Dios a los demás. Sólo hablan los mayores, pero nosotros los acompañamos».

Vocación misionera, gracias a san Francisco Javier

El arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela, monseñor Francisco Pérez, quiso ser misionero desde pequeño porque le impresionó mucho la vida de san Francisco Javier, el Patrono de las misiones. «Leía muchas vidas de santos, pero en especial me gustó la suya; cómo, dejándolo todo, se fue a anunciar el Evangelio a la gente que le era desconocidísima, y la revolución de amor que hizo en Asia». No pudo hacer realidad este sueño tal como lo había imaginado porque cayó enfermo, «y el Señor me dijo que mi misión era aquí, donde ahora estoy».

Ahora, monseñor Pérez es obispo de la diócesis donde nació este santo. También fue, durante años, el responsable de Obras Misionales Pontificias. Por eso, ha visitado países como Guatemala, México, Zimbabwe, Uganda, Mozambique… «Ha sido un momento para mí muy importante», al ser testigo de «lo que están haciendo los misioneros, sin quejarse» a pesar de que «están en primera línea» en los países donde la situación es peor. Por eso, «hemos de cuidar de nuestros misioneros, para que puedan seguir dando, no sólo el pan de la Palabra de Dios, sino también el pan del alimento y de la solidaridad. El mundo necesita conocer qué significa la fraternidad, la paz, la solidaridad, la justicia. El misionero es el portador de este mensaje de Jesús».

Ser misionero es entregar tu vida por los demás

Paula García está convencida de que es importante compartir la fe «porque puede transmitir a la gente confianza y amor, y ayudarles si no tienen ganas de vivir la vida o no la aprovechan bien. Sin fe no podemos hacer nada, por muchas cosas materiales que tengamos». Sin embargo, también esas cosas materiales son necesarias, pues a mucha gente le falta lo necesario para vivir, como comida, atención sanitaria y educación. Ser misionero es «entregar tu vida por los demás», llevando a esas personas que lo necesitan el Evangelio y también ayuda material. Paula ha aprendido esto, y el esfuerzo tan grande que hacen los misioneros, gracias a las actividades del Tren misionero, en las que ha participado dos veces junto con su amigo Adrián, del colegio San José.

Al igual que su compañero, Paula también sabe que todos podemos ser misioneros, y ha tenido su propia experiencia de ello: «Este verano, en el campamento al que fui, había niños de distintos países. Un día, estábamos hablando antes de que empezara la Misa, y una niña, que venía de un país de América y era musulmana, me preguntó que cómo era la Misa. Yo empecé a contarle cosas de Jesús y de lo que hizo, de los apóstoles…».

«Un cuarto de mi sueldo», para las misiones

Mónica del Álamo ha estado comprometida con el Domund desde pequeña: «En el colegio nos daban un sobre, y nos animaban a implicarnos personalmente, con nuestros ahorros. Yo recibía por aquel entonces 100 pesetas de paga», que es el equivalente a 60 céntimos de euro. «Recuerdo que metí en el sobre 25 pesetas» (15 céntimos), «y me parecía muy poco. Mi padre me animó diciendo que para mí era un cuarto de mi sueldo y que era muchísimo». Ahora tiene 21 años y, al hacerse mayor, se comprometió aún más con la labor de los misioneros. Hace un tiempo, «estuve en Etiopía haciendo una experiencia misionera de verano, y allí conocí personalmente a los destinatarios del dinero del Domund». Estuvo con las Misioneras de la Caridad, y «he visto todo lo que se puede hacer con un solo euro». Pero, además de todo lo que se puede hacer con dinero, destaca la labor espiritual de los sacerdotes, que no se puede calcular. «Cuánto bien se puede hacer con el anuncio del Evangelio: se puede cambiar el mundo».