Tamaños y ausencias
Aunque a mí me molestaría que mi ciudad no tuviera belén público, no puedo más que pensar en lo diferente que sería nuestro país, con sus rotondas y sus siestas, si pusiéramos cada uno ese misterio en la intimidad de nuestro corazón
Querida J.: Hay estos días en España una extraña polémica a vueltas con el tamaño de un belén. El Ayuntamiento de Alicante quería el récord Guinness y vaya si lo ha conseguido. ¡Qué tamaño! Mira, es el de esta foto. A ti te parecerá más grande aún, claro, pero lo es para todos. Bueno, menos para quienes representa, supongo. Sí, es verdad, el Niño Jesús es pequeño porque es un bebé, que te lo han dicho en el colegio –orillado, afortunadamente, de leyes trampa–, y nació en un pesebre, pobre, entre animales, porque no había posada. Es que, verás, aquí en este país nuestro y de nadie nos gusta el chismorreo, el «quítate tú que me pongo yo», el «¿te has fijado lo seria que está últimamente la Rosa?». No, Rosa no existe, es una metáfora, que es un decir algo diciendo lo otro. Bueno deja de preguntar y escucha: el otro día le leí a Chapu Apaolaza que «España es un cabreo de rotondas». Y en ese costumbrismo de sobremesa larga y tendida vamos haciéndonos mayores, entre los chismes de afuera y los complejos de adentro. En realidad, el belén de Alicante no es ni grande ni pequeño. Lo que lo adjetiva es el ojo de quien lo diseñó y de quienes lo observamos, a quien nos falta altura de miras para ver la grandeza de la pequeña y Sagrada Familia. Sí, hija mía, el Niño nos nace otra vez y vuelve a pedirnos un regalo sin pilas: nuestra conversión. A veces, cuando te duermes y me vuelvo al salón a descansar del día de reuniones y tuits, cierro los ojos y veo a esa chica embarazada atravesando el desierto, a su esposo llamando sin suerte a todas las puertas y al Niño en su vientre abriendo caminos de luz. Recuerdo entonces por qué le llamamos misterio. De vuelta a la oscuridad de la noche, mientras rezo porque alguna tos inoportuna no te impida el sueño, veo en la tele las críticas al exceso de unos –el belén de Alicante– y a la ausencia de otras –en Barcelona no han puesto nacimiento–; y aunque a mí me molestaría si mi ciudad no tuviera belén público, no puedo más que pensar en lo diferente que sería nuestro país, con sus rotondas y sus siestas, si pusiéramos cada uno ese enorme misterio en la intimidad de nuestro corazón. Podemos pasar los días opinando sobre tamaños y ausencias, pero, ay, si montáramos el belén huesos adentro. Veo cómo vas cerrando los ojos y aflojando mi mano y vuelvo a cerrar los míos mientras salgo con cuidado de tu cuarto y rememoro de nuevo aquella gran noticia que precede a todas las demás. Que descanses, pequeña, y que toda tu vida sea un anuncio de vida eterna, un gran misterio, un regalo para quien contigo se cruce, en rotondas, desiertos y caminos, que no olvides nunca a aquel pequeño del pesebre que inventó toda medida y que te regalará la más grande de las vidas.