Superiora de las Oblatas de Cristo Sacerdote: «José Antonio Álvarez era de la familia»

Superiora de las Oblatas de Cristo Sacerdote: «José Antonio Álvarez era de la familia»

El difunto obispo auxiliar de Madrid conoció a las Oblatas de Cristo Sacerdote antes incluso de descubrir su vocación. Luego como capellán, formador y rector del seminario, mantuvo una relación de «total confianza» y acompañamiento mutuo. «Tenía una vida espiritual muy grande», asegura la superiora general, Teresa López-Orozco Valenzuela

María Martínez López
Álvarez dentro del convento de las Oblatas en la fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote de este año.
Álvarez dentro del convento de las Oblatas en la fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote de este año. Foto: Oblatas de Cristo Sacerdote.

—Según tengo entendido, la relación de José Antonio Álvarez con su congregación empezó siendo él muy joven.
—Sí, con 15 años. Es de la parroquia a la que pertenecemos, Nuestra Señora de la Concepción de Pueblo Nuevo. Un día que el párroco vendría a recoger alguna labor le trajo. Dijo: «Pidan mucho por este chico». Él contaba luego, divertido, cómo se preguntaba a sí mismo «¿por qué les dirá que pidan por mí? ¿Qué me pasará?». Él no había descubierto aún su vocación. Así nos conoció. 

—Entró en el seminario, y siguió la relación con ustedes.
—Los seminaristas de la zona, y algunos que no son de la zona, siempre vienen aquí a Misa en vacaciones. Es como un imán. Cuando venía José Antonio, todavía vivía la madre fundadora, María del Carmen Hidalgo, y la conoció. También recogió mucho la herencia del padre fundador, José María García Lahiguera, de forma muy directa, a través del sacerdote Julio Navarro, que había sido dirigido espiritual suyo; otro sacerdote muy santo y enamorado del sacerdocio. En este monasterio, por gracia de Dios, se absorbe la grandeza del sacerdocio de Cristo, la veneración y ayuda a los sacerdotes y la necesidad de que sean santos. 

Después de su ordenación le hicieron capellán aquí cinco años, y luego formador y rector del seminario. En todos estos cargos ha estado muy cercano. 

El cardenal Cobo y los tres auxiliares en la fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, en el claustro de las Oblatas, el 12 de junio. Foto: Archimadrid.

—¿Cómo?
El seminario y las Oblatas somos como uña y carne. Los formadores y directores espirituales tienen las mismas vacaciones que los chicos, así que seguía viniendo en las suyas. Y también con los seminaristas. También le pedíamos algún retiro o curso de formación. Incluso de obispo se acercaba alguna vez con su madre. Era de la familia, teníamos total confianza con él.

—¿Qué les contaba sobre su labor en el seminario y como obispo, y sobre cómo ustedes podían ayudarle?
—En esas visitas frecuentes nos comunicaba las cositas del seminario; sin muchos detalles, acudía para ponerlas en la oración con nosotras. Nos encendía para rezar por las intenciones del seminario. Y nosotras compartíamos también cosas de nuestra congregación y le hacíamos muchas consultas. Se trataba de compartir, de reforzar la oración recíproca. Nos acompañaba; y también nosotras al seminario. Cuando ha sido obispo, sin revelarnos secretos también nos sentíamos que acompañábamos a la diócesis de una manera muy directa. 

—¿Les aconsejaba?
—Era un experto en formación sacerdotal, con mucha experiencia y capacitación. Eso, más la vida espiritual tan grande que tenía, hacía que en cualquier consulta tuviera criterios y un discernimiento muy acertado.

Fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, en el claustro de las Oblatas, el 12 de junio. Foto: Archimadrid.

—Muchos testimonios recogen sus virtudes visibles, pero se sabe menos de la fuente de dónde brotaban. ¿Cómo era esa vida espiritual?
—Era una persona de mucha oración. Veíamos cómo venía temprano para rezar laudes, estaba la hora entera de oración y celebraba la Misa de forma muy cuidada. En las homilías se notaba que vivía de la Palabra de Dios. También en el locutorio se veía que hacía lectura espiritual y reflexionaba continuamente.

En todo dejaba siempre transparentar la idea de ser un servidor, de no sustituir al Señor. Decía «solo hay un Señor, los demás estamos aquí como mediadores». Y cuando era obispo, la última vez que le vimos me decía: «Yo soy auxiliar, estoy para auxiliar al cardenal». En todos los cargos le he visto siempre muy consciente de que el Señor es el protagonista. Hacernos protagonistas es lo que hace mucho daño en la Iglesia.