Su propio camino - Alfa y Omega

He vuelto a ver Las sandalias del pescador, inspirada en la novela de Morris West. En ella, un cardenal advierte al recién elegido Papa, el ucraniano Cyril Lakota, que muchos querrán dirigirlo y utilizarlo para sus planes. León XIV lleva poco más de cuatro meses y hay algunos que se inquietan porque no acelera las carpetas que ellos quisieran, y otros que se amargan porque no da marcha atrás a lo que consideran casus belli. Es verdad que León no ha viajado (aún), ni ha publicado grandes documentos (calma), ni ha descabalgado a los responsables de la Curia (tendrá que formar su equipo). Se ha dedicado a confirmarnos en la fe de los apóstoles. En una reciente entrevista a Crux, advierte del riesgo de que la polarización contamine al cuerpo eclesial y explica que la sinodalidad no tiene nada que ver con transformar a la Iglesia en una especie de gobierno democrático, sino que consiste en comprender su naturaleza como comunión. Una comunión que interpela al mundo y en la que todos, según nuestros carismas, somos llamados a ser protagonistas. 

En estos meses León está escuchando a exponentes de todas las sensibilidades eclesiales; se trata de servir a la unidad de la Iglesia, pero no busca construir una especie de consenso entre progresistas y conservadores, sino que sitúa a todos frente al centro de la fe, como hizo con un grupo de monaguillos franceses ante los que citó a Pedro para decirles que «solo Jesús viene a salvarnos, nadie más». Sus hermanos agustinos dicen que Prevost es un hombre de «raro equilibrio», lo cual es una extraordinaria virtud para el gobierno. Es, además, un hombre libre que no se deja condicionar ni arrullar, y que tampoco se asusta. El Papa dibujará su ruta a través de la oración, de la escucha del pueblo de Dios (ese al que nunca escuchan tantos listos de izquierda y de derecha), de sus colaboradores y de su propio análisis.