Su familia decía que estaba fuera de sí
Sábado de la 2ª semana del tiempo ordinario / Marcos 3, 20-21
Evangelio: Marcos 3, 20-21
En aquel tiempo, Jesús llega a casa con sus discípulos y de nuevo se junta tanta gente que no los dejaban ni comer.
Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque se decía que estaba fuera de sí.
Comentario
Después de haber escogido a los doce en el monte, «Jesús llegó a casa con sus discípulos». Lo primero era celebrarlo. Querían juntarse a comer. Porque es en las comidas que los amigos comparten la vida. La comida y la bebida no son solo una excusa para verse. Son esenciales al tipo de relación de los amigos. Si uno quiere labrar una buena amistad tiene que cuidar la comida y bebida que comparte con sus amigos. La ingesta y sus ritmos facilitan la relación: la calidad de la comida favorece los silencios y evita muchas verborreas innecesarias; el apetito favorece la generosidad en los turnos de palabra y la bebida ayuda a la expresión alegre y ágil. Por lo demás, cuando la comida y la bebida son buenos, se aúnan los sentidos y es más fácil la armonía. Tanto es así que Jesús quiso sostener la amistad entre los suyos siendo Él esa comida y esa bebida de suma calidad que los unía.
Con todo, aquel día «de nuevo se juntó tanta gente que no los dejaban ni comer». Las masas no han comprendido que recibirán más de esas comidas que de los milagros más grandiosos. No quieren la vida de Jesús, quieren usar su poder. No saben que su verdadero poder es la amistad que genera su vida. Que en esa vida compartida con Jesús por los apóstoles se juega la esperanza de todos los sufrientes del mundo. Que de esa amistad tiene que nacer la Iglesia, esa comunidad de gente que acompaña a todos los hombres en todas sus situaciones.
Sus familiares pensaron que Jesús «estaba fuera de sí». Desde luego, lo parecía: Jesús había desbordado su rol familiar, estaba fuera de la figura que siempre había representado. Estaba fuera de sí porque estaba entregando su vida, más allá de la familia, a sus amigos, a Israel y el mundo entero. Jesús no podía permanecer recluido en los límites de la vida familiar. Había nacido para entregarse siempre más allá.