Somos antenas de radio - Alfa y Omega

Hay personas magnéticas, por las que nos sentimos atraídos, que crean a su alrededor una suerte de campo gravitatorio que nos atrapa. Todos conocemos alguna. Personas en las que uno entra para descansar, como en una habitación aireada, con vistas al bosque. Parecidas a una farmacia o a un templo. Siempre me he preguntado por qué motivo estas personas, con el solo hecho de estar, crean esa influencia curativa. Cuál es la causa de su envidiable atractivo.

Un cartujo sostiene que somos como antenas de radio. Quiere decir que cada uno de nosotros emana ondas que son sentidas por los demás: nuestra influencia puede ser agradable o, por el contrario, causar una mala impresión. Es algo que todos hemos experimentado, alguna vez: alguien se nos acerca y percibimos qué cantidad de tempestad trae consigo. El doctor David R. Hawkings, pionero en el campo de la conciencia, dice que intuitivamente percibimos la diferencia entre una persona positiva y una negativa: «La energía de la madre Teresa era obviamente diferente de la de Adolf Hitler». Las personas elevadas, como Mahatma Gandhi o san Francisco de Asís, «emiten la energía de la vida a todos los seres que las rodean. Atraen a los animales. Tienen tacto e influyen positivamente en la vida de todos aquellos con quienes entran en contacto». Esto explica por qué Teresa de Lisieux, por ejemplo, cautiva a tantas personas tan dispares o por qué siendo una enclaustrada acabó siendo nombrada patrona de las misiones. Por el contrario, hay personas que rezuman contradicción, oscurecen los lugares que visitan y nos inquietan con su sola presencia. Todos conocemos algún ejemplo. En La casa de las miradas, el poeta Daniele Mencarelli afirma que el mal es una enfermedad que contagia a todos, incluso a los que dicen que no lo sufren. Las personas irradiamos aquello que somos.

Esto, que podría parecer un cuento de hadas, empieza a confirmarlo la física cuántica. El experimento de la doble ranura ha demostrado que la realidad es modificada por quien la observa. Cuando los científicos disparan electrones a través de dos ranuras y los observan, no se producen dos líneas de impacto en la pantalla, sino muchas. Esto es debido a que el electrón, si se mira, se comporta como una partícula; mientras que se comporta como una onda si se le ignora. Nada es definitivo, todo está ocurriendo de manera creativa, en un océano de posibilidades. No hay una sola realidad porque la realidad la creamos a cada instante. Es decir, que nuestra vida interior tiene repercusiones cósmicas.

Los propios sentimientos y pensamientos, volviendo al doctor David R. Hawkins, tienen una consecuencia en las otras personas y afectan a nuestras relaciones, tanto si son verbalizados y expresados como si no. Nuestra situación interna influye en la biografía de los que nos rodean y cada gesto, por minúsculo que sea, crea ondas que se alejan de nosotros y acaban en otras vidas. Lo mismo sostiene Sophrony, un bendito del monte Athos: «De los estrechos límites de nuestra individualidad transferimos en espíritu cada uno de nuestros estados a toda la humanidad». Los monjes zen aconsejan dejar los zapatos alineados al entrar en casa, conscientes de que este gesto influirá en el resto de la jornada y en el estado de nuestro espíritu. Mucho más que concurriendo a una huelga o al comité de empresa, nuestra manera de estar a solas decide el destino de las cosas y contribuye a contrarrestar el infierno o a avivar sus llamaradas.

Escribe Christian Bobin: «El corazón, cuando existe, se ve de lejos: un monte Fuji en el pecho».