Soluciones para no tirar la comida
«Es muy noble asumir el deber de cuidar la creación con pequeñas acciones cotidianas», dice el Papa Francisco en Laudato si, su encíclica sobre el cuidado de la casa común, al mismo tiempo que propone «alentar comportamientos que tienen una incidencia directa e importante en el cuidado del ambiente, como […] cocinar solo lo que razonablemente se podrá comer».
A pesar de las palabras del Papa, el desperdicio de comida es una de las asignaturas pendientes tanto de los consumidores españoles como de los establecimientos de hostelería. Un informe reciente elaborado por la Universidad Pontificia Comillas y la ONG Prosalus, con la financiación del Ayuntamiento de Madrid, ha puesto sobre la mesa las carencias en el aprovechamiento de alimentos en la capital.
A pesar de que en los hogares madrileños hay una cierta conciencia de la urgencia de no desperdiciar, el 7 % de los encuestados reconoce tirar alimentos a la basura con relativa frecuencia, y el 0,4 % casi siempre.
Pero estas cifras podrían quedarse cortas: según datos del parque tecnológico Valdemingómez –donde se concentra la práctica totalidad del tratamiento de las 4.000 toneladas de residuos que genera la capital–, cada madrileño deposita en su bolsa de basura 273 kilos de residuos al año, alrededor de 750 gramos de basura al día.
Además, según el último Informe del consumo de alimentación en España elaborado por el Ministerio de Agricultura y Pesca, Alimentación y Medio Ambiente, en los hogares españoles tiramos un total de 1.245,9 millones de kilos de comida a la basura al año. Esto confirmaría las conclusiones de la encuesta de Comillas y Prosalus: aunque muchas personas dicen tener una sensibilidad ecológica, esto no se traduce en un comportamiento responsable con el uso de los alimentos.
Aprovechando las tecnologías
¿Cómo salir del círculo vicioso del tiro-consumo-tiro? ¿Qué se puede hacer para evitar el despilfarro de alimentos? Ya hay iniciativas en este campo. Por ejemplo, la plataforma Yo no desperdicio pone en contacto a personas que quieren compartir alimentos para evitar que acaben en la basura, al mismo tiempo que trata de sensibilizar acerca de las consecuencias de un acto tan cotidiano como desperdiciar la comida y ofrece trucos para no hacerlo.
Yo no desperdicio es una solución web y una app para móviles que pone en contacto a personas que saben que van a tener que tirar comida (porque salen de viaje o por cualquier otro motivo) con particulares que se pueden beneficiar de ese excedente. Esta herramienta de consumo colaborativo tiene registradas a casi 1.000 personas de toda España. Mari Cruz Martín, responsable de sensibilización de la plataforma, explica que «uno de los problemas que observamos cuando preguntamos sobre los hábitos de consumo y preguntamos si se tiran alimentos es que no valoramos, o no conocemos, lo que hay detrás de cada gramo desperdiciado. La mayoría dice: “En mi casa no tiramos nada”. Pero cuando preguntamos más detalles, la gente reconoce: “Bueno, tal vez un poco. Lo típico: trocitos de pan que se queda duro, alguna fruta que se ha estropeado, los restos del plato…”. Sumando los pocos y los muchos, al final las cifras son preocupantes».
Laura, una usuaria de Yo no desperdicio que quedó en Madrid con una chica de su barrio para recoger cuatro huevos ecológicos que vio que compartían en la plataforma, afirma que «en casa somos muchos y todo se aprovecha, y estoy muy concienciada con esta forma de consumo colaborativo. Yo miro habitualmente por si hay algo más que me interese. Y también comparto trucos y recetas de aprovechamiento a través de la web, porque hay muchas formas de crear nuevos platos con las sobras que a veces estamos tentados de tirar a la basura».
Una nevera en la calle
Uno de los retos de este movimiento contra el desperdicio de comida es la concienciación del sector de la hostelería, pues según los datos de Eurostat, del cómputo total de alimentos desperdiciados, casi el 20 % corresponden a restaurantes, cafés, bares y otros comercios relacionados con la alimentación.
En España, una solución creativa en este terreno la constituye La Nevera Solidaria, una iniciativa nacida hace poco más de dos años en Galdácano (Vizcaya), cuando su responsable, Álvaro Saiz, se encontró con varias personas buscando comida en los contenedores de un supermercado: «Los empleados del súper sacaban los contenedores a la calle y allí les esperaba la gente. Yo no entendía nada. ¿Por qué no les daban la comida directamente? Me pregunté si no se podría crear un contenedor limpio y refrigerado donde depositar excedentes que estén en perfectas condiciones, alimentos que un minuto antes tenían un precio en el supermercado. ¿Y qué es un contenedor limpio y refrigerado? Una nevera».
Así comenzó un proyecto que en la actualidad tiene 17 neveras en plena calle, distribuidas por toda España, y que ya ha sido copiado en ciudades de Inglaterra, Italia, Francia, Polonia, Serbia, Brasil o Estados Unidos. Hay personas que dejan allí comida y otras que abren la nevera para aprovechar lo que de otro modo se tiraría a la basura.
«Esto no es para pobres»
Saiz explica que «queremos aprovechar el excedente que se genera a diario en comedores, hospitales, restaurantes, empresas de catering…, comida que no está caducada pero que se tira, porque se no se ha vendido la cantidad esperada de menús del día, o por otro motivo». Y recuerda por ejemplo una maratón que no vendió tantos dorsales como tenía previstos y al final ofreció a La Nevera Solidaria yogures, fruta, barritas energéticas, bebidas…
También aclara que «esto no es para pobres. Si fuera solo para pobres las persona que las utiliza estaría estigmatizada. El que abre la nevera no tiene por qué sentirse pobre. Si hay comida que sobra, ¿por qué se va a desaprovechar? Tiene que ver con valores: los alimentos no se pueden tirar a la basura cuando hay gente que pasa hambre. Mis amigos y yo también comemos de lo que deja la gente. Y si viene un tipo con un Rolls Royce y llena el maletero, pues perfecto».
Ojo, Álvaro aclara que «no es lo mismo fecha de caducidad que fecha de consumo preferente. La caducidad dice que ese alimento es peligroso para el consumo humano, pero la fecha de consumo preferente indica que cambian características como el sabor, la textura o el olor, pero no es peligroso para el consumo». El balance de estos tres años de La Nevera Solidaria es que «no ha habido intoxicaciones ni vandalismo, y todo está controlado al máximo».
Varias app
El enlace entre consumidores establecimientos concienciados lo constituyen hoy habitualmente aplicaciones móviles como Wakaiti, Tapper o Nilasmigas, que ponen en contacto a fruterías, panaderías, restaurantes y pequeños comercios dispuestos a rebajar el precio de los productos que no hayan conseguido vender con potenciales clientes finales próximos al establecimiento. Uno de los creadores de Nilasmigas, Fernando González, explica que se valen del geolocalizador de los móviles para conectar ya a casi 4.000 usuarios en las ciudades de Madrid, Barcelona y Valencia. «Nosotros siempre hemos estado concienciados con el medio ambiente y con las cifras tan grandes de desperdicio de comida. Por eso, cuando conocimos una experiencia similar en Dinamarca decidimos introducirla también en España».
A los comercios les compensa, «porque muchas veces tienen productos en buen estado que saben que no van a vender, y así al menos los pueden amortizar y sacar un dinero». Y los consumidores, «sobre todo de un perfil más bien joven, acostumbrados al móvil y con conciencia ecológica», también se benefician.
Hace ahora diez años, el documental La historia de las cosas denunciaba de manera didáctica la insostenible cadena de producción y desperdicio de todo aquello que nos rodea: las cosas. En los últimos años, ha crecido la conciencia de que un modelo de producción y consumo acelerados acaba por dejar secuelas tanto en el planeta como en las comunidades humanas más desfavorecidas. En España, la misma creatividad que ha dado origen a numerosas soluciones que hacen frente al desperdicio de comida se ha puesto en marcha para frenar la eliminación irresponsable de residuos.
A medida que crecen los contenedores para separar la basura y los puntos limpios para el reciclaje y la eliminación segura de materiales, han surgido también páginas web como nolotiro.org, donde los usuarios pueden ofrecer de manera gratuita aquellos objetos que ya no utilizan; u otras como quierocambiarlo.com y truequeweb.com, que promueven el intercambio de artículos; o iniciativas como Traperos de Emaús, que además de restaurar muebles de segunda mano ofrecen oportunidades laborales a personas con riesgo de exclusión social: o decenas de empresas que unen los fines solidarios con la posibilidad de reciclar lámparas, papel, juguetes, aceite, latas, madera, aparatos eléctricos, libros…
Todos estos esfuerzos implican un cambio de mentalidad, una conversión ecológica que pide a todos el Papa Francisco, y que «ha de concretarse en «un cambio efectivo de mentalidad y de estilo de vida, en las opciones de consumo y en las inversiones», como señalan los obispos de la Comisión Episcopal de Pastoral Social en su último mensaje para la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación. En él, los obispos solicitan «un uso moderado de bienes materiales, el control de los gastos superfluos y la atención de los más frágiles». Todo ello para asumir que «el cuidado de la casa común exige un cambio profundo de aquellos criterios, tan arraigados en la cultura actual, que favorecen el consumismo, olvidando la dimensión espiritual de la persona y las necesidades de nuestros semejantes».
Tal como explica el Papa en Laudato si, «no hay que pensar que estos esfuerzos no van a cambiar el mundo. Esas acciones producen un bien en la sociedad que siempre produce fruto».