Julián Carrón ha dimitido como presidente de la Fraternidad de Comunión y Liberación (CL), movimiento de la Iglesia presente en más de 90 países. Lo ha hecho después de que el decreto general que regula el ejercicio de gobierno en las asociaciones internacionales de fieles, promulgado por el Dicasterio para los Laicos, haya establecido un mandato máximo de diez años para sus responsables. El sacerdote español, según ha explicado, no ha querido agotar el plazo de casi dos años que todavía tenía para dejar la presidencia con el fin de favorecer la libertad de los miembros de CL. Como el resto de movimientos, por la regulación del decreto, la fraternidad debe modificar sus estatutos y el modo de elegir a las personas que la guían.
Por su historia personal, Carrón lleva tatuada en el ánimo una convicción: no hay relación con la verdad si no es a través de la libertad. Por eso rechaza dar indicaciones sobre decisiones personales, modos de construir y desarrollar obras u opciones políticas. Está convencido de que cada uno debe aprender, equivocándose o acertando, de las determinaciones que toma. Cualquier otra fórmula le parece un atajo con consecuencias nefastas para la fe, una trocha que conduce al despeñadero en un mundo en el que el cristianismo, reducido a menudo a discurso, ética y piedad, puede convertirse en un falso refugio para los no quieren mirar la vida cara a cara. Esta pasión por la libertad le hace huir instintivamente de componendas y de cualquier remota relación con el poder que supuestamente pueda facilitar la presencia cristiana. Todo lo confía a la belleza desarmada de la vida de aquellos que se sienten atraídos y determinados por Cristo presente. Lo último que le interesa son los números o la defensa de ciertos espacios o ideas correctas en este «cambio de época», en el que las evidencias más evidentes se han derrumbado. Su única urgencia es el desarrollo de un sujeto cristiano maduro, no dualista.
El sacerdote extremeño asumió la presidencia del movimiento después de que Luigi Giussani, el fundador, de un modo inesperado, lo eligiera como su sucesor. La designación fue ratificada por los órganos de gobierno de CL desde 2005. Giussani no insistió en los elementos de su personalidad que le podían capacitar para el liderazgo. El italiano confesó en los últimos años que se vio consolado y acompañado por cómo podía seguir en el español el don del Espíritu Santo que se le había concedido a él. Afirmación que pone de relieve cómo el carisma de CL ya en vida del fundador no había quedado ni enlatado ni petrificado.
El modo en el que Carrón se encuentra con Giussani determina su prioridad educativa: que la fe pueda experimentarse en el presente como respuesta a las exigencias que tiene el hombre concreto de este siglo XXI. Con una sensibilidad poco clerical, reconoció al final de los años 70 que la formación que había recibido –de las mejores del posconcilio– le era insuficiente para afrontar los retos que tenía por delante. Luego subrayaría constantemente que las circunstancias forman parte de la vocación y que el único modo de ser religioso es vivir intensamente la realidad. Julián Carrón identificó en Giussani un modo de vivir la fe diferente al suyo. Y quiso aprenderlo. Quiso hacer suya la insistencia en la experiencia, en la comparación de lo que le sucedía con las exigencias y deseos de su corazón. También el acontecimiento de Cristo debía ser sometido a ese juicio, sin darlo en ningún momento por supuesto. Aprendió que solo un atento cotejo de todas las vibraciones de una humanidad necesitada con ese acontecimiento puede descubrir la riqueza, la potencia y la capacidad de respuesta que tiene el cristianismo. Facilitarlo, hacerlo posible, ha sido su única preocupación.
Durante estos años ha subrayado que este «poner a prueba la fe» solo se lleva a cabo en la vida real y ante el mundo. No se puede hacer trampas. De ahí su interés de que CL sea, como fue en sus orígenes, lo que el Papa Francisco llama «Iglesia en salida». Le ha interesado especialmente la mirada de los no creyentes, la sorpresa fresca de algunos ante la novedad que suponían los cristianos allí donde la existencia aprieta, también la radicalidad de la espera de los que parecían más nihilistas. Está convencido de que es en este mundo, que no sabe ya lo que es la fe, donde se comprueba su utilidad. Por eso considera la secularización una oportunidad.
Julián Carrón ha dimitido para facilitar que los miembros de CL, con una necesidad apremiante de que el carisma de Giussani no sea un recuerdo del pasado, lo reconozcamos en quien brilla hoy para el bien de la Iglesia y el mundo.