Solidaridad contra la pobreza
Acabo de leer los datos de un informe según el cual la pobreza aumenta en Madrid y se sigue extendiendo de forma imparable. Desconozco los métodos que han permitido llegar a estas conclusiones, pero me ha llamado la atención: entre nosotros sigue habiendo gente que lo pasa mal.
Desde que comenzó la crisis, Cáritas ha hecho llamamientos para alertar del aumento de las necesidades no solo entre los más desfavorecidos, sino en familias en situación normalizada, como la tuya y la mía, que por circunstancias de la vida han visto cómo sus ingresos se han reducido drásticamente y se ven obligados a pedir.
Es cierto que cada vez son más las medidas que se ponen en marcha para que esta situación no afecte a los más pequeños. Por ejemplo, tanto el Ayuntamiento como la Comunidad han ampliado los horarios de los comedores escolares, para que en los periodos vacacionales los menores puedan seguir recibiendo esa alimentación tan necesaria para el desarrollo humano y psicológico. Y, afortunadamente, no les falta la ayuda de las instituciones sociocaritativas de la Iglesia. Pero no es menos cierto que la familia, y sobre todo los abuelos, han asumido la tarea de protección y escudo frente a las inclemencias del mal tiempo económico para compartir lo que tienen con sus seres queridos. Ya lo dice la sabiduría: donde comen dos, comen tres. Solo es necesario un poco de buena voluntad y mucho amor.
Y quizás también de austeridad. La imagen de personas recorriendo los vagones del metro, contando su historia y pidiendo ayuda, es cada vez más frecuente. Son seres humanos de todas las edades y procedencias, que llaman la atención buscando una mirada que se apiade de su condición y situación y les ayude a superar una mala racha. A quien tiene no le cuesta nada privarse de un pequeño capricho para ayudar a aquel que más lo necesita.
Es una tarea en la que todos estamos implicados, porque todos podemos ayudar. No hace falta que la necesidad llame a nuestra puerta, ni que conozcamos situaciones de mendicidad o carencias; tampoco son necesarias grandes renuncias: solo un poco de amor que nos dé la medida de nuestra solidaridad. Con ella, entre todos, podremos acabar con la pobreza.