«Sois protagonistas de la civilización del amor»
Cerca de un Cuatro Vientos azotado por el sol, el jardín de la Fundación Instituto San José acogió uno de los momentos más cercanos y bonitos de toda la Jornada Mundial de la Juventud: el encuentro de Benedicto XVI con niños y jóvenes discapacitados. Necesitaban oír que, «para Dios, somos importantes»
¡Todo el mundo en esta fiesta se tiene que divertir!, canta el grupo de payasos, el sábado por la tarde, intentando relajar a los jóvenes discapacitados que, muy nerviosos -alguno sin haber dormido-, esperaban a Benedicto XVI en el jardín de la Fundación Instituto San José. Su repertorio incluye una particular versión de La bamba: «Para bailar con el Papa, para bailar con el Papa se necesita…». También los voluntarios están ahí, abanicando a los que no pueden hacerlo solos; y algunos chicos echan una mano, repartiendo agua entre los asistentes.
A los jóvenes con discapacidad física, intelectual y sensorial, de la Fundación y otros centros similares, les acompañaban sus familiares. En total, un pequeño grupo de 120 privilegiados. Uno de ellos, Juan Pablo, de 14 años, ha vivido la JMJ de forma muy intensa: su madre está de enfermera voluntaria para los peregrinos de su parroquia, y el padre, de chófer de los obispos. También la hermana mayor es voluntaria. Juan Pablo ha aportado su granito de arena: «El viernes -cuenta su tía Pilar, que lo acompañaba-, en la catequesis del obispo en nuestra parroquia, dio testimonio de la historia de sus padres. Los médicos les dijeron que no podían tener hijos, y tienen ya tres. Y, por mucho que tenga una discapacidad, él es un regalo».
También a Javier, que acude a la Fundación Gil Gayarre, le ha gustado esto de la JMJ, y tenía la ilusión de preguntarle al Papa cuándo era la próxima. Según su madre, «es muy religioso, va a catequesis en el mismo centro, y este año está contentísimo porque ha ido por primera vez a la Javierada».
Un aliento que los sostenga
A eso de las siete y media, el gran momento se acerca. ¡Todo el mundo a su sitio! Quienes no pueden estar en el jardín, esperan al Papa en el camino o, en el caso de algunos trabajadores, se asoman a las ventanas. Al ser un sitio pequeño, todo el mundo pudo seguir el acto perfectamente y de cerca, desde la esperada llegada del papamóvil, hasta el momento más emocionante, cuando el Papa recibió los regalos de los jóvenes -un cuadro pintado por ellos y unas flores- y saludó a varios.
En su saludo, el arzobispo de Madrid, cardenal Antonio María Rouco, recordó que, en las instituciones presentes, los religiosos y profesionales cuidan a los jóvenes discapacitados «con el esmero y delicadeza propia del amor cristiano». Recordó, asimismo, que la visita se produce en un momento delicado y oportuno, en el que «el Evangelio de la vida no es comprendido por tantos», y estos jóvenes y quienes los cuidan «necesitan un consuelo y un aliento confortador que los sostenga».
En nombre de todos los jóvenes habló Antonio Villuendas, que nació «sordo y al borde de la muerte», y que atribuye el haber salido adelante al amor de sus padres. Ahora, estudia Arquitectura. La discapacidad, explicó, «nos ayuda a conocernos mejor, a ser mejores y, sobre todo, a entender los problemas de los demás». Sin embargo, «nos sentimos apartados, solos, diferentes. La soledad que siento en mi interior, a veces, me desanima. Gracias a Dios, me siento muy integrado por la amistad de mis compañeros y familiares», a los que, en nombre de todos, agradeció su entrega. Y continuó con los agradecimientos: «A Dios por darnos las virtudes y la fortaleza necesaria para salir adelante»; y al Papa, «porque su presencia nos indica cuál es el camino a seguir. Y es Jesucristo, un amigo que te sostiene».
La civilización del amor
¿Puede seguir siendo grande la vida -y una vida joven, con todo su potencial- cuando irrumpe en ella el sufrimiento?: así se plantean muchos. El Papa, en su intervención, respondió: «Ninguna aflicción es capaz de borrar» la dignidad de cada vida humana, «esta impronta divina grabada en lo más profundo del hombre». Es más, «desde que el Hijo de Dios quiso abrazar libremente el dolor y la muerte, la imagen de Dios se nos ofrece también en el rostro de quien padece. Esta especial predilección del Señor por el que sufre nos lleva a mirar al otro con ojos limpios», para darle, además de ayuda externa, «la mirada de amor que necesita». Algo que sólo es posible «como fruto de un encuentro personal con Cristo».
Pero los discapacitados no sólo reciben. Quienes están cerca de ellos -prosiguió el Papa- son «testigos del bien inmenso que constituye la vida de estos jóvenes. De manera misteriosa pero muy real, su presencia suscita en nuestros corazones, frecuentemente endurecidos, una ternura que nos abre a la salvación». Por ello, «estamos agradecidos al Señor por haberlos conocido». También la sociedad, «en la que demasiado a menudo se pone en duda la dignidad inestimable de la vida, de cada vida, os necesita: vosotros contribuís decididamente a edificar la civilización del amor. Más aún, sois protagonistas de esta civilización».
Sus palabras llegaron muy dentro a los asistentes. Para Paz, es «fundamental que haya venido, porque los discapacitados están un poco abandonados. Mi hijo Tito es un ángel que Dios me ha dado. Hoy está muy contento». Y Pío, encantado, explicaba desde su silla de ruedas que «verlo comprometido con nosotros, oír que para Dios somos importantes, te anima mucho».