So capa de evitar el escándalo - Alfa y Omega

So capa de evitar el escándalo

El silencio protegía al abusador; pero, sobre todo, a los que a lo largo de los años habían encubierto los hechos y dejado de lado a las víctimas

Una víctima
Foto de recurso
Foto: Proyecto Repara.

Soy religioso. Soy sacerdote. Soy víctima de abusos sexuales en mi juventud, en la etapa formativa. Soy víctima de abusos de autoridad cada vez que, a lo largo de los años, he intentado denunciar lo sucedido e iluminar el entramado de encubrimientos que ha rodeado esta historia. Y afirmo que más doloroso que el momento en que fui atacado por mi formador ha sido el silencio de mis superiores ante la denuncia repetida. Era un silencio que protegía al abusador; pero, sobre todo, a los que a lo largo de los años habían encubierto los hechos y habían dejado de lado a las víctimas, porque hubo otras víctimas, so capa de evitar el escándalo, que ha sido siempre el motivo aducido —«¿qué va a decir la gente si se sabe qué…?»­— para, en el fondo, protegerse los superiores a sí mismos y a sus antecesores en el cargo. 

Quizá lo que más me ha costado en estos años ha sido poner nombre a lo sucedido. Mientras tanto, he vivido con un dolor innombrable, opaco, oscuro, que me revolvía por dentro pero que no sabía identificar. Quizá por esa razón mi relación con la institución ha sido compleja a lo largo de los años. Una relación hecha de amor y desamor. Y peor, por supuesto, la relación con la autoridad, con los superiores. Por una parte, estaba la obediencia y el deseo de servir en lo que me pidiesen. Por otra, el descontento, la sensación de que me estaban usando, olvidando el mínimo sentido de justicia.

El choque ha sido con el poder. Empezó con el formador, que usó su poder para intentar abusar de mí. Todavía me pregunto por qué en aquel momento conseguí negarme a sus pretensiones. No lo consiguió, pero logró romperme por dentro y hacer de ese tiempo tan importante en la vida de muchos religiosos y religiosas un agujero en mi memoria y un tiempo del que prefiero no acordarme.

Luego, a lo largo de los años, ha venido el choque con el otro poder: el de los superiores que pretendían que guardara silencio; que lo sucedido, con toda su gravedad, se quedase escondido bajo una capa de negación, de olvido. Era mejor no hablar de ello. Pero mientras tanto, el abusador seguía tan campante, de cargo en cargo, de capítulo en capítulo.

No saqué el tema una sola vez, sino varias. No pretendía castigo para nadie. Solo quería, y así lo expresé repetidamente, que la historia se pusiese en claro, que las personas implicadas reconociesen que habían hecho mal, que no habían hecho lo que tenían que hacer, que no se puede mantener simultáneamente un discurso en defensa de las víctimas, de la transparencia, de la justicia y, por otra parte, no hacer nada y mirar para otro lado porque no está bien molestar a los encubridores que, naturalmente, no son unos cualquieras sino personas que o están o han estado en cargos y responsabilidades importantes en la congregación o en la Iglesia. Como consecuencia, se me volvía a reducir al silencio. Mi voz era molesta. Hacerme caso, atender a mi grito por la justicia, solo llevaría —decían— a perjudicar a la institución. No decían que en realidad no se perjudicaba a la institución, que solo podría ganar en credibilidad haciendo justicia, sino a las personas que habían estado en aquellos cargos. Nunca conseguí nada. Ni siquiera cuando recurrí al general de la congregación. Nada.

Terminé cayendo yo mismo en un pozo profundo y oscuro. Repara me ayudó a salir y a darme cuenta de que no era problema mío sino de ellos. Hoy vivo con más paz. Sigo siendo religioso, sacerdote y víctima. Pero levanto la cabeza con orgullo y sigo creyendo en el Reino y la justicia. A pesar de lo vivido. A pesar de los pesares.