Situados ante el peso de nuestra propia libertad - Alfa y Omega

Situados ante el peso de nuestra propia libertad

26º Domingo del tiempo ordinario / Lucas 16, 19-31

Marta Medina Balguerías
Detalle de una ilustración del 'Codex Aureus' de Echternach referida a la parábola (siglo XI)
Detalle de una ilustración del Codex Aureus de Echternach referida a la parábola (siglo XI). Foto: El Proyecto Yorck.

Evangelio: Lucas 16, 19-31

En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: «Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico. Y hasta los perros venían y le lamían las llagas. Sucedió que se murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán. Murió también el rico y fue enterrado. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritando, dijo: “Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”. Pero Abrahán le dijo: “Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso ahora él aquí consolado, mientras que tú eres atormentado. Y además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que quieran cruzar desde aquí hacia vosotros no puedan hacerlo, ni tampoco pasar de ahí hasta nosotros”. Él dijo: “Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también vengan ellos a este lugar de tormento”. Abrahán le dice: “Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”. Pero él le dijo: “No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a ellos, se arrepentirán”. Abrahán le dijo: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto”».

Comentario

A veces creemos que la misericordia de Jesús excluye las palabras duras como las de este domingo. Pero, lejos de ser paternalista, Él quiere situarnos ante el peso de nuestra propia libertad. Epulón fue libre de vivir como quiso. El texto es parco y no dice que hiciera algo malo, pero se sobreentiende que actuó mal por omisión: siguió a lo suyo mientras Lázaro sufría sin recibir ayuda ni un gesto de humanidad por su parte.

Este pecado por omisión debido a la indiferencia hoy nos afecta especialmente. Estamos sobreestimulados de noticias acerca de tantos lázaros que hay en nuestro mundo. Quizá por eso sentimos la necesidad de anestesiarnos o expresamos nuestro descontento en redes sociales, para después seguir con nuestra vida como si nada. Y, ciertamente, no podemos resolver todo el mal del mundo. Exponernos demasiado a él puede paralizarnos, en vez de movilizarnos. El propio Jesús no curó a todos los enfermos del mundo; ni siquiera, probablemente, de su entorno.

Pero hay un detalle significativo: Lázaro estaba en el portal de Epulón, no le pillaba lejos. Quizá a nosotros nos ocurre por otros motivos: estamos tan preocupados de lo que sucede en el mundo (con razón) que no somos conscientes de aquellos a quienes tenemos al lado y que muchas veces solo necesitan nuestra escucha.

Aunque coincidamos en que Epulón no actúa adecuadamente, es frecuente que su castigo nos resulte excesivo. ¿Por qué, si Dios es misericordioso, no lo perdona cuando se arrepiente? La misericordia de Dios no excluye su justicia: son dos caras de la misma moneda. Recibir su misericordia implica entrar en su dinámica misericordiosa, que es lo que le faltó a Epulón. Es aquí y ahora cuando debemos tomar una opción de vida y decidir cómo tratar a nuestros prójimos. En cada pequeño acto, en cada situación, vamos eligiendo quiénes ser. Optar por la misericordia es optar por el amor, que se entrega y se recibe. Optar por lo contrario es cerrarle la puerta a amar de verdad.

Dios toma en serio nuestra decisión, y por eso que Epulón acabe solo es justo; pero es dramático, porque no fue creado para ello. Además, como Jesús muestra al citar a Moisés y los profetas, la llamada a vivir la misericordia está en el corazón de la tradición.

¿Y qué sucede con Lázaro? Jesús da esperanza en que quien viva como él será consolado en la vida eterna. No obstante, como la propia historia ilustra, esto no significa que al Señor no le importe lo que hagamos con quienes estén sufriendo. Todo lo contrario. El consuelo les llegará, pero lo suyo sería que contribuyésemos a que les llegara ya: es lo justo y misericordioso hacia ellos; pero, además, en ello nos jugamos también nuestro propio destino.