Sin misión, no hay cristianismo. Para que nuestra alegría sea completa - Alfa y Omega

Comunidad a los demás la alegría de la fe, dice el lema que nos convoca hoy. ¿Pero qué significa comunicar a alguien una alegría, qué tiene que suceder en la vida de una persona? Hace unas semanas, Gustavo Martín Garzo, en un artículo, en El País, decía que un rasgo de nuestro tiempo es «la incapacidad de tener y transmitir experiencias dignas de este nombre… Los hombres y las mujeres actuales viven sin apenas poner límites a sus deseos, y sin embargo pocas veces han tenido menos cosas que contarse». ¿Cuándo ha sido la última vez que hemos contado a otro algo que nos haya cambiado la vida, algo que nos ha encendido el corazón y ha encendido el corazón a quien nos escuchaba.

Demasiado pedir

En un artículo, en El Mundo, Pedro García Cuartango denunciaba que estamos viviendo una banalidad insufrible, desde que los hombres hemos eliminado a Dios. «El ser humano necesita un poco de trascendencia que aporte sentido a su vida», dice. «Nos rebelamos contra una existencia animal en la que somos un insignificante eslabón de la evolución», y sin embargo, Cuartango constata con amargura que, en nuestra sociedad, no se pueden plantear este tipo de preguntas. Necesitaríamos «encontrar unos principios que confieran un poco de sentido y de ilusión a nuestras vidas», ideales como los había en otros tiempos, pero el articulista renuncia a buscarlos. Le parece que «eso es demasiado pedir».

Me venían a la cabeza unas palabras de Rilke: «Y todo conspira para callar de nosotros, un poco como se calla, tal vez, una vergüenza, un poco como se calla una esperanza inefable». Dejo una segunda pregunta: ¿hemos sentido alguna vez esta autocensura, que procede tal vez de la censura que otros quieren poner? Uno sale a tomar un café con los compañeros del trabajo, y parece que de estas cosas no se puede hablar. ¿Nos ha pasado alguna vez que sintamos que de estas cosas que serían decisivas para nuestra vida es demasiado pedir encontrar a alguien que nos entienda, que nos deje el espacio afectivo y racional para plantear estas cosas?

No es una metáfora

El Evangelio, si lo pensamos, es una gran narración de experiencias que cambian la vida. Andrés y otro discípulo pasan la tarde con Jesús. Andrés va a contárselo a su hermano. Le dice: «Hemos encontrado al Mesías». Un poco más adelante, Jesús encuentra a Felipe, que, a su vez, se lo cuenta a Natanael… También se nos habla de una mujer samaritana que corre a contarle a sus vecinos lo que le ha pasado, y ellos creen por su testimonio. Hay muchos ejemplos durante la vida de Jesús. ¿Qué sucede después de que muere y resucita? No se interrumpe este método. La cadena viva ha llegado hasta nosotros, y no es una metáfora. Hace unos días, hablé con una profesora de Física de la Universidad Complutense. Varios alumnos empiezan a buscarla. Hace unos días, uno de ellos fue a su despacho y le dijo: «Nunca he oído a nadie hablar como lo has hecho hoy tú en clase. Me has tocado el corazón. Y por eso te quiero contar cosas que no le he contado a nadie». Ha vuelto más días. En una ocasión, le dijo: «Desde que te he conocido, me están pasando cosas alucinantes. El 12 de marzo, a las 4 y media de la tarde, en tu despacho, me cambió la vida». Ha empezado a frecuentar el grupo cristiano al que pertenece esta profesora, y participa en él las cosas con los ojos como platos. Son dos mil años de distancia que el Espíritu Santo une en el tiempo.

La misión no es optativa

San Juan explica la finalidad de contar estas cosas a los demás: «Os escribimos esto para que nuestra alegría sea completa». Me parece muy importante comprender que lo que está en juego, cuando nosotros anunciamos la fe a los demás, es ciertamente que otros puedan conocer la alegría que nosotros hemos conocido, pero también, y esto es decisivo, que nuestra alegría sea completa. No puede ser completa la alegría de la fe si no la comunicamos. La profesora de la Complutense, al terminar de contarme estas cosas, decía: «Viendo lo que les pasa a mis alumnos, creo más en la presencia real del Señor que actúa».

Hay que comprender que, en el lema de hoy, nos va la vida: no es verdad que yo ya tengo la fe completa, y si sumo a algunos, mejor. Si la fe no se comunica, se enfría, y se reduce.

La misión no es optativa. No es un complemento. Nos hemos acostumbrado con demasiada facilidad a aceptar que una cosa es el cristiano normal, y otra, el misionero. Pero no hay otro cristiano que el cristiano que comunica la fe, y no hay otro misionero, que el misionero que vive la fe.

Por eso, desde la identidad, desde la continua conversión personal, debemos abrirnos a los demás: al alumno, al compañero de trabajo, a nuestros, hermanos, padres y vecinos —a veces esto es lo que más nos cuesta—… Abriéndonos a las personas se completa nuestra fe, y es mucho más gustosa, y mucho más interesante.

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