Sin libertad, noy hay verdad - Alfa y Omega

La fundación católica Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN por sus siglas en inglés) publica cada año un informe sobre la situación de la libertad religiosa en el mundo. El informe de 2025 constata cómo casi dos tercios de la población mundial vive en países sin libertad religiosa, y nada menos que en 24 países la situación es de abierta persecución. El hostigamiento o discriminación por el extremismo religioso (sobre todo, aunque no solo, islamista) se da en 25 países, pero en la mayoría de los casos (52 países) se debe a regímenes autoritarios (Nicaragua, Eritrea o Corea del Norte, por poner tres ejemplos), que ven en la libre práctica de la religión un factor que los priva del pleno control sobre las conciencias de los ciudadanos.

En su discurso a la delegación de la ACN en la presentación del informe de 2025, el Papa León XIV manifestó que «cuando se niega [la libertad religiosa], se priva al ser humano de la capacidad de responder libremente a la llamada de la verdad. Lo que sigue es una lenta desintegración de los lazos éticos y espirituales que sostienen a las comunidades; la confianza da paso al miedo, la sospecha sustituye al diálogo y la opresión genera violencia». Nótese que el Papa no habla solo de la defensa de la libertad religiosa de los católicos —o de los cristianos en general—, sino de la de toda persona, punto neurálgico de la doctrina de la Iglesia católica desde su consagración definitiva en la declaración Dignitatis humanae (1965), que se sustenta en la convicción de que «la verdad no se impone de otra manera, sino por la fuerza de la misma verdad, que penetra suave y fuertemente en las almas».

Pero esta convicción, que hoy en día a cualquier creyente de a pie le parece evidente, no siempre estuvo tan clara; y su reconocimiento pleno oficial en el Concilio Vaticano II fue el resultado de un largo, sinuoso y complejo proceso de decantación y maduración históricas. Así, es de agradecer el arrojo de Ediciones Encuentro al traducir al español el extraordinario ensayo Catolicismo y democracia, del profesor de filosofía política francés, prematuramente fallecido, Emile Perreau-Saussine (1972-2010). En esencia, el libro recorre la evolución del pensamiento político de la Iglesia católica desde la Revolución francesa hasta el Concilio Vaticano II. La tesis central, muy provocadora, es que fue la secularización la que generó históricamente las condiciones de posibilidad de la libertad religiosa y, por ende, de la misma libertad de la Iglesia frente al poder político. Aunque el autor centra su estudio en Francia, sus conclusiones son extrapolables al caso español.

En un precioso ejercicio de memoria histórica, cargado de sensibilidad y delicadeza, Perreau-Saussine da cuenta del trauma social y cultural que supuso para la Iglesia el proceso de separación del Estado y sus respuestas tentativas ante un nuevo marco político que pretendía gobernarse de forma autónoma. Paradójicamente, el liberalismo político, que fue percibido en un primer momento por el pensamiento católico —no sin razones— como rabiosamente anticlerical y anticristiano, puso en marcha un lento pero imparable proceso de maduración de la conciencia de la propia autonomía de la Iglesia, que la empezó a reconocer como un bien a defender jurídicamente frente a las intrusiones cada vez mayores del cada vez más creciente poder de los nuevos Estados demo-liberales.

La terrible experiencia de los fascismos y los regímenes comunistas en el primer tercio del siglo XX dio, según el autor francés, un impulso definitivo a este proceso: «El totalitarismo ha probado [a los ojos del pensamiento católico] que el mayor peligro procedía menos de la libertad religiosa que de las religiones políticas que pretendían sustituir al cristianismo. La libertad religiosa constituye incluso el mejor baluarte contra esas religiones políticas». Es el tránsito por este arduo camino de experiencia histórica el que terminó por convencer a los padres conciliares de que «era necesario unirse al antiutopismo liberal, el único capaz de preservar el sentido de un orden natural impuesto a la voluntad humana».

De esta sabiduría, fruto de un aprendizaje de siglos, nace la convicción de la Iglesia de que es un bien social el respeto absoluto a la libertad religiosa de todos. «Así sirve la Iglesia», concluye Perreau-Saussine: «Resistiendo a los comportamientos gregarios que lleva consigo el igualitarismo». Por eso, la libertad religiosa, que expresa «la dependencia respecto a lo divino que, atemperando la tiranía de la mayoría, hace posible la libertad política» y su defensa —aunque sea la de los creyentes de otras religiones o incluso la de los que no quieren adscribirse a ningún credo—, a la luz del último informe de 2025 de ACN, es uno de los retos más importantes que los cristianos afrontamos hoy. Como tan bien resumió el Papa Francisco, «no es posible la paz donde no hay libertad religiosa, donde no hay libertad de pensamiento y de expresión, y respeto a las opiniones ajenas».