Sin la Cruz, no somos discípulos del Señor
La noche de la elección del cardenal Bergoglio como sucesor de Pedro mostró a un Papa fuertemente anclado en la oración. Al día siguiente, la Misa de acción de gracias, en la que se proclamaron estas lecturas: Isaías 2, 2-5; 1Pedro 2, 4-9; y Mateo 16, 13-19, y que presidió en la Capilla Sixtina con los señores cardenales, ha mostrado al mundo cuál es la raíz de su fe: Cristo, y Cristo crucificado. Éstas son las palabras de su homilía:
En estas tres lecturas veo algo en común: el movimiento. En la primera lectura, el movimiento es el camino; en la segunda lectura, el movimiento está en la edificación de la Iglesia; en la tercera, el Evangelio, el movimiento está en la confesión. Caminar, edificar, confesar.
Caminar. Casa de Jacob: ven, caminemos en la luz del Señor. Ésta es la primera cosa que Dios dijo a Abraham: Camina en mi presencia y sé irreprensible. Caminar: nuestra vida es un camino. Cuando nos detenemos, la cosa no funciona. Caminar siempre, en presencia al Señor, a la luz del Señor, tratando de vivir con aquel carácter irreprensible que Dios pide a Abraham, en su promesa.
Edificar. Edificar la Iglesia; se habla de piedras -las piedras tienen consistencia-, las piedras vivas, piedras ungidas por el Espíritu Santo. Edificar la Iglesia, la Esposa de Cristo, sobre aquella piedra angular que es el mismo Señor, y con otro movimiento de nuestra vida: edificar.
Tercero, confesar. Podemos caminar todo lo que queramos, podemos edificar tantas cosas, pero si no confesamos a Jesucristo, la cosa no funciona. Nos convertiríamos en una ONG compasiva, pero no en la Iglesia, la Esposa del Señor. Cuando no caminamos, nos detenemos. Cuando no se construye sobre la piedra, ¿qué sucede? Pasa lo mismo que a los niños en la playa cuando construyen castillos de arena: todo se desmorona, no tiene consistencia. Cuando no se confiesa a Jesucristo –me viene la frase de León Bloy: Quien no reza al Señor, reza al diablo–. Cuando no se confiesa a Jesucristo, se confiesa la mundanidad del diablo, la mundanidad del demonio.
Caminar, edificar-construir, confesar. Pero la cosa no es así de fácil, porque en el caminar, en el construir, en el confesar, a veces hay sacudidas, hay movimiento que no es justamente del camino: es movimiento que nos echa para atrás. Este Evangelio continúa con una situación especial. El mismo Pedro que ha confesado a Jesucristo, le dice: «Tú eres Cristo, el Hijo del Dios vivo». Como si dijera: Yo te sigo, pero no hablemos de Cruz. Esto no cuenta. Te sigo con otras posibilidades, sin la Cruz. Cuando caminamos sin la Cruz, cuando edificamos sin la Cruz y cuando confesamos un Cristo sin Cruz, no somos discípulos del Señor: podemos ser mundanos, podemos ser obispos, sacerdotes, cardenales, el Papa…, pero no discípulos del Señor.
Quisiera que todos, después de estos días de gracia, tengamos el coraje -precisamente el coraje- de caminar en presencia del Señor, con la Cruz del Señor; de edificar la Iglesia sobre la sangre del Señor, que ha sido derramada sobre la Cruz; y de confesar la única gloria: Cristo crucificado. Y así la Iglesia irá hacia adelante.
Deseo que el Espíritu Santo, la oración de la Virgen, nuestra Madre, nos conceda a todos nosotros esta gracia: caminar, edificar, confesar a Jesucristo. Así sea.