«Europa está convirtiéndose en el viejo continente no ya por su gloriosa historia, sino por su avanzada edad» y «esto no parece haber atraído todavía la atención general, centrada en el presente y en lo inmediato», lamentó Francisco la semana pasada en los Estados Generales de la Natalidad, del Foro de Asociaciones Familiares italiano.
Tras enumerar dramas como los jóvenes que no pueden desarrollar sus proyectos vitales por falta de recursos o las mujeres que renuncian a la maternidad por presiones laborales, hizo una preciosa y necesaria defensa de cada vida humana como un «don». También reclamó la «sostenibilidad generacional» frente a «modelos de crecimiento miopes», sobre todo en este tiempo de pandemia, y apeló a «la solidaridad estructural» con las familias desde la política –con propuestas como los nuevos subsidios de Italia– hasta la economía, pasando por los medios de comunicación o la cultura.
Como el propio Papa reconoció, este discurso puede sonar a grito en el desierto e incluso se topará con la oposición de algunos, pero no se puede dejar de hacer porque, «si las familias no están en el centro del presente, no habrá futuro».