Silencio en la cancha de voleibol
Dos jugadoras sordas de voleibol ofrecen su testimonio en un encuentro en el Vaticano
Con apenas 8 meses, Claudia Gennaro dejó de escuchar el trino de los pájaros. De un día para otro, las imágenes comenzaron a pasar ante ella sin sonidos. Sus padres hicieron de todo para devolverle el placer de ir a un concierto u oír su propia respiración. Gracias a un audífono, empezó a percibir golpes fuertes, pero poco precisos. Con mucha paciencia, la ayuda de logopedas y otras técnicas comenzó a entender el mundo, aunque con los límites que impone la sordera. Claudia arrastra las sílabas cuando habla y para entender a su interlocutor lee los labios, pero domina el lenguaje de signos. Aunque le cuestan algunos fonemas y sigue viendo la tele con subtítulos, habla italiano perfectamente: «Las personas oyentes suelen asombrarse de que sea sorda. Por saber dos idiomas, conozco y vivo dos culturas diferentes: la sorda y la oyente». No tuvo una infancia fácil. En el recreo los otros niños solían hacerle el vacío. Hasta que descubrió el voleibol. Al principio era un deporte que practicaba como afición. Pero se le daba muy bien. Tanto que, en 2006, con 15 años, ingresó en la selección italiana y desde entonces no ha dejado de cosechar éxitos. «Ahora es una parte de mí irrenunciable», manifiesta esta subcampeona mundial y europea. Su gran victoria llegó en 2017, cuando el equipo italiano se llevó la medalla de plata durante las Olimpiadas para sordos organizadas en Turquía. Junto a ella estaba Silvia Bennardo, sorda de nacimiento, que viste la camiseta azul del equipo nacional desde 2016. Ambas forman parte de la Federación Italiana de Deportes para Sordos e Hipoacúsicos, una institución reconocida por el Comité Paralímpico Italiano que agrupa 44 disciplinas y participa en los Juegos Olímpicos para sordos, que se celebraron por primera vez en 1924 en París. Además de apoyo a nivel deportivo, les ayuda a integrarse.
Cuando juegan, domina el silencio. La regulación impone que todos los deportistas salten a la cancha sin las prótesis auditivas. «En el primer entrenamiento con la selección me sentí un poco incómoda y pedí que me dejaran llevarlas, pero luego, al ver jugar a las otras chicas, me convencí para quitármelas», relata Silvia. No fue fácil, pero poco a poco aprendió a apreciar ese vacío: «Es algo mágico. No podemos comunicarnos durante el partido y tenemos que ayudarnos moviendo las manos para pedir el balón y confiando las unas en las otras».
El Vaticano ha puesto en marcha unos encuentros con el título Cuando el deporte te hace más noble, impulsados por Athletica Vaticana en colaboración con los dicasterios para la Comunicación y para la Cultura y la Educación. Un espacio en el que atletas de élite comparten un diálogo abierto. La semana pasada fue el turno de Silvia y Claudia.