Siete siglos tatuando a los cristianos de paso en Jerusalén - Alfa y Omega

Siete siglos tatuando a los cristianos de paso en Jerusalén

La familia Razzouk tatúa a peregrinos desde el año 1300: «No es un lugar para trabajos decorativos; lo que yo hago es el reflejo de la fe de una persona», asegura Wassim

Victoria Isabel Cardiel C.
Entrada de la tienda de Jerusalén
Entrada de la tienda de Jerusalén. Foto: Djampa.

El zumbido de la máquina tatuadora se interrumpe en seco con el timbrazo de la puerta. Es una joven peregrina que acaba de salir del Santo Sepulcro de Jerusalén, a solo diez minutos a pie de este curioso estudio de tatuajes en cuya sala de espera siempre ha sido fácil entablar conversación con una monja o un cura. Pide cita para marcarse el brazo con una pequeña cruz de Jerusalén (la de la Custodia de los franciscanos) que, según explica, «es roja porque representa las cinco heridas que sufrió Jesús cuando fue crucificado». 

Esta joven devota no pertenece al público que suele hacer fila en los modernos salones que predican que el tatuaje no es una moda sino una cultura. Tampoco responde a los tópicos Wassim Razzouk, el último tatuador de una saga familiar que desde el año 1300 graba la piel de los peregrinos cristianos. «Somos la familia de tatuadores más antigua del mundo», dice con orgullo este cristiano copto que carga con la memoria de una tradición que sus antepasados iniciaron en Egipto para trasplantarla hace cinco siglos a Jerusalén. Tiene los brazos llenos de tatuajes, el pelo largo y se mueve por la Ciudad Santa subido en su Harley Davidson. «Aquí no hago pendientes ni tatúo mujeres desnudas. Este no es un lugar para el tatuaje decorativo; lo que yo hago es el reflejo de la fe de una persona. No se tatúan por belleza», incide. De hecho, tampoco le gusta usar la palabra turista. La mayoría de las personas que llegan al Razzouk Studio tienen la piel limpia. Saldrán de aquí con su primera señal en el cuerpo y, muy probablemente, la última. «Muchos llegan aquí para sellar su peregrinación y llevarse una marca eterna de su paso por Jerusalén», asegura. En el pasado, tatuarse tras pasar por Tierra Santa era casi una obligación. Los peregrinos tardaban meses en llegar ya fuera en barco, a caballo, en asno o a pie y el viaje no estaba exento de dificultades. «Podían llevarse consigo de vuelta una cruz de metal, incluso de oro o plata, pero corrían el peligro de ser asaltados por el camino, perderla o, incluso, que los matasen para quitársela. Por eso, preferían llevarse con ellos una marca que acreditara que habían hecho la peregrinación, que les diera un estatus al volver a su país», detalla.

Wassim Razzouk en su negocio
Wassim Razzouk en su negocio. Foto: Juan Francisco Alonso.

Wassim aprendió de su padre el oficio, quien lo heredó a su vez de su abuelo. En total, 27 generaciones dedicadas a este menester que convierte la piel en un folio en blanco. Cada vez que agarra la máquina y la tinta penetra en la epidermis de algún cliente se siente arropado por sus antepasados. Ellos fabricaban la tinta con el carboncillo de las lámparas mezclado con aceite de oliva. Él la compra por internet. Asomarse a este pequeño estudio en una tranquila calle adoquinada de la Ciudad Vieja de Jerusalén, nada más pasar la puerta de Jaffa, es casi como entrar en un museo del tatuaje. Las vitrinas exponen las herramientas que empleaban en su familia antes de que llegara la electricidad, como los antiguos bloques o plantillas que prefiguran diseños tradicionales como la cruz. Él mismo luce una. Aunque para Wassim es mucho más que un simple símbolo. «Casi todos los cristianos coptos en Egipto tenemos esta pequeña cruz», explica remangándose la muñeca derecha y mostrando una pequeña cruz griega, caracterizada por tener los cuatro brazos del mismo tamaño. «En el pasado, se utilizaba como prueba para poder entrar en las iglesias; quién no la tenía, tenía que demostrar de otra manera que era cristiano. Era una forma de protección frente a los ataques», remacha apenas rozando el pasado mártir que arrastra su pueblo.

Aquí no hay edades para el tatuaje. Wassim realizó hace unos meses el segundo tatuaje a una mujer de 91 años. También recuerda que la persona más joven que ha tatuado era un niño de apenas 3 años. «Era el menor de una familia de peregrinos de Canadá que tenían otros dos hijos de 6 y 7 años. Quería tatuarlos a los tres, y le pregunté al padre por qué él no. Me enseñó su cruz y me contó que a él le tatuaron aquí cuando tenía 1 año. Dijo que era lo más hermoso que tenía, y que quería eso para sus hijos».