Siendo suyos todo es nuestro - Alfa y Omega

Siendo suyos todo es nuestro

Domingo de la 33ª semana del tiempo ordinario / Mateo 25, 14-30

Jesús Úbeda Moreno
'Parábola de los talentos' de Andrei Mironov
Parábola de los talentos de Andrei Mironov.

Evangelio: Mateo 25, 14-30

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:

«Un hombre, al irse de viaje, llamó a sus siervos y los dejó al cargo de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó. El que recibió cinco talentos fue en seguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos.

En cambio, el que recibió uno fue hacer un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor.

Al cabo de mucho tiempo vino el señor de aquellos siervos y se puso a ajustar las cuentas con ellos. Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo:

“Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco”. Su señor le dijo:

“Bien, siervo bueno y fiel; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; entra en el gozo de tu señor”. Se acercó luego el que había recibido dos talentos y dijo:

“Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos”. Su señor le dijo:

“¡Bien, siervo bueno y fiel!; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; entra en el gozo de tu señor”. Se acercó también el que había recibido un talento y dijo:

“Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces, tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo”. El señor le respondió:

“Eres un empleado negligente y holgazán. ¿Conque sabias que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto mi dinero en el banco, para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. Porque al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese siervo inútil echadlo fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes”».

Comentario

El Evangelio del penúltimo domingo del año litúrgico nos presenta la parábola con la que Mateo concluye su «discurso escatológico» (Mt 24-25). La parábola de los talentos es la tercera de las parábolas sobre la segunda venida del Señor, las cuales coinciden en los elementos de la incertidumbre de la venida gloriosa del Señor y la necesidad de la espera vigilante. Sin embargo, la parábola de este domingo añade un elemento más: la espera, además de ser vigilante, ha de ser fructífera.

Mientras llega ese momento definitivo de la historia, Cristo resucitado nos ha dejado como administradores de los bienes que Él mismo nos ha donado para que cada uno los haga fructificar, es decir, los ponga al servicio de la instauración del Reino de Dios.

La cuestión principal no es cuánto hemos recibido en comparación unos de otros, sino poner en valor lo conferido. El siervo fiel y prudente no escatima esfuerzos en su trabajo por Cristo poniendo a su servicio todo lo que ha recibido. El amor donado a través de los talentos otorgados se convierte en una fuente de creatividad incansable por conformar y modelar la realidad según la voluntad creadora y creativa de Dios. Todo para que el Señor sea conocido y amado. Es una actitud proactiva y fecunda que urge a la razón y al afecto como un fuego de amor que desea ser propagado en todos (cf. Lc 12, 49).

Sin embargo, el siervo negligente y holgazán es incapaz de salir de sí mismo y de su medida autorreferencial. Es la expresión de un desprecio del talento recibido; su autosuficiencia le cierra a la fuerza transformadora y fecunda del don del amor. Quizá pensó, equivocadamente, que su señor ya no volvería y que, por tanto, no tendría que dar cuentas de su actuación.

El final de la parábola nos revela la naturaleza profunda de los talentos recibidos; cuanto más se ponen al servicio de la voluntad de Dios más crecen y se multiplican, y cuanto más se reservan más menguan. No hay alternativa. Lo que no se entrega se pierde. Lo que no se pone en relación con Cristo y su voluntad salvífica pierde su consistencia, su razón de ser, porque «todo fue creado por Él y para Él […] y todo se mantiene en Él» (Col 1, 16-17). Cuando está en función de Él, todo se ilumina, se enfoca, encaja, nada falta ni sobra, todo es abrazado y amado con la infinita distancia de que todo es suyo y, a la vez, es más nuestro que nunca, ya que nosotros somos de Cristo y Cristo de Dios (Cf. 1 Co 3, 23). Siendo suyos todo es nuestro.