«Siempre recé por mis secuestradores»
Sereno, tranquilo y lúcido. El padre Tom vive con sencillez sus primeros días como hombre libre. Casi una anómala normalidad. Recuerda al detalle los 18 meses que pasó cautivo en Yemen. Su memoria parece aséptica. No muestra rencor. No se victimiza, ni pretende pasar por mártir. Tras su sorpresiva liberación, el 12 de septiembre, el sacerdote salesiano contó su historia ante la prensa. Aseguró que nunca dejó de rezar por el Papa, por la Iglesia y también por sus secuestradores. Solo derramó unas lágrimas, al recordar a las cuatro religiosas asesinadas en el ataque que derivó en su captura
«No tengo ni idea de dónde estuve, ni quiénes son mis secuestradores. No me maltrataron, no me lastimaron, jamás me amenazaron ni trataron de convertirme. ¿Por qué me secuestraron? Tal vez porque buscaban dinero en una situación de guerra. Eso creo, pero no estoy seguro. ¿Qué grupo fue? No tengo idea», confesó Thomas Uzhunnalil ante decenas de cámaras y micrófonos el sábado 16 de septiembre en una sala de la comunidad salesiana de Roma.
Originario de Kerala, en el sur de la India, hasta hace apenas dos años era un anónimo misionero al sur de Arabia Saudita. Había llegado a la región yemenita de Adén en 2012, siguiendo las huellas de su tío Mateo, también sacerdote de Don Bosco y fundador de la misión salesiana en ese territorio. Por un tiempo prestó servicio a tres templos católicos, donde asistían las misioneras de la Caridad que administraban un centro para ancianos y discapacitados cercano.
Pero Yemen es un país en guerra y el padre Tom, como lo conocen todos, debió cambiar su residencia al sitio atendido por las discípulas de madre Teresa de Calcuta. Allí tenía agua y electricidad. El instituto contaba incluso con dos guardias ofrecidos por el Gobierno, un gesto de cortesía hacia un lugar donde los pacientes son en su mayoría musulmanes y yemeníes.
Esto no impidió que se convirtiese en blanco de la violencia. El primer viernes de marzo de 2016, un grupo de hombres armados irrumpió en el centro y asesinó a 16 personas. En medio de la confusión Tom alcanzó a gritar que era hindú y, por alguna razón, eso le salvó la vida. El comando lo cargó en la cajuela de un auto con otras cosas robadas. Allí, en la oscuridad, el sacerdote se encontró fortuitamente junto al sagrario y pudo salvar la Eucaristía. Ese fue el comienzo de un interminable cautiverio.
El cautiverio
«Hicimos un viaje de unos 45 minutos. Me llevaron a una casa y me dijeron: “No temas, tenemos doctores y te cuidaremos”. Estuve vendado, en la habitación tenía una cama, me dieron de comer, agua, me dejaron ir al baño, me trataron bastante bien. Me pidieron información sobre cuándo llegué a Yemen, de dónde era en India, qué países había visitado… No tenía motivo para esconder nada, les dije lo que me pidieron, me preguntaron números telefónicos, pero no recordaba ninguno, excepto el de mi madre y se lo di, pero no funcionaba», narró.
Los captores se informaron de sus contactos con miembros del ejército, la política y la Iglesia. Pero Tom no conocía a nadie importante. Solo pudo referir una relación con Paul Hinder, el obispo de Abu Dhabi, con quien había trabajado. Un día después, grabaron un vídeo para pedir un rescate. Fue el primero de varios. En ellos se veía al sacerdote maltratado, pero él mismo aclaró que «todo era una puesta en escena». El objetivo era causar estupor.
Tras el primer vídeo, uno de sus captores le confesó: «Pensábamos que tu país no iba a reaccionar, pero finalmente reaccionó bien». Solo uno de ellos hablaba un poco de inglés, el resto únicamente árabe. Ninguno quiso convertirlo al islam ni lo obligaron a leer el Corán.
Nada parece indicar que el cautiverio tuviese objetivos religiosos, ni que los secuestradores fuesen terroristas afiliados al Estado Islámico, como la prensa occidental publicó en diversas ocasiones. Tampoco es claro que tuviesen intención de asesinarlo, como demuestra una anécdota del propio Uzhunnalil: «Una vez me preguntaron: “¿Cuántos años tienes?”. Yo les dije: “58”. Y entonces me replicaron: “No te preocupes, vivirás hasta los 85”».
Durante su largo confinamiento, el padre Tom perdió 30 kilos y llegó a pesar 56. Por eso, en e momento de su liberación se le vio visiblemente demacrado. Paradójicamente su salud no se resintió, aunque padece diabetes. Es más, sus captores le llegaron a conseguir algunas dosis de insulina y hasta 230 pastillas de metformina. Gracias a ello logró sobrevivir.
«¿Cómo pasaba los días? Estaba en la habitación, podía dormir cuando quería, me pidieron que hiciera algunos ejercicios ahí mismo. Dormía bien, rezaba, repetía las palabras de la Misa aunque no tenía pan ni vino, rezaba por el Papa, por los obispos, por todos los fieles, por quienes están vivos y los muertos, por los enfermos y por todos los que lo necesitan, también por mis secuestradores», relató.
Misteriosa llamada desde Omán
Ya en ese momento el sacerdote se había convertido en moneda de cambio. Tres días después de su captura fue trasladado a un lugar menos cálido, tal vez en las montañas. Cuatro meses más tarde fue movido a una nueva localización, donde permaneció otros tres meses antes de ser ubicado en el último lugar previo de su liberación.
Mientras él contaba los días gracias a los blísteres vacíos de las pastillas, la comunidad católica internacional imploraba su libertad, el Papa alzaba su voz, la India manifestaba su preocupación y el Sultanato de Omán comenzaba a movilizarse. «En estos 18 meses jamás nos sentimos solos, todo el mundo –de un modo o del otro– se hizo presente», aseguró Ángel Fernández Artime.
El rector mayor de los Salesianos de Don Bosco fue muy enfático en aclarar: «Nunca supimos que hayan pedido dinero, ni que algún estado o institución haya pagado un rescate. A nosotros nadie nos pidió ni siquiera un euro». Y añadió: «¿Quién posibilitó la liberación? Nosotros no sabemos, él menos».
En efecto, la llegada a Roma del padre Tom libre fue una sorpresa para todos. La tarde del martes 12 sonó el teléfono del vicario general salesiano y del otro lado una voz anunció: «Dentro de una hora su hermano aterrizará en el aeropuerto de Fiumicino». La llamada provenía de un avión privado del Sultanato de Omán.
Esa parece ser la única certeza de esta rocambolesca historia. Omán jugó un papel clave en la liberación y, por eso, la Santa Sede dio las gracias públicamente a su Gobierno. Ese país estuvo presente en el relato de Uzhunnalil sobre sus últimas horas de cautividad: un primer fallido viaje de cuatro horas a través del desierto y un segundo periplo hacia la libertad. Para que no lo reconocieran, los secuestradores le colocaron un burka, la tradicional vestimenta de las mujeres, y lo condujeron a la frontera.
Allí, entre Yemen y Omán, se produjo el intercambio. Una foto de teléfono móvil sirvió para verificar su identidad. Y ya en territorio del sultanato le dijeron: «Estás libre». Un viaje en helicóptero y otro en avión lo condujeron hasta la capital, Mascate. Una vez allí lo llevaron a un hotel, le proveyeron de ropa nueva y una valija. Se dio la ducha más disfrutada en meses.
En Roma fue acogido con emoción por la comunidad salesiana. Al enterarse de su llegada, el Papa accedió inmediatamente a recibirlo. Cuando se encontraron, el padre Tom se postró para besar los pies a un Francisco sorprendido quien, en cambio, decidió besarle las manos. «No me siento digno de ese gesto», afirmó el salesiano.
En los próximos días concluirá una serie de pruebas médicas y, una vez obtenido un nuevo pasaporte, volverá a su India natal donde lo espera su familia y su comunidad religiosa. Mientras tanto, él no deja de pronunciar palabras de gratitud.
«Agradezco a Dios por este día, porque me conservó bien, sano, con una mente clara y con sentimientos controlados. Dios usó a muchísimas personas para hacer realidad este día. Seguramente mucha gente estaba rezando y por eso estuve bien.
La mejor arma contra la violencia es el amor, la oración y la misericordia».