«Si llega un niño sordo todos aprenden lengua de signos»
Damaris es sorda, y no consiguió comunicarse bien con su familia hasta que fue a un colegio de Fe y Alegría. Esta organización ahora trabaja para que, en sus centros, niños con y sin discapacidad aprendan juntos
Damaris vive en Ecuador y es sorda. De pequeña, «veía cómo las personas hablaban, pero no las entendía y me costaba mucho comunicarme». En su familia no conocían la lengua de signos, un tipo de idioma que las personas con problemas de audición usan para hablar con las manos. Todo cambió cuando entró en un colegio de la organización Fe y Alegría y la aprendió. «Podía comunicarme mucho mejor», recuerda. Su madre también hizo un curso, y ahora pueden tener conversaciones normales. Además, Damaris es muy buena deportista y ha ido a competiciones. Y ha trabajado en un programa de televisión para sordos que hacían en su centro.
Esta chica es una de los 240 millones de niños con discapacidad que hay en el mundo. Algunos tienen parálisis, otros son ciegos o sordos —o las dos cosas—, a otros les cuesta mucho más aprender las cosas porque tienen discapacidad intelectual… Además de estas limitaciones, sufren discriminación. «Hay prejuicios sobre ellos, como que la discapacidad es una enfermedad o que todos son iguales», cuando ser ciego o no poder caminar no tiene nada que ver con tener discapacidad intelectual. Lo explica Vernor Muñoz, que trabajó como experto en educación para la ONU y ahora ha escrito un informe sobre discapacidad y educación para Fe y Alegría. En España, esta organización se llama Entreculturas.
Estas ideas equivocadas hacen que a veces se los separe del resto de la gente, porque se piensa que «no pueden aportar nada a los demás». Por todo esto, en el mundo uno de cada tres niños con discapacidad no va al colegio, y tiene el doble de probabilidad de dejar los estudios pronto. También es más probable que sufra violencia y abusos. «Personas como yo muchas veces no se animan a dar el paso de ir a una escuela común porque hay mucho miedo al bullying y a sufrir discriminación», confiesa Andrea, una chica argentina con parálisis.
Hace tiempo, se empezaron a crear colegios de educación especial para que estos niños pudieran ir a clase con maestros que supieran cómo enseñarles. Fe y Alegría lo hizo en varios países de Iberoamérica. Fue un avance importante, porque hasta entonces muchas veces simplemente se quedaban metidos en casa. La historia de Damaris es un ejemplo. Pero ahora están trabajando para que poco a poco estos alumnos pasen a otros colegios comunes de la misma organización, para que estén allí con chicos sin discapacidad.
«Todos vivimos juntos»
En 2006, la Convención de la ONU sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad dijo que separar a estos niños en colegios especiales era discriminatorio. Vernor añade que «también a los alumnos sin discapacidad se les quita el tener contacto con personas diferentes, que pueden ser maravillosas». Si en la sociedad «todos vivimos juntos», es bueno empezar desde pequeños.
Pero no es fácil. En España, 17 de cada 100 niños con discapacidad siguen yendo a centros especiales. A muchas familias les da miedo que vayan a los normales, porque allí tendrían menos apoyo y no podrían aprender igual. Verner dice que tienen razón. Por eso «hay que transformar la escuela», con grupos más pequeños, más profesores que sepan tratarlos y cuidarlos y asignaturas que «se adapten a todos».
Carmiña de la Cruz, que trabaja en Educación Especial en Fe y Alegría de Bolivia, nos cuenta que en su país algunos niños de sus centros especiales pasan a otros normales de Primaria o Secundaria para continuar sus estudios. Antes, tuvieron que trabajar con los directores, los maestros, los estudiantes y las familias de los centros ordinarios, para transmitirles que los niños con discapacidad «tienen derechos y no son una carga». Es importante crear «un ambiente donde se valore la diferencia y cada uno pueda desarrollar sus capacidades». También los ayudan a comprar material especial si lo necesitan.
Al mismo tiempo, en los colegios de educación especial, «los profesores van viendo qué niños están preparados» para cambiar a uno normal. «Luego trabajamos con ellos para que se adapten bien al nuevo centro». En general, el cambio es bueno para todos. Por ejemplo, cuando a un colegio empiezan a ir niños sordos, aunque hay traductores de lengua de signos «los chicos oyentes y los profesores la terminan aprendiendo». Pasa lo mismo cuando los profesores adaptan las clases para que todos puedan seguirlas. Si empiezan a usar imágenes para que los alumnos con discapacidad intelectual o auditiva entiendan mejor, les sirve a todos. Otra cosa importante en una clase inclusiva es que «todos participen y aporten».
Sadié, de 13 años, y Malembe, de 15, son dos chicas refugiadas que viven en Chad. Y las dos tienen parálisis en las piernas. Cuando empezaron a ir al colegio, iban arrastrándose por el suelo. «Había muchas espinas en el camino y la gente se burlaba de mí», cuenta la segunda. «Al llegar, mi ropa estaba toda sucia», añade la primera. Gracias al Servicio Jesuita al Refugiado y a Fe y Alegría, ahora cada una tiene un triciclo en el que puede pedalear con las manos. Están encantadas. Para Sadié, ir a la escuela «es importante porque quiero ser mecánica». Sus asignaturas favoritas son Árabe y Matemáticas.