La doctora, de 68 años y empleada de un geriátrico, fue declarada inocente en un juzgado de La Haya. Al conocer el veredicto, toda la sala prorrumpió en progresistas aplausos de satisfacción. La Fiscalía había acusado a la médico de «asesinato», por aplicar la eutanasia a una interna de la residencia de ancianos, de 74 años, sin haberse cerciorado debidamente de que la víctima deseaba en efecto morir. El fiscal no pedía pena, solo un veredicto ejemplar de condena para que en Holanda se extreme el rigor ante casos similares.
En 2012, la mujer había firmado un documento en el que expresaba su voluntad de morir si algún día era ingresada en un asilo. Pero posteriormente expresó verbalmente varias veces que quería seguir viviendo. En el momento en que le quitaron la vida padecía alzhéimer y demencia, por lo que resultaba confuso conocer sus auténticos deseos. La médico consultó el caso con dos colegas, como requiere la ley holandesa, y decidió proceder. Un día a media mañana, en presencia del marido y la hija de la enferma, le dio un café con un somnífero mientras charlaban agradablemente. La enferma no se durmió, así que hubo que inyectarle otro anestésico. La mujer se revolvió molesta ante el pinchazo, y aunque amodorrada, no llegó a dormirse del todo. Llegado el momento de la inyección letal, se incorporó sobresaltada. Entonces su marido e hija ayudaron a sujetarla y la actuación pudo completarse con éxito. El año pasado recibieron la eutanasia 6.091 holandeses, el 4 % de las muertes del país. La sentencia se considera muy relevante, pues según explica el diario «progresista» The Guardian, «la gente cada vez vive más y está confusa en sus últimos días». Con este precedente judicial todo se aclara: en caso de duda, pasaporte.
Por lo visto las leyes de eutanasia holandesas son avanzadísimas. Nuestra izquierda y Cs propugnan que imitemos a ese faro de progreso. En Holanda, si un paciente alega padecimiento insoportable, incluido el psicológico, el médico podrá matarlo legalmente si se lo pide (imaginemos la puerta que se abre ante casos de depresión, la mayoría curables). También se puede solicitar la eutanasia desde los 12 años (a partir de los 16 ya sin permiso paterno).
Por edad todavía pude ver como espectador los últimos días de la aldea profunda gallega. El abuelo o la abuela que estaban «chochos» eran parte omnipresente y muy querida de la familia. Si alguien plantease matarlos, lo tomarían por loco. También, como todo el mundo, he pasado el trago de ver cómo la edad iba demenciando a familiares muy queridos. Pero soy tan retrógrado que me habría parecido una animalada darles un café con somnífero y luego matarlos. Las enfermedades terminales y las demencias son crudelísimas, terribles para los pacientes y sus familias. Es obvio que hay que ofrecer cuidados paliativos, atajar el dolor con los opiáceos necesarios, mejorar la asistencia social. Pero lo que llega de Holanda huele a deshumanización; «subcultura del descarte», como bien dice el Papa; individualismo salvaje. Y a mí, y disculpen la franqueza, todo eso me parece una mierda. Falta amor.
Luis Ventoso / ABC