José Aumente: «Si Dios no tuviera sentido del humor, ¡no nos aguantaría!»
Bautizos sobre la arena, bodas bajo una carpa, Misas entre trapecios y catequesis con el rugir de las fieras de fondo. Así es el día a día de José Aumente, el único capellán de ferias y circos de España, que atiende, por mandato de la Conferencia Episcopal, a las cerca de 40 compañías circenses de nuestro país. Este sacerdote de 68 años y 40 de ministerio, miembro del Instituto de los Siervos de la Iglesia –cuyo carisma es la atención pastoral a los itinerantes– anuncia a Cristo con buen humor y cercanía, «pero sin hacer payasadas», y se ha metido, no solo en capilla de once varas, sino incluso entre las jaulas de los leones para confesar
¿Qué hace un cura entre payasos y malabaristas?
Las personas del circo necesitan que se les entregue el Evangelio, porque a ellos también les pertenece. Todos tenemos una diócesis, una parroquia a la que acudir… pero los itinerantes no: hoy están aquí y mañana a 200 kilómetros. Y como la Iglesia es Madre, nunca abandona a sus hijos a su suerte. El Señor nos mandó ir al mundo entero, así que lo que yo hago es ir a cualquier lugar de España desde el que me llamen, para llevar los sacramentos y la cercanía de la Iglesia. Normalmente, si me llaman para una boda, termino celebrando también algún bautizo, confesiones, la Eucaristía, bendigo el circo y los instrumentos…
¿O sea, que los tragasables y forzudos son gente de fe?
Sí, sí. Son personas sencillas, que trabajan mucho y muy duro, y que tienen una gran fe. Viven en familia, y eso les ayuda a mantener la fe de una generación a otra, en medio de la dureza del circo. Los que tienen trabajos más peligrosos, como los trapecistas, los hombres bala o los acróbatas, suelen tener siempre cerca un rosario o algunas estampas, y rezan de verdad.
¿Y no se mezcla ahí la fe con las supersticiones?
No más que fuera del circo. En las caravanas casi todos tienen un rinconcito con estampas de santos e imágenes de la Virgen, y no dejan que nadie las toque. Pero su fe es auténtica; por eso, cuando celebramos la Eucaristía, o las confesiones, lo viven con una alegría y un respeto inmensos.
¿Celebra Misa en la pista?
Sí, porque Cristo se hace presente en tu realidad cotidiana, en la de cada uno, también bajo la carpa del circo. Lejos de ser una irreverencia, es un momento hermoso, que viven con gran devoción y mucha alegría. Siempre llevo unos tapices de la Virgen y de Jesús, y ellos lo ponen todo precioso. La gente ve las luces y el espectáculo, pero cuando acaba la función, esta vida es muy dura. Por eso hace falta hacer presente a Dios en medio de esa circunstancia.
Eso que dice san Pedro, del diablo como «león rugiente que anda rondando a quien devorar», ¿se lo ha explicado a algún domador?
[Ríe] No, la verdad. Pero los domadores tratan muy bien a los animales, en contra de lo que muchos dicen. Cuando ves a un león abrazarse al domador, te das cuenta de que tratarnos con amor, como hace Dios, es la forma de conseguir lo que parece imposible.
Predica entre payasos… ¿Dios tiene buen humor?
¡Si no tuviese sentido del humor, no nos aguantaría a nosotros! Si el Señor se tomara demasiado en serio todas nuestras cosas, tanto los pecados como las cosas buenas que le prometemos sin cumplirlas, nos íbamos a enterar…
En la Iglesia, ¿con qué actitudes hacemos el payaso?
No me gusta la connotación peyorativa de los payasos. Es uno de los números más difíciles y más bonitos, porque busca hacer feliz a la gente. A veces, en la Iglesia nos cuesta ser atrayentes, abajarnos, perder el sentido del ridículo. Cuando no hacemos nuestra labor con alegría, sencillez y sin vergüenza, en lugar de hacer reír, damos pena.
Al circo van abuelos, padres e hijos, y los artistas también suelen ser familia. ¿Las familias evangelizan con el uso de su tiempo libre?
Sin duda. Y el circo es una de las diversiones más sanas, porque crea un clima de felicidad en medio del trabajo, la superación, la constancia, y la unidad de la familia. Como dijo san Juan Pablo II, en un lugar donde se trabaja para que los demás sean felices, Dios no se queda en la puerta.