Un joven y habilidoso político alcanza el poder prometiendo a sus votantes lo contrario de lo que finalmente realiza. Su nombre es más difícil de pronunciar que Pedro Sánchez, pero su caso nos pone de bruces ante lo que algunos categorizan como «política real». Nick Wasicsko fue elegido alcalde de Yonkers (Nueva York) en 1987, a los 28 años de edad; el más joven en la historia de Estados Unidos. Una joven promesa del Partido Demócrata. Nuestro héroe está interpretado por un inconmensurable Oscar Isaac. Pero el título de la serie, disponible en HBO, es solamente la primera parte de un dicho: «Show me a hero… and I’ll write you a tragedy». Muéstrame un héroe y te escribiré una tragedia. Porque en las elecciones de 1987 había trampa. Yonkers se encontraba en estado de ebullición por una sentencia judicial en la que se obligaba al Consistorio a ejecutar una promoción de hogares para personas desfavorecidas… en la zona bien de la ciudad. Es decir, un proyecto de desegregación racial. En ese estado de ebullición ve Wasicsko la oportunidad de ganar votos prometiendo que paralizará el proyecto. Y sorprendentemente, o no tanto, es elegido alcalde. La tragedia está servida, claro: una sentencia judicial, en un país normal, no se vota en ningún pleno; se ejecuta. El joven alcalde debe explicar a sus votantes que lo que prometió es imposible de cumplir, porque las multas que seguirían a esa decisión arruinarían al Ayuntamiento en pocas semanas.
Lo que sigue es una serie magistral sobre el precio del populismo, sobre las consecuencias de la irresponsabilidad y sobre un pobre hombre que, pese a sus actos, no merece el huracán de odio y violencia al que le someten sus propios vecinos. Cualquier parecido con la realidad es casual… o no. Porque no es el único ejemplo de las consecuencias de la irresponsabilidad en política. Lo que sucedió entre 1987 y 1993 en Yonkers es, además de una historia que engancha durante sus seis magistrales capítulos, una metáfora de la «política real» y una oportunidad de acercarse al político y humanizarlo, compadecerlo y, solo entonces, juzgar sus actos.