Ser cuidado, ser pensado - Alfa y Omega

El verbo cuidar procede del latín cogitare, que significa pensar. Ser cuidado, etimológicamente es ser pensado. ¡Qué preciosa expresión! Me sorprende cómo cada día hay más pacientes que verbalizan el miedo a ser una carga para sus familias, a perder su autonomía, su pánico a depender de otros hasta para lo más básico. Estar en una cama y ver tu fragilidad es una angustia para el que lo sufre y para sus seres queridos. Yo les hago una invitación: «déjese cuidar». Cuidar es una gracia, para el que cuida y para el que tiene que ser cuidado. Es una llamada a la humildad. Para un cristiano, dejarse cuidar y cuidar es estar abierto al amor de Dios.

Recientemente, a mi suegro le han operado de una catarata. Una pequeña cirugía que no requiere ingreso. Cuando te intervienen de un ojo tu visión se vuelve borrosa, te molesta la luz, necesitas a alguien que ponga los colirios. Él es una persona hiperactiva, siempre dispuesto a ayudar a quien sea y cuando sea. Le cuesta delegar, prefiere hacer él las cosas, no por orgullo, sino por no dar trabajo a los demás. Como médico, me preguntó que en qué consistía la intervención (él ya había visto en internet varios vídeos de cómo se hacía, se lo sabía al dedillo). Se lo expliqué, pero lo más importante fue: «Confía en los profesionales y déjate cuidar». Mi suegra, que es una santa, me miró y se rió cuando se lo dije. Ella sabía que iba a ser tarea ardua: para dejarte cuidar primero tienes que aceptar tu debilidad. Por unos días, solo por unos pocos, conseguimos que estuviera en su casa y fuera obediente. Aceptó ir de copiloto y que otro condujera. Cuando uno está en el hospital, no queda otra más que otros estén a tu servicio. Pero en las pequeñas cosas del día a día, el orgullo nos impide dejarnos cuidar.

El jueves 18 de marzo, víspera de san José, se aprobó en España la Ley de la Eutanasia. A mí se me encogió el alma. Muchas de las personas que se plantearán esta opción, será por el temor a ser un lastre o a que su vulnerabilidad suponga una angustia añadida a los demás. Muchas otras directamente lo harán porque no tienen a nadie que las pueda cuidar. Esta sociedad individualista empieza a pasar factura. Nunca he oído a nadie arrepentirse de haber dedicado sus días al cuidado de un familiar, ser querido o incluso un desconocido. Una apuesta por la vida, por alejarnos de la soledad y del individualismo. Por ponernos al servicio del otro y aceptar nuestra situación de vulnerabilidad.

Dejémonos ser pensados. Dejémonos ser amados.