Señor, ¿qué hay de lo mío?
Una pregunta recorre la historia: si existe Dios, ¿por qué permite el mal?, ¿por qué calla ante el sufrimiento del inocente?
Se atribuye a Epicuro la primera formulación de un dilema que recorre toda la historia de la filosofía y de la literatura: si Dios quiere evitar el mal pero no puede, entonces no es omnipotente. Pero si, pudiendo, no lo hace, es un ser malvado. El drama alcanza su máxima intensidad en el Libro de Job. Es la narración del pleito de un justo con el Creador por sus inmerecidas desgracias. Tras el desconcertante despliegue de poder de Yahvé que obtiene por respuesta, Job viene a decirle: sigo sin entenderte, pero ahora sé que puedo fiarme de ti. Fernando Savater, no creyente, dedicó en los años 80 a este libro de la Biblia un seminario de doctorado en San Sebastián, en el que, entre sus alumnos, contaba con Yoyes, asesinada poco después por sus antiguos camaradas de ETA. El filósofo vasco debatió sobre el tema con los profesores Miguel García-Baró (Comillas) e Ignacio Carbajosa (San Dámaso) en una mesa redonda celebrada en la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense como colofón a la exposición «¿Hay alguien que escuche mi grito? El Libro de Job y la pregunta sobre el sufrimiento inocente», organizada por la Asociación Cultural Atlántida.
Miguel García-Baró: Dice Elie Wiesel que los santos son los que mueren antes del final. Cuando él llega a Birkenau [Auschwitz], ya en el primer minuto le arrebatan para siempre a su madre y a su hermana. Y ve llegar un camión lleno de cuerpos de niños, y volcarlos sobre un foso de fuego. Es un choque enorme para un joven de 14 o 15 años.
Hay una expresión muy dura en Lévinas: se basa en un relato apócrifo, escrito como si fuera el texto que un superviviente del gueto de Varsovia mete en una botella como un ultimo mensaje a Dios. Toda su familia ha sido asesinada horriblemente, le queda una bala para matarse. Y le escribe: «Yo no puedo quererte, pero en cambio amo tu Torá, porque me ha puesto del lado de las víctimas, me ha evitado estar del lado de los verdugos».
Lo malo de descender hasta el fondo del mal y del sufrimiento es que en el último momento puede que el verdugo consiga de ti lo que quiere: tu complicidad (en el caso de Wiesel, con el sentimiento de abandono a su padre, por el alivio que experimentó de no tener que cargar ya más con él ). Eso es el abismo del sufrimiento. «Los santos son los que mueren antes del final» significa que, si llegas al fondo del sufrimiento, estás quebrado para siempre. Ya es imposible recuperar ningún sentido ni para la vida propia ni tampoco para la política. Un mundo que ha conocido esas barbaries puede haberse convertido en el cementerio de todo futuro.
Fernando Savater: En el Libro de Job el diablo dice: eso de que este Job es muy bueno… ¡Será que no le han probado todavía! Es como esos partidos políticos nuevos que dicen: «Nosotros no tenemos casos de corrupción», cuando simplemente todavía no han tenido ocasión. Y los amigos de Job son los representantes de la razón. Su argumentación en el fondo consiste en identificar a Dios con la naturaleza. Es absurdo discutir con la naturaleza, que es como es, con sus leyes. Si te gustan los amaneceres, debes aceptar también el cáncer.
Eso mismo lo podríamos trasladar a males peores. Por ejemplo: todo amor verdadero acaba en tragedia. Hoy empleamos la palabra amor para cualquier cosa, pero el amor verdadero, que es cuando alguien es destino de otro, acaba en tragedia, porque siempre uno muere antes que el otro, salvo que el avión se caiga con los dos dentro. Si no tienes esa suerte, a partir de un punto, el amor se convierte en sufrimiento.
Los amigos le dicen a Job: Acepta la naturaleza, acepta todo lo que te ha ocurrido, olvida el hecho de que tú mereces esto o lo otro… No se le puede poner condiciones a la naturaleza: tú puedes ser muy bueno y la naturaleza te castiga igual. En eso la naturaleza suele ser bastante imparcial y su ración de dolor la recibe todo el mundo. Hasta los que la merecen…
La promesa de Dios es sacarnos de la naturaleza. El que acepta a un Dios racional, razonable, que lucha por los desfavorecidos, que protege a las víctimas… es una persona estupenda, pero de eso se ocupa la ética. La religión, en sentido autentico, lo que pide es algo mejor que la vida. Y eso es lo que quiere Job: que le salven de la naturaleza, que Dios borre lo que ha sucedido… Al final, al Dios que aparece enfadado se le presenta como naturaleza… Y Job se queda esperando: «Y de lo mío, ¿qué?». Al final lo que pasa es que, de una manera un poco simplista, pero por otra parte eficaz, Dios le restituye todo [hijos y fortuna].
Eso es un poco, a mi juicio, lo que plantea el Libro de Job. ¿Cómo se explica el sufrimiento? De ninguna manera, evidentemente. ¿Por qué me ha dado a mí el cáncer? El cáncer es azaroso. La naturaleza nos trata como fichas al azar. Solo podríamos ser personas para alguien que rompiera en nosotros la naturaleza.
Esa es la promesa divina: que para alguien no seremos naturaleza sino algo irrepetible. La naturaleza nos ve a todos como seres repetibles indefinidamente.
La razón, ¿cómo va a servir contra el sufrimiento? En todo caso lo que hace es explicarte los mecanismos del cáncer, de los terremotos, de la espina bífida… Te lo puede explicar pero consolarte, no. Al contrario, te explica que es inevitable.
Los idealistas no terminan de llevarse bien con la naturaleza. Los egoístas son los que están más a bien con ella. Son los que te dicen: «Bueno, ¿qué le vamos a hacer? Son cosas que le pasan a todo el mundo, el tiempo todo lo cura…». ¿¡Cómo!?¿¡Te cortan una pierna y con el tiempo te sale otra!?
Ignacio Carbajosa: La realidad está fragmentada. Esa es la experiencia natural que tenemos todos: hay cosas buenas y hay cosas malas. En la antigüedad una madre daba a luz diez o doce hijos, de los cuales la mitad morían. La realidad es así y basta.
Dice C. S. Lewis que «el cristianismo más bien crea el problema del dolor, en lugar de resolverlo; ya que este no sería problema alguno, a no ser que, junto con nuestra experiencia cotidiana de este mundo doloroso, recibiéramos la certeza de que la realidad esencial es justa y amorosa».
El Génesis introduce un elemento extraño: «Y vio Dios que todo era bueno». Pone sobre la mesa que hay un único principio creador. Es la primera vez en la historia que se dice que toda la realidad es buena, cuando la experiencia natural diría que hay cosas buenas y cosas malas.
El politeísmo presenta una imagen de la naturaleza con un halo no personal que tiene una cierta coherencia: el sol se pone todos los días, llueve… Y hay diferentes ventanas para entrar [en la realidad], que son los dioses: el dios del trueno, el dios de la fecundidad… Son diferentes accesos a una realidad fragmentaria. Y en cierto modo esto es más razonable que el monoteísmo, porque me acaba de nacer un hijo (el dios de la fecundidad) pero dos días después cae un rayo y me mata la mujer (debe de ser obra de otro dios diferente). Pero si hay un único Dios creador y toda la realidad es buena, si hemos sido creados dentro de un designio de amor y de felicidad, entonces, ¿por qué el dolor?, ¿por qué la muerte? Es la pregunta de los griegos cuando entran en contacto con el pueblo judío en Alejandría, en el siglo I a. C.
Como decía Fernando, los amigos de Job son en realidad abogados defensores de esa naturaleza y reducen a Dios a una teoría, a la ley de la retribución: si haces bien tendrás bienes, si haces mal tendrás males… Job, sin embargo, ya tiene la idea de un Dios personal. Bienvenidos aquí al nacimiento de lo que diríamos el hombre en Occidente, el hombre que incluso lleva a Dios ante el tribunal, le agarra de la pechera y le zarandea, igual que hace por ejemplo Voltaire tras el terremoto de Lisboa.
F. S.: La paradoja es que normalmente se dice: ¿Cómo va a existir Dios si hay niños que sufren y terremotos y no sé qué? Bueno, ese es el único argumento a favor de Dios: que tiene que haber algo que no sea naturaleza y por tanto esté contra los niños que sufren, contra los terremotos, contra los cánceres, etc. Si todo fuera bien, no necesitaríamos a Dios.
M. G.-B.: Le podemos dar la vuelta al famoso argumento ontológico [contra la existencia de Dios]: «Claro que existe el bien perfecto, ¿no ves que no existe?». Es decir, ¿cómo podríamos soportar tantas desgracias que reclaman nuestra crítica radical si no fuera en nombre del bien perfecto? Por eso Job lo que quiere es que Dios comparezca, da igual lo que diga, pero que aparezca. Entonces se podrá luchar con él, se le podrá llevar a juicio… Pero «mi redentor está vivo». Job quiere respuestas. Porque no todo se cura con pastillas y con dietas, no hay terapia para muchas cosas, como ha dicho antes Fernando: hay sufrimientos inconsolables. Y decir que el tiempo los va a curar es lo más imbécil y ofensivo.
I. C.: En la sociedad española –esto no existe a este nivel en otros países de nuestro entorno– existen protocolos para las catástrofes, que provocan en nosotros un golpe de la realidad, preguntas que son de naturaleza religiosa, o por lo menos humana, del tipo: ¿Por que a mí? O mejor dicho: ¿Por qué a mi hijo? ¿Por qué a mi mujer? Y en cierto modo es como si quisiera reducir este impacto de la realidad a una patología: «No te preocupes, tú tienes una patología postraumática». Lo cual en parte es verdad. Si yo estuviera en esa circunstancia, agradecería que un médico o un psicólogo me dijera cosas tan evidentes como que no vea la televisión ni lea los periódicos durante unos días. Y que, si no puedo dormir, me tome una pastilla. Ahora, yo tengo preguntas que no puedo reducir a patología postraumática. Y una de las características de la sociedad española en estos últimos decenios es la reducción de la pregunta humana a patología.
F. S.: Luchar contra lo remediable es aceptar lo irremediable. Lo racional es luchar contra las cosas remediables, no conformarnos, patalear… Y luego está lo irremediable, que es nuestro destino personal. Ahí la razón no puede hacer nada. Donde necesitaríamos a Dios es en el momento de lo irremediable. Pero Dios se queda callado. No aparece. No sabemos si es porque no existe, porque nos deja cocernos un poco en nuestra propia salsa antes de darnos la sorpresa… No lo sabemos.
I. C.: Esto me parece muy interesante: necesitamos a Dios en lo irremediable. En la muerte, por ejemplo. O en un cáncer terminal.
Yo invito a leer el comentario brevísimo de Chesterton sobre el Libro de Job. Es de los pocos autores que, con gran lucidez, realmente ha comprendido la intervención de Dios. Pero a mí lo que verdaderamente me hizo entender el libro fue la relación con un gran hombre que, en una época de mucha dificultad para mí, de no entender las cosas, cuando le comenté mis problemas vino a decirme: «Te concedo todo. Pero tú en este instante no te das la vida a ti mismo y tienes que hacer las cuentas con esto». Yo en ese momento dije: «Y de lo mío, ¿qué?». Pero esta persona me había escuchado. Y yo cada vez que me asfixiaba pensaba: «¿Por que me habrá dicho eso?». Entenderlo al final me supuso desvelar la realidad. Yo tenía un problema: todo discurría en torno a mí, un poco como Job: mi dolor, mis sufrimientos… Y la realidad era un decorado. Pero yo no me doy la vida a mí mismo. Eso no lo había pensado nunca. Mejor dicho, no me había dado cuenta. Y empecé a afrontar las cosas con este dato de partida, que no resuelve el problema del sufrimiento, pero implica también un sentido de sorpresa, de agradecimiento, de corrección, de compañía radical a mi propia vida… Es como la experiencia de un niño pequeño, cuando le dan un regalo… La madre añade para completar la parábola del conocimiento: «¿Qué se dice?». Y el niño responde: «Gracias».
Detrás de Job, el gran acontecimiento que divide la historia en dos y hay que afrontar es si aquel hombre, Jesús de Nazaret, resucitó o no. Si esto es verdad o no es verdad. Porque si es verdad que ha resucitado, verdaderamente ha entrado en la historia la respuesta a lo irremediable.