«Señor, enséñanos a orar»
17º domingo del tiempo ordinario / Evangelio: Lucas 11, 1-13
Después de la enseñanza sobre la compasión, la acogida de los otros y la escucha, el Evangelio de este domingo XVII del tiempo ordinario nos presenta el gran tema de la oración, que encuentra en Jesús el modelo viviente y el maestro más convincente.
Así, en el relato del viaje de Jesús a Jerusalén en el que se introducen algunas de sus instrucciones un discípulo le ruega que les enseñe a orar. Esta petición nace en los discípulos al ver tantas veces al Señor en oración: en el desierto, en la noche, en la mañana temprano, de madrugada, Él guarda el tiempo esencial para alimentar la relación con Dios… Lucas es el evangelista que más insiste en la oración de Jesús, conectándola con los momentos más destacados de su vida, desde la oración en el Bautismo (cf. Lc 3, 21-22) hasta aquel momento en la cruz cuando Jesús invoca al Padre el perdón por sus verdugos (cf. Lc 23, 34) y luego entrega su propio aliento en sus manos (cf. Lc 23, 46). Jesús, por tanto, enseña lo que Él mismo experimenta en primera persona. Su oración es muy personal, en la que se dirige con total confianza a Dios llamándolo Abbá, Papá (cf. Mc 14, 36). La conversación de Jesús con el Padre es única, irrepetible, sin paralelos. Por eso Jesús siempre ora solo, aunque en presencia de los suyos, ya que ellos participan de su oración mediante su presencia, que es compañía.
Por eso responde a los discípulos enseñándoles el padrenuestro, como una síntesis del Evangelio. Esta oración —que escuchamos este domingo en la versión de Lucas— más que una fórmula constituye un compendio de las enseñanzas de Jesús contenidas a lo largo de los cuatro Evangelios, que resume la esencia de la oración cristiana. A la invocación «Padre» le siguen cinco peticiones, planteadas en un orden preciso. Ante todo oremos a Dios, pidiéndole que su Nombre sea santificado, para que todos lo reconozcan como Dios. Al pedir «venga tu Reino» se invoca que el señorío de Dios se manifieste en la tierra a través de la paz, la justicia, la reconciliación; al mismo tiempo, se reclama la venida escatológica del Reino, inaugurado por Jesús (cf. Lc 11, 20; 17, 21), pero aún no plenamente realizado. Solo más tarde el cristiano reza por sus propias necesidades: el pan de cada día, fruto de la bendición de Dios sobre el trabajo del hombre; el perdón de los pecados, condicionado por el perdón concedido a los hermanos (cf. Mt 6, 14-15), o la ayuda de Dios para no sucumbir en la hora de la tentación.
A través de la parábola del amigo que molesta a otro amigo en medio de la noche para pedirle pan, Jesús subraya entonces que la oración debe caracterizarse por la perseverancia y la insistencia confiada. Comenta: «Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá», y en otro lugar afirma: «Todo lo que pidas en la oración, creed que lo recibiréis y os vendrá» (Mc 11, 24).
Finalmente Jesús concluye: «Si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!». Aquí se está refiriendo al Espíritu Santo como el don que el Padre concede a los que se unen a Él: el Espíritu es verdaderamente el bien por excelencia, es el don de los dones… Las primeras palabras que podemos balbucear en la oración son aquellas con las que invocamos la venida del Espíritu, seguros de que en esta petición están incluidas todas las demás. «No sabemos qué pedir para orar bien, pero el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad e intercede por nosotros con gemidos inefables» (Rm 8, 26): solo el Espíritu puede hacernos escuchar a Dios y sugerir palabras que nos ponen en diálogo con Él.
El Espíritu derrama en nuestros corazones la capacidad de reconocernos hijos de Dios y hermanos de Jesús; de reconocer a todos y todo como querido, creado y amado por Dios. Y así la oración nos transforma, llevándonos a vivir la relación con el Padre, por medio del Hijo Jesucristo, con la fuerza del Espíritu Santo.
Rezar es respirar a Dios. Por tanto, es una continuidad: no se trata de orar un momento, sino de rezar toda la vida. En la oración se va hilvanando la amistad que Dios quiere con el hombre, la amistad del hombre con Dios, y la profunda solidaridad entre los demás. Porque para meternos en la oración necesitamos sentir el problema del otro hasta hacerlo nuestro, hasta llegar a dolernos. ¡Qué horizonte tan hermoso! De este modo acompañaremos al Señor en la oración: Padre, santificado sea tu nombre; venga tu Reino; que se cumpla plenamente tu voluntad de amor y de misericordia; danos hoy el pan que necesitamos, el de mañana, el definitivo; y perdona como perdonamos; por eso, líbranos del mal, del hundimiento, de la desesperanza, de la soledad, de la lejanía; e introdúcenos con Cristo en tu intimidad, en tu profunda conversación con el Hijo y el Espíritu Santo donde amorosamente habláis de cada uno de nosotros.
Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos». Él les dijo: «Cuando oréis decid: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en la tentación”». Y les dijo: «Suponed que alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche y le dice: “Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle”; y, desde dentro, aquel le responde: “No me molestes; la puerta ya está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos”; os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por su importunidad se levantará y le dará cuanto necesite. Pues yo os digo a vosotros: pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, si su hijo le pide un pez, le dará una serpiente en lugar del pez? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que le piden?».