Semillas que sepultan los escombros - Alfa y Omega

Semillas que sepultan los escombros

Como el tiempo de Navidad es el más propicio para ensanchar el corazón, les propongo que ejerciten conmigo la esperanza viajando a nuestra querida parroquia de la Sagrada Familia, en Gaza

Teo Peñarroja
Pierbattista Pizzaballa en un momento de su visita a la parroquia de la Sagrada Familia de Gaza
Foto: Patriarcado Latino de Jerusalén.

En este hemisferio, la Navidad coincide con el momento más oscuro del año. El universo conspira para que todo sea tenebroso y frío: los árboles pelados, las nevadas, la noche cerrada a media tarde… Bien mirado, no hay razón para la esperanza. Estamos tan cultural y espiritualmente dispuestos a no creerlo que hay que comprobarlo, pero es cierto. Son los villancicos y los belenes, las luces de los árboles, las largas sobremesas, las reconciliaciones y los reencuentros para festejar el Nacimiento de Jesús los que hacen parecer que «it’s the most wonderful time of the year» («es el momento más maravilloso del año»).

Hace poco, la poeta Marcela Duque releía en un ensayo la archiconocida obra de Dickens que narra la conversión del viejo Scrooge. «Son muchas las historias infantiles que hablan de la fe y la confianza como un modo de percepción», escribe. «Solo quien cree de corazón puede ver la asombrosa realidad que se le escapa al incrédulo. La realidad se manifiesta con frecuencia de acuerdo a lo que esperamos encontrar».

Esta es una verdad literaria, un remedio para el cinismo y un «punto neurálgico en la vida espiritual». La esperanza es una virtud. Teologal, de acuerdo, pero o se ejercita y crece o se atrofia. Y, como el tiempo de Navidad es el más propicio para ensanchar el corazón, les propongo que ejerciten conmigo la esperanza viajando a la parroquia de la Sagrada Familia, en Gaza. Allí está sucediendo lo improbable. Desde el alto al fuego de octubre hemos visto algunas imágenes que son como esas semillas que sepulta la nieve: apenas una promesa de esperanza. El párroco, Gabriel Romanelli, muestra en sus redes la primera Misa que se celebró en la iglesia de Santo Tomás de Aquino, una capilla de suelo de terrazo, con los monaguillos perfectamente revestidos y arrodillados ante el Santísimo. O a unos niños de la parroquia que pintaron unos dibujos y sembraron hortalizas. O la del 31 de octubre con unas señoras que vieron, por primera vez en dos años, el mar.

Las imágenes de un día concreto invitan de modo particular a la esperanza. Los días del 19 al 21 visitó aquella parroquia el cardenal Pierbattista Pizzaballa, patriarca latino de Jerusalén. En medio de toda aquella devastación, el cardenal celebró el bautizo de un niño de pocos meses, Marco. Romanelli, que es su padrino, dijo que en Gaza «se celebra más de una vez la Navidad; es una gracia enorme». Me atrevería a corregirle: en la Sagrada Familia celebran la Navidad todos los días. El mundo se ha venido abajo a su alrededor —no es una metáfora— y, sin embargo, esperan contra toda esperanza, tienen una fe inmensa, trabajan para reconstruir aquello. La visita de Pizzaballa es un empujón más en ese camino. Señaló tres prioridades: rehabilitar los colegios, colaborar en la puesta en marcha de los hospitales y disponer viviendas para los desplazados.

«Habéis dejado claro y manifiesto lo que significa permanecer firmes y sólidos en la fe», les dijo el patriarca. Y añadió: «En este mar de destrucción, queremos ser los que miran y muestran lo que significa reconstruir». Me quito el sombrero ante mis hermanos gazatíes y hago mutis por el foro para meditar su inexplicable esperanza, su imponente alegría. Feliz Navidad a todos.